Medianeros
Los consejos políticos de Coalición Canaria (CC) y Nueva Canarias (NC) refrendarán hoy, y el lunes se formalizará oficialmente, la alianza electoral entre ambas organizaciones de cara a los comicios generales del próximo 20-N. La unidad, aun no siendo confluencia orgánica, como se han apurado a aclarar, sobre todo desde la dirección de Nueva Canarias, ha provocado algunas críticas y no pocas sorpresas, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que una de las señas de identidad pública de NC ha sido el agrio discurso hacia quienes fueran sus compañeros de viaje y de los que se separaron, dijeron, para construir una alternativa y para hacer una política distinta en la que imperase la moralidad, la regeneración, el buen hacer y desterrase el mal gobierno, personificado en las gentes de ATI-CC y en sus medianeros en las otras Islas, como los llamaban hasta justo el día después de las últimas elecciones autonómicas, esas en las que NC logró sus mejores resultados y, paradójicamente, al mismo tiempo, los más amargos. Mayor presencia institucional y mucha menos, casi ninguna, cuota de poder.
Pero, como quiera que los tiempos condicionan las decisiones políticas y se barrunta un tsunami conservador, las circunstancias han obligado al reencuentro, a la vista de que la dispersión del voto nacionalista provocará una pérdida de representatividad en las Cortes Generales, donde, los hechos históricos lo demuestran, la presencia de un grupo canario ha brindado mayor protagonismo y sensibles mejoras a las Islas.
Sin embargo, en vez de aprovechar esta realidad y aplicarse a un decidido ejercicio de autocrítica y corrección de errores, activando los mecanismos precisos para atender con eficiencia a ese tercio de la masa electoral que sigue votando nacionalista y que de ir bajo unas mismas siglas sería la primera fuerza política del Archipiélago, lo que chirría con la intención de algunos de institucionalizar en las Islas, vía censuras, el bipartidismo reinante en el Estado; se empeñan, digo, en presentarnos este encuentro como un hecho meramente coyuntural, como si la argucia dialéctica sirviera para barnizar los despropósitos habidos hasta ayer y como si esta tierra no estuviera sobrada ya de coyunturalismos que han cercenado lo importante.
A ninguna de las dos partes le faltan razones para justificar sus desencuentros con la otra. Ahí están el mercachifleo, la indefinición, las deslealtades, los personalismos, las luchas mezquinas, el sectarismo, los enconos, y, sobre todo, haber consentido que la apuesta quedase sólo en atender a la aritmética parlamentaria para perpetuarse en el poder mientras se dilapidaba la posibilidad de construir una alternativa que podía haber dado personalidad y protagonismo a un proyecto autónomo, diferenciado, al margen de los partidos de «obediencia a Madrid».
Pero, ya ven, aún así el nacionalismo, en la medida en que sirve como instrumento para articular sociedades plurales, sigue teniendo vigencia y ahí está la responsabilidad de quienes están llamados a invertir la tendencia histórica de este movimiento en Canarias, que no es otra que la división.