'Love Battles': Un bolero repetitivo y violento
La sección oficial exploró ayer terrenos pantanosos con el galo Jacques Doillon y su película Mes Sèances de Lutte (Love Battles). Su obra, el retrato del enamoramiento pausado de dos sadomasoquistas, es una suerte de película de acción donde los cuerpos de la pareja entablan una endemoniada, bella y cansina coreografía.
Las relaciones de pareja siempre son complicadas, implican cierta negociación para sacrificar un poco de la individualidad en pos del bien común. Si a eso le sumamos la tensión sexual y los problemas propios de cada uno, nos encontramos ante una gran fuente de conflictos.
El cineasta francés Jacques Doillon ha materializado en la pantalla este nudo gordiano a través de una película llena de plasticidad y acción, donde la pareja protagonista se relaciona físicamente.
La coreografía arranca cuando ella, incapaz de afrontar los problemas de su entorno familiar, busca una vía de escape para dar rienda suelta a su rabia. Para ello, encuentra la complicidad de un viejo amigo con el que tenía una cuenta sexual pendiente. Él se prestará a participar en estos juegos terapéuticos.
A partir de la primera lucha, la tensión y la violencia se desatan y, poco a poco, con cada nuevo encuentro de su insólito noviazgo, la pareja hallará en el sadomasoquismo la expresión de su pasión.
En total, 98 minutos de acción y violencia envueltas en la plasticidad que ofrecen los dos cuerpos escultóricos y fibrosos bañados por la luz.
El arriesgado, y probablemente doloroso, trabajo actoral de Sara Forestier y James Thiérrée sostiene una película que, por el planteamiento una pareja ante la cámara del cineasta podría recordar a la trilogía de Richard Linklater, donde el enfrentamiento dialéctico se sustituye por patadas, empujones, embestidas y tortazos.
La película, por momentos, carece de interés y se vuelve monótona y repetitiva a pesar de que la pasión brutal ofrece bellas estampas, cargadas de erotismo.
El resultado final de esta pieza de Jacques Doillon, al que califican de cineasta maldito, es una especie de bolero de Ravel, cadencioso y apasionado, bailado de forma violenta en una coreografía imposible. Un espectacular ejercicio de danza en la pantalla grande que se apoya en una historia demasiado endeble para resistir su peso.
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