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Irse a La Habana

Lunes, 28 de noviembre 2016, 00:00

Fue casualidad. El sábado, el día que conocimos el fallecimiento de Fidel Castro, almorcé en un restaurante de comida estadounidense. Lo típico: aros de cebolla y paredes revestidas por retratos en blanco y negro de cowboys y actrices de Hollywood. Mientras tanto al fondo del establecimiento una televisión daba cuenta de cómo eran las primeras horas en La Habana sin Castro. Él había muerto y yo, como otros tantos, éramos consumidores de las costillas a la barbacoa exportadas por los yanquis a medio mundo. Y pienso en el procesamiento (toda una pantomima) y ejecución del general Arnaldo Ochoa, héroe de la revolución que combatió en África a cuenta del idealismo socialista, y al que los hermanos Castro tuvieron que liquidar porque era un claro competidor justo cuando ya se oteaba el derrumbe de la Unión Soviética. Y cavilo en cómo las dictaduras, como en las democracias, no nos engañemos, la traición y el reparto de la culpa forma parte del juego político. No es fácil tener siempre bien alineadas las lealtades; máxime, cuando vienen mal dadas y sabes que puede de repente volverse en contra apoyos de antaño. Castro, que decía no tener miedo a la muerte, sabía que generaba igualmente odios. Ningún carisma cubre todos los espacios. Y, de hecho, sorteó multitud de intentos de magnicidio. Pero también es oportuno acordarnos del maestro del fotoperiodismo Enrique Meneses que fue el primero en subir a Sierra Maestra y fotografiar al comandante. Ya me gustaría coger el primer avión con destino a La Habana en calidad de enviado especial de este periódico. Y tener unas semanas, corriendo esta cabecera con los gastos, para vivir una de esas ensoñaciones míticas del reportero en búsqueda de pasiones y aventuras donde las horas de la noche siempre se hacen cortas. Pero en aquel restaurante del sábado quedaba patente que solo había un ganador de la Guerra Fría. Al final, la sociedad de consumo impera y, ya puestos, hasta las costumbres e inventos comerciales estadounidenses (ahora que sobreviene la Navidad) se expanden en detrimento de la espiritualidad o la sencillez de los festejos. El Muro de Berlín cayó y hoy hacen cola en Europa del Este por hacerse con uno de esos menús de las cadenas de hamburgueserías estadounidenses. Castro sobrevivió al desplome del denominado socialismo real. En su isla, inamovible y depositario de todo el poder; arropado por una nomenclatura que aún no se atreve a emprender las reformas necesarias y rubricar un aperturismo democrático. Todo seguirá igual, aunque solo quede el legado del comandante que otros ya se encargarán de recordar a cada rato.

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