Fiesta rockera
«En el teatro Cuyás se vivió algo parecido a una fiesta en casa, con karaoke rockero incluido».
No es fácil convertir el teatro Cuyás en una pista de baile y menos aún si lo que suena es rock. Sin embargo, el showman Asier Etxeandia supo hacerse con los espectadores que acudieron al teatro de Viera y Clavijo y menearlos como si fueran monedas en sus bolsillos. El actor vasco los convirtió en amigos invisibles invitados a una fiesta muy particular en la habitación de su casa.
Desde el primer momento, este huracán escénico desplegó toda su capacidad dramática para conmover al público con sus recuerdos infantiles e íntimos, salpicados de las desgarradoras interpretaciones de Volver, de Carlos Gardel; Luz de luna, de Chavela Vargas o Puro teatro, de La Lupe. El resultado, a los 15 minutos de función ya se había hecho con las riendas de su fiesta.
Lo que vino después fue una mezcla entre un cabaret renovado y transgresor sin llegar a caer en la ordinariez y un gran concierto de versiones en el que Etxeandia puso toda su energía y capacidad gestual para llenar las canciones de contenido y transmitirlo incluso ayudándose de carteles. Porque, sencillamente, eso fue lo que hizo; interpretarlas, reforzar su potencia, lanzarlas al público y hacerlas explotar contagiando con su onda expansiva a todo el coliseo, levantándolo de sus butacas.
Lo consiguió gracias al trabajo de tres multiinstrumentistas maravillosos, capaces de variar de registro y de instrumento continuamente y también gracias a un repertorio musical muy escogido, desde Psycho Killer, de Talking Heads; Rock ‘n’ Roll Suicide, de David Bowie; Getsemaní de Camilo Sesto, en Jesuscristo Superstar, o Me and Bobby McGee, de Janis Joplin.
Durante dos horas y media, el gran anfitrión apenas dio un respiro al público que tomó parte en una obra donde se bailó mucho y se habló poco.
El derecho a la diversidad, el amor, la política, la religión y los carnavales asomaron entre canción y canción de la mano de este arrollador maestro de ceremonias, a veces trasmutado en un canalla salido de La ópera de los tres centavos, de Brecht, y otras, en un joven inadaptado y soñador salido de un colegio de los jesuitas de Bilbao.
De cualquier forma, no fue El intérprete un espectáculo convencional. Si acaso, podría decirse que fue una experiencia feliz en la que el público se convirtió en una extensión del actor.
En el Cuyás se vivió algo parecido a una fiesta en casa, con karaoke rockero incluido. Y quizá sea precisamente esta buena onda, respaldada en la comodidad y la intimidad de un hogar, la base del éxito de este espectáculo que lleva dos años y medio de gira. Y es que los guateques pasaron a la historia. Posiblemente porque ser un buen anfitrión requiere un esfuerzo y una generosidad que no comulga con el individualismo reinante.
Y así, como en cualquier buena fiesta, el final lo marcaron los vecinos. Suele pasar.
FICHA
Dramaturgia: Álvaro Tato. Dirección de escena: Álvaro Tato, Lautaro Perotti y Santiago Marín. Intérpretes: Asier Etxeandia, Tao Gutiérrez , percusión y electrónica; Guillermo González, piano; Enrico Barbaro, contrabajo. Dirección musical: Tao Gutiérrez