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La penúltima ovación a un icono eterno

Domingo, 19 de enero 2014, 23:09

Salió del campo cabizbajo, meditabundo. Como si pidiese perdón por ganar al que hace unos meses era su escudo. La alegría de los tres puntos golpeaba abruptamente con el recuerdo de un pasado glorioso en el mismo escenario. Juan Carlos había abandonado en verano el Deportivo por la puerta de atrás, buscando la complicidad del hogar en la Unión Deportiva.

Salió obligado por la deficitaria gestión de un presidente, Augusto César Lendoiro, que se había convertido en su mayor confidente y amigo, con permiso de Manuel Pablo, en las entrañas de Riazor. El descenso a Segunda División, como había demostrado tres años antes en una decepción parecida, era secundario. El mito de El Flaco también se ha forjado en Segunda División.

Casi llegó tarde a su cita con Riazor. Medio centenar de aficionados con el 21 a la espalda, se agolpaba en la recepción del hotel, como el día antes en el aeropuerto y a su llegada al Hesperia A Coruña. El partido había quedado desenfocado desde aquel 3 de junio cuando se despidió con lágrimas en los ojos y se supo que el Deportivo tendría que jugar en Gran Canaria.

Bramó Riazor al verlo de nuevo, aunque con un escudo extraño, salir por la boca de vestuarios al campo. Con la mirada perdida, y abrumado por las muestras de cariño, Juan Carlos comenzó desnortado el encuentro. Debatiéndose entre defender o atacar, entre los sentimientos del pasado y el compromiso de su presente. Sin embargo, si hay un futbolista que no pasa por sospechoso ese es Valerón.

Tras unos minutos desnaturalizado, el tiempo en el que retumbó el eco de su nombre junto a la Torre de Hércules, Las Palmas comenzó a bailar a su ritmo. Acompasado, le basta con andar para marcar diferencias. Bien custodiado por Apoño unos metros más atrás, Valerón comenzó a multiplicarse por el terreno de juego, tanto para hilvanar ocasiones en el área deportivista como para achicar en la propia. Una tarea, esta última, a la que renuncian algunos genios y muchos divos millonarios. Sin embargo Valerón es diferente, ha hecho de la modestia su virtud más reconocible a pesar del amplio catálogo de recursos que atesora.

Sin embargo este no fue el mejor partido de El Flaco. Otras tardes más lúcidas le dieron trascendencia internacional, pero ayer con poco fue el mejor y contribuyó activamente en el triunfo de su equipo. De Las Palmas. En un ejercicio de asociación y paciencia eterna, construyó la remontada que catapulta las aspiraciones de su equipo en detrimento de un Deportivo que aún no parece haberse recuperado del todo de su ausencia. Líder pragmático hasta ayer, el conjunto de Fernando Vázquez no tiene faro ni un líder icónico que les guíe en la oscuridad. Sobrevive con contragolpes rudimentarios y el halo que le confiere aún un escudo que imanta victorias sin consistencia.

Y con el 1-2 en el marcador, y el Deportivo perdido en sus carencias, Valerón hizo suyo el partido. Lo llevó a su terreno, pues nadie mejor conoce Riazor que El Flaco. Al final, otra ovación de muchas. A Juan Carlos se le perdona todo.

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