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Llamémosle Ismael. Bajo este nombre se esconde un asalariado que no quiere perjudicar su trabajo ni a su patrón. Desde su anonimato, explica lo que había ganado el día que habló con el periódico: 28 euros en cuatro horas. «Eso sale a siete euros por hora», dijo. De esa cantidad, nada le entró en su bolsillo.
El jueves, Ismael arrancó su taxi en la capital grancanaria a las 14.50 horas. Cuatro horas más tarde, a las 19.00 horas, el taxímetro le marcaba veintiocho euros. Todavía tenía que recaudar veintidós euros ese día para cubrir los costes. Al ritmo que llevaba, «a siete euros la hora», cuando cubriese las ocho horas de trabajo habría ingresado 56 euros.
Ahora empiezan los descuentos: el del gallina, es decir, el dinero fijo que el asalariado paga por trabajar cada día, que en su caso son cuarenta euros; y luego el combustible, que en esta ocasión fueron unos dieciséis euros.
De acuerdo con sus cuentas, a las ocho horas de trabajo en su bolsillo habrán caído seis euros. Y es a partir de ese momento, cuando su nómina empieza a materializarse. Todo lo que gane a partir de entonces es lo que llevará a casa.
«La calle está muy difícil, a veces te pegas una hora y media de trabajo y no consigues más que un viaje de dos euros», lamenta.
Su caso, sin personalizar, es el que los trabajadores del taxi expondrán la semana que comienza mañana a la Inspección de Trabajo. El jueves, la Asociación de Asalariados Unidos del Taxi mantendrá con sus responsables una reunión en la que tratarán de hacer entender a la Seguridad Social la necesidad de que el control de horarios no se aplique de modo estricto a los taxistas, puesto que, como le ocurre a Ismael, necesitan alargar su jornada laboral más allá de las ocho horas para garantizar el cobro de sus salarios. La situación es complicada. La nota emitida por el jefe de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social advierte de que «no es admisible que, con la invocación de la flexibilidad horaria que brindan las normas laborales, puedan perjudicarse los derechos de los trabajadores (...) mediante la prolongación indebida de la jornada laboral, mucho menos cuando estas prolongaciones se efectúan sin la necesaria y debida compensación en tiempo de descaso retribuido o en dinero».
Para Ismael, como para muchos de los ochocientos asalariados que trabajan en el taxi de la capital grancanaria, la solución pasa por una flexibilización de estos controles que impulsa la Seguridad Social. «La calle está mucho peor desde que empezó la crisis», reconoce Ismael, que acumula ya cientos de miles de kilómetros en sus quince años de profesión. De aplicarse la jornada de nueve horas, los asalariados consideran que se quedarán sin trabajo porque ya no podrán garantizar ni siquiera un salario que les permita mantener a sus familias. Al otro lado de la balanza está la ley y su aplicación en una semana que resultará fundamental para el taxi.
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