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Gran Canaria y la Navidad

Jueves, 1 de enero 1970

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Como cada año la vegueteña Plaza de Santa Ana, como las plazas de muchas otras localidades grancanarias, luce sus galas más alegres para resaltar la Navidad isleña que, en estas noches, afina sus oídos para escuchar el repique alegre, al mar y a la cumbre, de las campanas que anuncian, entre villancicos y voladores, que la fiesta de los nacimientos, del niño chiquito en el portal, ha comenzado. Si como nos dice el más tradicional de los villancicos isleños, «desde la costa a la cumbre, todo canta con amor, en estas Islas Canarias, al Niño Dios Redentor», también nosotros en estos días tendremos que transformarnos, de verdad con nuestra actitud de amor, de solidaridad, de entrega a los demás, en figuras de un hermoso y entusiasta nacimiento viviente, que tenga por escenario las costas, las medianías, las cumbres, las ciudades, pueblos y villas de Gran Canaria, desde la que, en esta Navidad, se irradie, convertida en el más potente de los faros marinos, un hondo mensaje de paz. Un nacimiento isleño en en ser y sentir de su vida cotidiana, que en la tarde del 25 de diciembre se plasmará artística y amorosamente en el nacimiento isleño viviente que ofrecen los vecinos de Veneguera. Desde Gran Canaria, desde su plaza mayor de Santa Ana, testigo del discurrir de nuestras vidas, de las de muchas generaciones que nos precedieron en sus cinco siglos de historia, a la luz del Abeto de NoeI y con la mirada atenta puesta en el nacimiento que aquí también se instala, como en los de muchos patios y salones de casas cercanas en los barrios de Vegueta y Triana, al igual que a través de toda la geografía insular continuando una tradición isleña secular, símbolos de ese espíritu de fraternal cosmopolitismo que identifica y enaltece a sus vecinos, y que les une estrechamente a tantos pueblos del norte y del sur, de uno y otro lado del Atlántico, con un villancico que florece espontáneo e irreprimible en todos nuestros labios, debemos recordar también la Navidad de nuestros antepasados, la que hacía de toda Vegueta y Triana, de la isla entera, un orbe casi mágico en los días en que las misas de la luz señalaban la llegada de la Navidad; y recordar es rescatar, como han hecho posible los nuevos y entusiastas belenistas, que cada año nos ofrecen la posibilidad de disfrutar de una larga y maravillosa ruta de nacimientos en muy diversas poblaciones de Gran Canaria. Miro a la catedral y sus piedras centenarias, sus altas torres, su reloj de tiempo lento y minucioso, me traen el recuerdo y la añoranza de la infancia, de todas las infancias que, con el suave murmullo de la Misa Pastorella del grancanario maestro Valle, cada Nochebuena, como fondo persistente, vivieron su navidad en la intimidad de estas calles y patios, donde los nacimientos florecían con la imaginación fecunda de los niños, pues al llegar diciembre, desde los días de la Inmaculada y de Santa Lucía, un nerviosismo misterioso, una cierta inquietud, parece apoderarse de todos ellos. Por toda la isla, en cualquier rincón de su capital, de sus barrios fundacionales, el ánimo está ya predispuesto a lo íntimo, a lo fraterno, al sentimiento profundo, pues estas fiestas, muy por encima de cualquier otra consideración material o banal, nos llaman a la solidaridad, a la comprensión, al amor. Como ayer, como en siglos pasados, en los que, según dejó escrito, en sus Recuerdos de un Noventón, Domingo José Navarro, «pocas eran las casas que no tuvieran su Nacimiento...Unos más sencillos, otros más complicados, todos objeto de continuas entradas y salidas para satisfacer la curiosidad hasta el día de la Candelaria que terminaba el largo visiteo», hoy los belenistas de Gran Canaria, desde su fervor navideño, son testimonio de esa luz grandiosa que, en un humildísimo pesebre, vino una nochebuena a traernos la esperanza, el amor y la paz para todos los hombres de buena voluntad. Navidad tiempo en el que los grancanarios dejan que «la llamada de los belenes» prenda, con su ineludible mensaje de esperanza, en lo más íntimo de sus sentimientos, en la vida cotidiana de cada hogar, para que de esta fiestas, y en los tiempos tan difíciles que atraviesa la humanidad, salga reforzado su compromiso con el amor y con la paz. Por ello, si son días de furrungeo de timples y guitarras, de voces alegres que cantan a la Navidad, también será hermoso que los labios hilvanen los más alegres villancicos para señalar nuestro espíritu de solidaridad. Yo me uno a todos ellos, en esta Navidad en Gran Canaria, cantando yo también los primeros versos de un villancico propio que dice como «De la media noche pa el día/ repican las campanas, furrunguean una isa, y el niño chiquito/ que de frío lagrimea/ cruza sus dos bracitos/ bendito sea». Paz en la tierra y gente de buena voluntad en estos días y para el 2016.

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