San Cristóbal, fiestas de un pueblo marinero
La vocación naval, náutica, marinera de Las Palmas de Gran Canaria que arrancaba con aquel entorno de San Telmo y su antigua Cofradía de Mareantes, tiene cada mes de julio exponentes claros y efectivos de su ser y sentir en dos grandes fiestas costeras y de las gentes de la mar. De un lado San Cristóbal, del que siempre hay que repetir alto, fuerte y claro, desde el mismo corazón de ese querido Barrio, que en justicia y verdad es todo un Pueblo Marinero, y del otro Ntra. Sra. del Carmen, cuyas celebraciones se suceden y sus largas, atractivas y arraigadas celebraciones se solapan fecundamente hermanadas en el vibrar de toda la ciudad, a la que las gentes de San Cristóbal trasladan el fuego de sus tradiciones más sagradas, de sus costumbres festeras, de la celebración de una identidad tan arraigada que lo señala, lo enaltece y lo distingue como pueblo de siglos en el conjunto de esta capital atlántica, costera y marinera. A San Cristóbal lo encontré por vez primera por el inolvidable paseo que a él conducía por la Vega de San José, la que fuera durante siglos huerta y despensa de la que se proveyó buena parte de la antigua ciudad, como de San Cristóbal surgieran los productos de la mar con que a diario se surtiera el mercado local. Y aquel paseo, aunque al principio lindaba con el Callejón de Las Tenerías, lugar algo lúgubre y tenebroso en nuestras mentes infantiles, era alegre y brillaba en la frondosidad de las plantas y flores que engalanaban sus lindes; pero era alegre, además, porque al final nos deparaba un pueblo blanco, limpio, luminoso, brillante de sol y mar, con una playa de aguas limpias, cristalinas, cerca de una ermita erigida en el que pronto fue también suelo sagrado, que hoy reposa bajo la enorme autopista, símbolo del generoso sacrificio que hizo este barrio para que el progreso de la isla contará con una gran e imprescindible avenida hacia el sur. Y pronto descubrimos que San Cristóbal vive plenamente en la mar; ayer, hoy, mañana y siempre, pues desde una vocación inalterable y desde sus vivencias marineras, nunca dio la espalda al mar, y con su hondo sentir costero, contribuyó, y contribuye hoy, decisivamente a que la mar, este Atlántico tan nuestro, siguiera siendo uno de los símbolos más propios de esta ciudad. Quizá por ello, cuando se pasea por su avenida, al sosiego del rumor de las olas, acunados en el frescor de la brisa marina, parece como si cada callado, en el crepitar de su chocar con otros, al ir y venir de las olas, recitara una y otra vez los versos de los grandes poetas del Atlántico isleño, Tomás Morales, Alonso Quesada ó Saulo Torón. Estoy convencido que para todos los grancanarios, o al menos para cuantos hemos sido conscientes de ello, San Cristóbal ha sido siempre mucho más que un barrio importante de una capital que lo debería haber mimado mucho más; creo que ha sido un verdadero pueblo consciente de sus límites geográficos y espirituales, asentado en su personalidad y custodio de sus tradiciones y costumbres; un pueblo en donde de padres a hijos, de abuelos a nietos, se han transmitido sus sentires y sus esperanzas, su patrimonio y su libertad que, sobre todo, está en la mar. San Cristóbal es la más bella y hermosa portada sur que hoy tiene esta ciudad, y como tal se debe mimar y cuidar. Portada que es una comunidad humana, pero que es también señal viva de tradiciones, costumbres y sentires, esos que contribuyen a conformar unas fiestas de fuerte y arraigada personalidad; esa idiosincrasia que navega alegre y juguetona en los botes de lata que, entre alegres risas y enorme responsabilidad, regatearán los niños y jóvenes del barrio en estas fiestas; en las que también habrá la tradicional regata de barquillos de remo, esos barquillos sin los que no se entendería ni ayer, ni hoy, ni nunca, el paisaje costero de San Cristóbal. Estas son las Fiestas de un Pueblo Marinero que en estos días de julio son júbilo para toda la ciudad.