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Esculturas y enología

Miércoles, 16 de diciembre 2015, 11:52

El Monte Lentiscal es un espacio que aún tiene pendiente un gran proyecto que retome y encauce de forma efectiva y notoria las enormes posibilidades de las que todo el mundo habla, incluso con sonoras y enormemente plausibles iniciativas en las últimas décadas, pero que no ha habido forma de que tomaran cuerpo, como los buenos vinos. Un patrimonio no solo vitivinícola, natural y etnográfico, sino incluso artístico y literario que hace de la zona un orbe sugerente, de enorme atractivo, ineludible en la concepción del alma grancanaria; un espacio de cultura que me viene a la mente estos días cuando a Pedro Lezcano le han concedido el Día de las Letras Canarias 2016 -«Es el mundo y es tierra, y hay que amarla con llanto,/ con tranquila pisada, porque es tierra de siembra...»-, cuando se ha conmemorado el centenario del nacimiento de Antonio de la Nuez Caballero -«El hotel de los helechos arborescentes. Algunos domingos llegábamos hasta él. Pero por lo general nos quedábamos en la bodega de los Bravo»-, o cuando hace unos pocos días la escultora Cristina Vasallo inauguraba, arropada en la grata y montelentiscaleña intimidad de la Bodega Volcán, una sugerente muestra de su obra última, Abrazos, que constituía toda una proclama de un ser y sentir, de unos sentimientos y una visión de la existencia que florece y toma cuerpo en la misma lava volcánica donde dormitan fecundamente los sarmientos. Hace escasas fechas, quizá por San Andrés, la Bodega Volcán celebraba la llegada del vino nuevo una antigua tradición europea que llegó también a las islas-, y ahora con la obra de Cristina Vasallo también celebra y reclama la necesidad de que al Monte Lentiscal arribe un tiempo nuevo donde cultura y enología, medioambiente y tradiciones se aúnen en un fuerte abrazo que abra un camino de futuro afianzado en tantas y tantas tradiciones y valores patrimoniales que deben ser puestos al alcance y disfrute de todos, de grancanarios y de visitantes. Y todo este ser y sentir, todo estos sentimientos, se apercibían aquella noche inaugural en los rostros de cuantos se encontraban con unas figuras que, desde sus sugerentes abrazos, desde la madre que ya abraza al hijo que lleva en su vientre, a ese abrazo postrero al ser querido que se acaba de ir definitivamente, nos hablan de algo esencial al ser humano, la comunicación, sin la que no habría comunidad ni asociación, ni cultura ni civilización alguna; una comunicación para la que el ser humano fue dotado con el don de la palabra, del oído, pero ante todo y previamente con esos brazos que se entrecruzan con otros para señalar como aquí estamos para el encuentro. Vino, arte y literatura, savia y esencia de un orbe que sueña sereno a la sombra del silente volcán; abrazos que ahora, desde la mano enormemente creativa de Cristina Vasallo, nos abren toda la universal intimidad de una comarca grancanaria donde la creación artística siempre ha tenido también vigorosas existencias; unos caldos que nos hablan de cómo el porvenir no está en el mero recuerdo de unas tradiciones, sino en la inmensa potencialidad que tiene la innovación y el buen hacer si se crea y recrea asentados en la solidez del patrimonio que se nos ha legado. Por fin, tras muchos años, estos días en la Bodega Volcán y ante la obra escultórica de Cristina Vasallo he podido entrever que el futuro y las potencialidades del Monte Lentiscal abren una puerta al porvenir, a una oferta donde tradición y vanguardia garantizan su progreso.

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