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Elena Asins era una mujer menuda, pero su interior albergaba un universo. La artista multidisciplinar y escritora falleció el lunes en Navarra. Esta creadora, nacida en Madrid en 1940, peregrinó durante toda su vida por distintos países y territorios del conocimiento, incluyendo el net-art y la poesía.
En su cuerpo enjuto y algo corvado cabían muchas cosas. Asins era matemática, escritora, conferenciante, crítica de arte y, sobre todo, creadora plástica. Esta madrileña errante protagonizó más de 40 exposiciones individuales en España, Francia, Alemania y Estados Unidos.
Pionera en el arte conceptual, al que se acercó desde la abstracción geométrica, sus obras están presentes en las colecciones del Reina Sofía, Instituto Valenciano de Arte Moderno o del Spanish Institute de Nueva York.
En España, su trabajo fue inicialmente olvidado y posteriormente rescatado. Fue a partir de 2006 cuando le empezaron a llover los premios. Un reconocimiento unánime que se vio confirmado en 2011 cuando le concedieron el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Un año después, en 2012, visitó Gran Canaria para explicar su concepción de arte en una charla organizada por la desaparecida Cátedra Josefina de la Torre en el Centro Atlántico de Arte Moderno. «Me gusta la perfección. Toda obra de arte, en el fondo, lo que busca es lo que no se encuentra en la cotidianidad, por eso yo busco la perfección. Mis obras son una punzada del infinito, que no encontramos en la vida diaria», contaba Asins acerca de una línea de investigación que abrió en 1967, cuando la Universidad Complutense puso un ordenador, traído de Estados Unidos, a disposición de un grupo de artistas, entre los que se encontraba ella. Luego, con la mediación de Noam Chomsky, completó su formación en el ámbito del computer art en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
Fue así como nacieron sus obras más características: bloques y figuras geométricas en blanco y negro que danzan en un baile eterno en grandes pinturas, largos conjuntos escultóricos o vídeos. Sus piezas son fruto de algoritmos que adoptan su forma gráfica a través de programas informáticos. «Son grupos de puntos que se mueven en el espacio. En realidad me interesa la transformación del tiempo, como en el cine», explicaba la creadora sobre su trabajo.
DIRECTA, LÚCIDA Y CONTROVERTIDA. «Si un panadero hace un pan con amor es una creación artística», comentó Elena Asins una mañana dominical de marzo de 2012 frente a una audiencia compuesta por creadores, críticos, arquitectos, galeristas y amantes de la reflexión. Su audacia encendió el debate en la sala polivalente del CAAM.
«La cultura es un sentimiento espiritual que se está perdiendo. La universidad es una industria del conocimiento; la arquitectura responde a la industria de la construcción y el cine, a la industria del entretenimiento. El espíritu transcendente que tenía el arte en los principios de la humanidad se está perdiendo en favor de una frivolidad absoluta», sostuvo la escritora y artista plástica cuya vida tuvo como escenarios Francia, Estados Unidos, Alemania y que, por último, se refugió en la naturaleza del valle de Larráun (Navarra).
Según contaba, el arte, en lugar de buscar la trascendencia, ha pasado a ser «un bien de consumo de acceso restringido a unos pocos porque sus precios son privativos».
Una circunstancia absurda porque, en su opinión, el arte no pertenece al que lo compra, ni siquiera al que lo hace. «Los coleccionistas no son poseedores de las obras, son tenedores, la obra es patrimonio de la humanidad», sostuvo.
Sin embargo, Asins entendía que estos aspectos escapan a una sociedad empeñada en convertir el arte en un bien de consumo. «El galerista es un comerciante, como el que vende patatas», y el crítico, «el que califica su categoría», espetaba.
UNA VIDA DIFÍCIL. Aunque Elena Asins creó su propio lenguaje basado en la transformación de las formas geométricas mediante herramientas informáticas, sus pinturas, vídeos y esculturas apenas fueron reconocidas en España hasta bien entrado el siglo XXI. Tuvieron que pasar muchos años antes de que su obra fuera entendida y apreciada por la crítica y el público. «Mantenerme al margen fue una especie de suicidio. He tenido una vida difícil. No he recibido ayuda de nadie, lo hice todo sin dinero y, además, era mujer. Mi obra no era lo que estaba de moda. Tenía muchas cosas en contra y he pagado por ser yo misma. Pero, a pesar de todo, sigo siendo la misma», afirmaba orgullosa acerca de su resistencia creativa.
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