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Me tienen caliente

Jueves, 1 de enero 1970

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Indignez-vouz! es el título de un libro de apenas 32 página, recientemente publicado en Francia, que en poco tiempo se ha convertido en todo un fenómeno editorial con más de un millón de ejemplares vendidos. La editorial Destino anuncia para el próximo mes de marzo su publicación en España. Su autor, Stéphane Hesel, de 93 años, que fuera miembro de la resistencia francesa contra los nazis y participante en la redacción de la Declaración de los Derechos Humanos, invita a los jóvenes a indignarse y a rebelarse pacíficamente contra el actual estado de las cosas, esas que tan mal van y de las que no emana ninguna señal de esperanza.

Según referencia del filósofo Augusto Klappenbach, este solicitado libro es una obra honesta, aunque en ella no hay nada nuevo. Sin embargo, sin alzar la voz, sin utilizar recursos retóricos enfáticos, con una estructura un tanto desordenada y con propuestas muy genéricas, ha logrado convocar a millones de lectores. ¡Curioso! Seguramente, el viejo resistente ha sabido plasmar en su texto el sentimiento de desconcierto de los muchos que siguen sin entender por qué aquellos que generaron la crisis, que en principio, nos dijeron, iba a servir para refundar el capitalismo, hoy se erigen como temibles jueces a los que los gobiernos han de rendir pleitesía y por qué la mayoría ha de sacrificar su nivel de vida actual para pagar las deudas que provocaron las élites financieras.

¡Qué cosas tiene el viejo resistente! Se atreve a decir obviedades como que si nos gobiernan los mercados para qué vamos a votar a los partidos. ¡Desde luego! En el lugar más inesperado surge la sorpresa.

¿No será que habrá que empezar a prestar atención al estado de ánimo de una gente abrumada por la subida de hipotecas, inflación, paro, pérdida de poder adquisitivo, recortes y más recortes, etcétera, etcétera, que empieza a decir: «¡Oiga, me tienen caliente!»

¿O tan distraídos estamos?

Bueno sería, también, atender a esas movilizaciones sociales que están teniendo lugar en Túnez, Egipto, Yemen, Jordania. ¿O es que nos creemos que lo del mundo globalizado es según para qué cosas?

Resulta llamativo cómo, de manera totalmente inesperada, han surgido esos movimientos; cómo de un momento a otro se pasó del desconcierto al cabreo, sin necesidad de líderes, sin necesidad de partidos políticos, valiéndose de las nuevas tecnologías que usan no para distraerse sino para resucitar reivindicaciones de fondo. Los mismos que ayer estaban asustados y sumisos, hoy están diciendo basta y reclamando mejoras sociales, pero también dignidad y coto a la corrupción.

No creamos que la indignación, o el me tienen caliente, en traducción libre canarizada, es exclusiva de los ciudadanos árabes que estos días abanderan una rebelión contra los desmanes que allí encarnan unas dictaduras dinásticas. La desafección que en este lado del mundo existe con la política, el que los partidos hayan perdido su condición de mediadores políticos, la precarización de la vida, el sálvese quien pueda, el «cómo están las cosas» como muletilla recurrente para justificar lo que quiera que sea, las recomendaciones a emigrar y el último que apague la luz, están socavando el sistema y no invitan a la sonrisa. Y así no hay manera de salir.

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