Martín Chirino: 90 años girando en la espiral de la vida
El 1 de marzo de 1925, nacía Martín Chirino. Lo hizo cerca de Las Canteras y aspirando, desde su primer aliento, el olor del hierro oxidado, pues su padre era jefe de talleres de los astilleros de la Compañía Blandy Brothers.
Su infancia transcurrió cerca del Puerto de la Luz. Desde ese momento, la fascinación que ejercían sobre él los cascos de hierro de los buques varados en las atarazanas donde trabajaba su padre lo empujaron a soñar con la construcción y desguace de los barcos, las herrerías y las fundiciones. Esos caminos lo llevaron hasta la escultura, una disciplina en la que se internó en 1940 y con la que ha conquistado los principales templos del arte del mundo.
«No sé si existe el colmo de la felicidad, pero en la vida se hace camino al andar, acumulando aquello que realmente necesitas», explica el escultor en conversación telefónica. No obstante, en opinión de Chirino, para acercarse a esta meta hace falta «ser y estar. Eso es lo que llamamos colmo de la felicidad, cuando esas dos cosas suceden, entonces puede ocurrir algo, es una cuestión espacial», sostiene el flamante nonagenario.
El escultor dice sentirse un hombre muy afortunado, aunque está convaleciente de una dolencia respiratoria que le obligó a pasar diez días en una clínica. «Cogí un virus en Canarias y me enfrié», comenta Chirino. «Estuve relativamente grave, pero a mi edad cualquier cosa puede ser grave», confiesa.
No obstante, asegura que se siente bien con su nueva edad. «Los años no importan. Son un incidente más en mi vida. Los días pasan, se van juntando y cuando te das cuenta tienes 90 años. El lunes (por el 2 de marzo) estoy allí. Lo más probable es que lo celebre en mi tierra», comenta doblemente ilusionado, porque el 3 de marzo piensa firmar un convenio entre su fundación (Fundación Arte y Pensamiento Martín Chirino) y la Fundación Auditorio y Teatro de Las Palmas de Gran Canaria para la gestión del Castillo de la Luz.
Si todo va según lo previsto, la emblemática fortificación de La Isleta mostrará a finales de marzo 25 de sus esculturas realizadas entre 1950 y la actualidad. «Por fin, el camino ha sido largo, pero parece que la cosa va a funcionar», comenta el artista desde Madrid.
En su opinión, el Castillo de la Luz es un espacio hasta ahora poco valorado por la ciudadanía que se convertirá «en un buen escaparate, en un icono de la ciudad».
Su aspiración es que la colección vaya creciendo con más piezas escultóricas y con una biblioteca. «Todo se andará. Hay que ir poco a poco», apostilla.
En general, Chirino tiene pocas certezas. Quizá porque su espíritu reflexivo tiende a cuestionarlo casi todo. Una de sus pocas certezas es su fe en Dios. «Sí, claro, lo tengo clarísimo. Soy un hombre religioso», confiesa.
Con menos contundencia se pronuncia respecto a si siente que ha alcanzado los objetivos que se ha propuesto o si le queda mucho por hacer. «No lo sé. Entre la realidad y el sueño siempre hay un espacio grande. Uno se propone las cosas, aspira a ellas, las añoras y la realidad luego es la que cuenta. Hay que saber cómo convivir con ella», comenta. Pero reconoce que se encuentra en un momento trascendental de su vida. En el momento del regreso a su tierra de la mano de su Fundación y el Castillo de la Luz. «Me parece bonito que, ahora, a los 90 años, se produzca la vuelta al origen. Es importante para mí que, después de tantos años deambulando por el mundo, vuelva a un lugar reconocido, al punto exacto donde nacieron las cosas, donde hay que estar para poder entenderme y para darme a entender a los demás», sostiene el escultor.
Y es que el artista abandonó la isla a finales de 1955. Un exilio casi obligado si quería que su arte trascendiera las fronteras del Archipiélago, aún muy reticente a la modernidad.
«Emprendí un viaje iniciático, el clásico viaje de Ulises. Y después de dar la vuelta al mundo, he vuelto otra vez a las mismas costas para encontrarme otra vez con lo que añoraba y no sé si va a ser igual», explica el artista.
Tampoco el escultor es el mismo muchacho que emigró junto a Manolo Millares, Manuel Padorno, Elvireta Escobio y Alejandro Reino. Aquel ímpitu juvenil que lo obligó a marchar, no fue tal. «Yo no fui joven sino apasionado por saber y vuelvo con una gran acumulación. Mi experiencia es importantísima y la reflexión sobre muchísimas cosas. Lo que va a ser interesante es la constatación de dos variables; el tiempo y el ser», manifiesta sobre su retorno.
De todas formas, Chirino tampoco sabe con certeza si se radicará definitivamente en Gran Canaria. «Dentro de mi plan de vida, Madrid es mi estudio principal, donde he desarrollado mi vida. Canarias es como mi armario, donde he ido guardando todo lo que realmente amo y necesito, y donde está más cuidado, a lo que siempre he aspirado. No lo sé, la dislocación se puede dar. El lugar siempre existe», dice el artista envolviendo su futuro en misterio.
De hecho, se resiste a hablar de sus proyectos. «A mí, lo que me preocupa y me interesa es existir. Lo que me sucede es lo mejor que me puede suceder, y lo que me está sucediendo es parte de mi historia, de mi vida». Y, llegados a este punto de su existencia, su mayor tranquilidad reside en la coherencia. «Afortunadamente asegura no he sufrido la dicotomía de ser una manera y pensar de otra», subraya este creador que, en todo caso, tiene entre sus proyectos más inmediatos deshacerse de «muchas cosas. Limpiar el bosque y trazar el camino».