Pobres contados
El pobre es, por definición, escurridizo. No dice la verdad en las encuestas, porque sospecha de todas las preguntas. Le pasa lo mismo que al gato frente al agua caliente. No se puede acercar porque le escarda la penuria. En algunos barrios, los niños van sin comer a los colegios. Lo primero que aprenden es a callarse, no vaya a ser que por contar el apetito les crezca la desgracia. Uno no pide comida por vicio. Nadie se divierte rebuscando entre bidones. El primer negocio del pobre es el sustento. Todo lo demás es cáscara.
Las nuevas tecnologías no liberan las cargas del castigado. La estadística los desprecia; un hambriento en un comedor público sólo se cuenta por uno, aunque coma cuatro veces al día. Pero si se sube a la guagua cuatro veces, lo cuentan como cuatro viajeros. La Administración sólo multiplica con sus cómplices. Al pobre, si protesta, se le reduce. Se le saca de la fila, o se le aparta por la fuerza. Reciben mejor trato los farsantes.
Un expediente de carencias sociales nunca se termina en menos de tres meses. Si tarda seis nadie se extraña. Las viviendas sociales, por ejemplo; en Las Palmas de Gran Canaria hay 115 casas terminadas sin estrenar desde hace más de dos años. Casi 5.000 familias están inscritas para la rifa, lo sabe hasta el Gobierno canario. Pero el trámite aún debe esperar, al menos hasta el año próximo. No es tan grave el desahucio como la renuncia. Con la excusa de la deuda pública, ya no se construyen viviendas sociales. Los que pierdan el concurso, a joderse.
No cotiza lo mismo un desahuciado sin techo que uno sin hogar, que otro sin papeles; van en catálogos distintos, no vayan a sumar. Se discute mucho de esto sobre la moqueta municipal últimamente. Mientras el olor a podrido se extiende más allá de la ciudad.