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Eficiencia desapercibida al servicio del colectivo

Eficiencia desapercibida al servicio del colectivo

Jueves, 1 de enero 1970

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Su gol es una rentable anécdota. La consecuencia de una inercia feliz, la recompensa al buen trabajo. Y aunque su misión en el campo pueda pasar inadvertida, el valor de su aportación vale quilates en el aún indefinido organigrama de Sergio Lobera.

Rodeado por ilustres como Apoño o Valerón, el trabajo de Vicente Gómez queda sepultado ante la cegadora influencia de sus compañeros. Con más galones y kilometraje en la élite.

Sin embargo, aún sin los automatismos sin engrasar, el trabajo del canterano se erige indispensable en el desdibujado engranaje presente de Las Palmas. El valor del sudor de Vicente es doble teniendo en cuenta que, en un puesto superpoblado y con exigencias históricas, el canterano partía la temporada con el rol de figurante entre la interminable ristra de mediocentros con la que cuenta el entrenador.

Sin embargo, sin aspavientos y apenas bagaje, Gómez, acusado a veces de tibio, se ha consolidado en un equipo trufado de jugadores con más ascendencia dentro y fuera del campo. Vicente se ha hecho un hueco a codazos, pero sin levantar polvareda. Sacrificado, nunca escatima esfuerzos, también ha crecido futbolísticamente a medida que ha acumulado autoestima y jornadas en las botas. Incluso, como ayer, también en Gijón la jornada anterior, consiguió ensombrecer a Apoño en el manejo de los tiempos y la brújula del equipo.

El malagueño, que significativamente erró la sentencia desde los once metros, encarnó contra el Alcorcón el contrapunto a su compañero en la sala de máquinas. Como si los papeles se hubiesen intercambiado, el veterano pecó de novato fajándose en guerras superfluas, reduciendo su influencia con el balón.

El gol del triunfo, su primer tanto como amarillo en el Gran Canaria, supone el reconocimiento al esfuerzo de un jugador que a veces pareció perderse en el ostracismo, atropellado por las circunstancias y el fulgor de otros coetáneos con más magnetismo y foco. Empequeñecido por la generación Viera, Vicente siempre ha permanecido paciente en un discreto segundo plano.

Su rol, poco justipreciado en el fútbol moderno, da equilibro y disimula los defectos de una Unión Deportiva aún en construcción. Ayer, al margen de su iluminada aparición en el área contraria, tapó agujeros, corrigió imprudencias de sus compañeros y sirvió de guía.

Porque, aunque se deba emplear en las catacumbas del campo siempre atento para prevenir problemas a su espalda, Vicente nunca ha disimulado su alma de llegador inesperado. Ayer, incluso, pudo redondear su actuación con un gol de artista si el asistente no se hubiese percatado de algunos centímetros de más.

Al final, no importó. Bastó con su oportunismo, casi de puntillas en el área rival, para conceder tres puntos sin brillo pero trascendentales para mantener al equipo en el camino. Su sustitución, a falta de veinte minutos, lejos de ser una censura pública, sirvió de homenaje improvisado a un futbolista que parece haber alcanzado la madurez siempre al servicio del colectivo.

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