Precipicios
Ahora que la crisis ha terminado, a ver qué hacen en su tiempo libre todos esos voluntarios que reclaman un kilo de lentejas en la puerta de los supermercados. Se acabaron los gritos de Cáritas en su afán por despertar conciencias. No importa que oculten sus propios recuentos de miserias si así salvan una subvención municipal. La limosna es la política social que marca este nuevo ciclo de la economía, todo va bien aunque usted no entienda las cuentas públicas. Le pasa incluso a los mendigos, capaces de convertir en basureros las playas urbanas. No entienden que ese no es su sitio. Su miseria es ajena, desplazable, dicen los jefes de policía y quienes les nombran y protegen. No se percatan de que el buen turista se siente útil al depositar unos peniques en la mano si ducha de los abandonados. Así se integran perfectamente en el decorado navideño.
Los gobernantes de cualquier signo, y los actuales también, entran en fase de aceleración a medida que se pronuncia la cuesta abajo. El precipicio en política es el calendario, la limitación del mandato, el vencimiento de plazos para organizar asaltos al poder o la defensa del régimen establecido, según se esté dentro o fuera de palacio. Si por detrás vienen empujando jueces que agilizan sus deberes, melenudos irreverentes dispuestos a organizarse o cobradores de las deudas impagables del país, asuman que la felicidad puede imponerse por el bien de todos.
Traidor el que no reparta sonrisas y buen rollo estas navidades. Bastará un decreto para aliviar la tensión. A todos los que incumplan el imperioso deber de aplaudir al paso del carruaje se les aplicará la ley. Multas, destierros, mentiras. Cualquier veneno vale. En esta fase estamos; la ambición de Macbeth es la causa de su ruina, recuerdan estos días algunas obras teatrales. Que la realidad supera la ficción se comprueba sólo con ver a algunos ministros en televisión.