Confesiones literarias
«Aunque he ido varias veces a Venecia, conozco la ciudad porque sigo las andanzas del comisario Brunetti con un mapa al lado», comentó la experta en artes plásticas Hilda Mauricio. Antes de dormir, entre las sábanas y durante un par de horas, disfruta paseando de la mano de Donna Leon por los callejones más oscuros de la ciudad de los canales. Además, mientras hablaba de sus hábitos de lectura, Mauricio se percató de que sus libros favoritos están escritos por feministas y comunistas, como Pentimento, de Lillian Hellman o La mujer habitada, de Gioconda Belli.
Esta es solo una de las confesiones de las muchas que se pudieron escuchar en la Biblioteca Insular a través de las 120 microentrevistas que el escritor y editor Carlos Álvarez realizó durante todo el día a lectores empedernidos, escritores, editores y gentes de la cultura.
Allí compartieron recuerdos infantiles sobre el primer contacto con los libros. Como el que relató la escritora Pino Monzón, una niña de la posguerra que buscó con ansia este encuentro. «Tenía hambre de cultura. Crecí sin libros. No los había ni en casa ni en el colegio», rememoró Monzón, que solo tenía a su alcance los best-seller del nacionalcatolicismo: la serie Vidas ejemplares de los santos. «Mi primer libro lo cogí de la basura. No recuerdo el nombre porque no tenía portada. Eran poemas y pequeñas obras de teatro», dijo la autora que, en cuanto ganó su primer sueldo, empezó a visitar las librerías. «Por favor, no abandonen los libros», pidió Monzón que llevó una antología de poesía española también rescatada de un contenedor de basura.
Victoria Galván, la directora del Museo Pérez Galdós, sería incapaz de hacerlo, ni siquiera de deshacerse de un mal libro al estilo de Pepe Carvalho. «De los libros siempre se saca algo útil», apunta la profesora de Literatura que sostiene que es una materia difícil de enseñar porque la lectura es una experiencia personal. «Lo que podemos hacer los profesores es transmitir la pasión por los libros», sostiene Galván, cuyas lecturas juveniles fueron lacrimógenas. «Tuve una época de llorera. El diario de Ana Frank me impactó y con La cabaña del tío Tom también lloré», confesó esta lectora «infiel» que lleva varios libros al retortero. Ahora está embarcada en 2666 de Roberto Bolaño y en Conversaciones con Buñuel, de Max Aub: «tiene la visión de España de dos cerebros privilegiados».
A la responsable de la editorial Attikus, Guadalupe Martín, le marcó El corazón de piedra verde, de Salvador de Madariaga. Una historia que también se le quedó clavada a su madre, tanto que le puso a su hermana el nombre una de las protagonistas del libro sobre la conquista de América: Iztac Xochitl.
Las 120 personas que pasaron por la terraza de la Biblioteca Insular llegaron a la lectura por muchas vías. En el caso de Mario Sánchez fue Michael Ende el que le despertó el interés por la literatura. «Abrió una puerta y me dijo: ahí tienes un laberinto de libros». Y ahí siguen enredados entre páginas y recuerdos.
MÁS RECOMENDACIONES. Carlos Álvarez es un consumado entrevistador. Artistas plásticos como Agusto Vives, coreógrafos como Enrique Cárdenes o Natalia Medina, niños, escritores como Santiago Gil o Antonio Lozano, políticos, lectores voraces que gozaron de su primer Stendhal a los 12 años, enfermos mentales que han descubierto el uso terapéutico de la lectura... Hubo preguntas para todos. Entre las coincidencias y, debido a su reciente muerte, muchos recomendaron a Gabriel García Márquez. Sergio Morales, responsable de Gran Canaria Espacio Digital, recomendó un libro con el que conoció al Godard de andar por casa: Un año de ajetreo, de la mujer del cineasta, Anne Wiazemsky; el coordinador de Cultura del Cabildo, Larry Álvarez, Coplas de la muerte de su padre, de Jorge Manrique; Moisés Morán, El Padrino, de Mario Puzo; José Andrés López, Novela de ajedrez, de Stefan Zweig; y Berbel, Canción de tumba de Julio Herbert.
