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Proclama de una fundación hace 536 años

Lunes, 23 de junio 2014, 01:00

Era el alba del día de San Juan. Por la Bahía de Las Isletas la mar estaba en calma; más allá, hacia el sur, en el frondoso palmeral que ceñía la desembocadura del Guiniguada, la brisa de los alisios soplaba fresca en el temblor de las palmas, e irisaba el agua cristalina y vivaracha de un generoso riachuelo. Por el horizonte, limpio, tenue aún, desperezaba de su sueño un sol isleño, faro de caminos atlánticos; y en su sereno resplandor se encendían las palmas como antorchas premonitorias del que sería un día singular, que abriría, definitivamente, las puertas de la Isla a un futuro nuevo, bien distinto. Y en el génesis de aquel 24 de junio de 1478, cuando se deshacían las tinieblas y la luz crecía poco a poco, cuando las aguas quedaban a un lado y, al otro, crecían las formas sinuosas, bellísimas, de una isla de arenas, de montañas que, parsimoniosamente, ascendían hasta las más altas cumbres, de una vegetación densa y variada, bajo un firmamento celeste, apenas moteado de nubecillas y con una espléndida luna de junio que se negaba a retirarse, cuando la noche ya no estaba y el día aún no lo era, alguien, en el esplendor de aquel comienzo inesperado, parecía exclamar, con el temblor de una breve oración: «que el alba nos sorprenda en este paraíso». Frente a Las Isletas, en la calma cálida de su bahía, un puñado de naves recalaban a esa temprana hora, y apenas rompió el día sus marinos se aprestaban a desembarcar, ágiles, inquietos, ávidos de adentrarse en el misterio hermosísimo de aquellas playas, de aquellos palmerales. Banderolas, gallardetes, guiones, flamean ya sobre la arena isletera junto a un altar enramado con palmas, donde dar gracias y pedir por un futuro que aún se desconocía, que aún era imprevisible en aquella hora tan temprana del día de San Juan, cuando aún no se había tomado decisión alguna, cuando aún no sabían que aquel día que había amanecido sanjuanero sería al atardecer, ya y por todos los siglos, día fundacional. Y tal era la emoción que, en aquella temprana hora, sonaron repetidos e intensos disparos de cañones, culebrinas, arcabuces y espingardas; salvas de una artillería que convocaban los fuegos de artificio, lo celebrados «voladores» isleños, con los que siglo tras siglo la ciudad se coronaría de colorido en la noche y de estruendos y fogonazos en las horas de la mañana en sus más destacadas y reconocidas celebraciones; fuegos con los que ahora, cada madrugada del veinticuatro de junio, Las Palmas de Gran Canaria recuerda que celebra su cumpleaños, el feliz aniversario de su fundación en aquellas playas de Las isletas y en el recoleto Real de las Tres Palmas, hace 536 años. Y la luz coronó las horas fundacionales de esta ciudad; luz de Dios, luz de la inteligencia humana y luz de la espléndida naturaleza atlántica entre la que emergía la isla en toda su grandeza. Entre las luces del alba se cantó la primera misa de esta ciudad, misa de las llamadas de La Luz, en honor de Nuestra Señora de Guía, advocación que, poco después, sería cambiada precisamente por la de Virgen de La Luz, Alcaldesa Perpetua de la ciudad, Señora de tantísimas tradiciones, leyendas, misterios e historias que hoy conforman la propia idiosincrasia de esta capital. Y aquel pequeño ejército bajo el mando de Juan Rejón en lo material, y del Deán Juan Bermúdez en lo espiritual, bajo los auspicios del Obispo Juan de Frías los tres juanes de la fundación del Real de Las Palmas, puso rumbo al sur por los arenales sin intuir que pocas horas después, por las informaciones de un viejo canario, por la protección que Santa Ana les brindaba la santísima madre de la Virgen a la que, por el amparo prestado en tan señalada jornada y la devoción que se le tenía, se consagraría años después la Catedral de Canarias, daría nombre a la Plaza Mayor y sería Patrona de esta ciudad, por la buena disposición de un Adalid Mayor llamado Fernán Guerra, todo aquel proyecto inicial se trastocaría, se cambiaría por otro que sería distinto y definitivo, sobre el que surgiría la empresa de crear los cimientos de una gran ciudad, capital de una isla señalada de siempre por la grandeza de sus habitantes, de sus recursos, de sus posibilidades estratégicas. Y si grande mereció ser reconocida la isla y sus gentes desde tiempos en los que Juan de Bethencourt se empeñaba en conquistarla sin lograrlo, mas grande lo fue esta isla y su capital a través de los siglos sucesivos, dando siempre la talla ante el enemigo externo, como en el caso de los ataques de Drake o Van der Does, ante las propias desgracias como las epidemias y hambrunas que se pudieron superar gracias a la nobleza de miras de sus gentes, ante hechos que cambiaron su destino como el trascendental paso de Cristóbal Colón, que no sólo descubrió un Nuevo Mundo, sino que resaltó a esta ciudad y su puerto como punto estratégico fundamental en las navegaciones atlánticas, o cuando todos fueron conscientes que, supusiera lo que supusiera, había que construir una gran ciudad, coronada por un grandioso edificio catedralicio, el monumento arquitectónico histórico más importante de toda Canarias, que fuera admirada y respetada mas allá de las fronteras insulares y que hoy es un verdadero Patrimonio de la Humanidad. En este día fundacional sintámonos herederos de toda esa alegría que nuestros antepasados amalgamaron a lo largo de cinco siglos, de la que hizo gala y bandera nuestra ciudad; sintámonos herederos de un júbilo constructivo, sano, fraterno y solidario, que nos ayude a mirar confiados al futuro, a un futuro que hoy crece sano y robusto en nuestras propias manos.

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