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Nadie duda que el actual sistema político precisa una regeneración. La cuestión es si hay realmente fuerzas sociales dentro del sistema capaces de hacerla realidad. No lo parece. Luego, estamos ante una compleja tesitura.
Así las cosas, ante la evidente posibilidad de zozobra del régimen nacido tras la Transición, ante la generalizada repugnancia hacia el nivel ético de la política reinante, ante la imperante crisis de ilusión, a quién le extraña que cobre cuerpo un discurso que enaltece las virtudes del pueblo y carga contra las elites corruptas. Es absolutamente razonable.
Lo que no es razonable es que los establecidos se parapeten en el «yo o el caos» o en la confianza de que la inercia les perpetuará. Están jugando con fuego, por mucho que el discurso redentorista arrastre demasiadas lagunas.
No sólo en muchos países latinoamericanos los partidos tradicionales terminaron sucumbiendo por mor de sus prácticas corruptas, su divorcio de la ciudadanía y sus actitudes a la defensiva frente a las demandas participativas; también en la Restauración española el turnismo sucumbió. Luego, nada nuevo en la historia.
Y aquí y ahora lo que se está constatando es un fracaso clamoroso de las organizaciones políticas que han comandado la democracia española. Sólo así se explica el fenómeno social de Podemos. ¿Que hay muchas a sabiendas? Sí. Por ejemplo, a sabiendas de que se mueve en la indefinición, que es un batiburrillo de ideas copiadas de aquí y de allá, que no tiene estructura, que la apuesta por el liderazgo horizontal ya está en veremos, que... Sin duda. Pero, mal harían en no entender que su fuerza radica en dar voz al desencanto. Ya luego se verá. La gente quiere echarle a la cara a la dirigencia política su cabreo, porque es lo que le pide el cuerpo, tal es el estado de desarraigo alcanzado con el establishment. Por tanto, no hay razones para el escándalo.
Cuando el 15M, los partidos tradicionales invitaron a las masas de indignados a canalizar sus protestas presentándose a las elecciones. Ahí lo tienen. La crisis ha generado tanto sufrimiento que muchas cosas han cambiado, entre otras la comprensión de la mayoría con la manera con que se hacía política.
Ahora bien, siendo muy seria la crisis del bipartidismo y del actual sistema de representación, resulta del todo absurdo creer que una situación como ésta pueda resolverse con un simple cambio de rostros. La sempiterna tendencia de la mayoría de esperar que venga alguien a que nos saque las castañas del fuego. Resulta significativo que desde que Podemos abriga esperanzas de victoria las movilizaciones callejeras han desaparecido.
El cambio necesario, la regeneración obligada, no es de caras, aunque muchas, sin duda, habrá que cambiar; ni mucho menos pasa por un redentor; es un cambio de maneras de hacer, de propuestas, porque de no ser así estaremos ante un nuevo ciclo de desilusión. Y no puede ir tantas veces el cántaro a la fuente. La responsabilidad de todos los agentes políticos, los nuevos y los viejos, ante los tiempos inciertos que vienen, si queremos ser medianamente optimistas, es de órdago y no valen más milongas, como las que, por cierto, siguen repitiendo.
@VicenteLlorca
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