Para Puri Benito, responsable del Laboratorio de Fitopatología del Cabildo, la propagación que ha experimentado desde hace tres años hace del picudín la última «plaga» que invade los palmerales grancanarios. Aunque el coleóptero se empezó a detectar en ejemplares de jardines turísticos del Sur desde el año 1998, es ahora cuando se ha confirmado que, despacio y sin llamar la atención, se ha ido desplazando hacia el Norte y hacia el interior, aunque aún no se haya visto en palmerales silvestres.
Sobre un tronco de palmera del parque Romano de la capital, Benito muestra los efectos en el perímetro de las larvas, que convierten en tejido muerto. Por las heridas frescas que puedan tener las pencas entran en la palmera, abriendo galerías en las hojas y adelgazando el cogollo. El resultado: hojas apenadas, palmeras adelgazadas y desplome final.