Desde el palacio de Miraflores, en presencia de unos cuantos jubilados invitados de piedra, Chávez anunció que había tomado medidas para cortar el envío de petróleo a Estados Unidos como respuesta al llamamiento de la secretaria de Estado, Condolezza Rice, en el Congreso de formar un frente de países contra el régimen de Chávez. No parece que el pragmatismo vaya a imponerse en esta ocasión porque, si es cierto que se ejecutan las medidas para cortar la exportación de petróleo, Washington podría considerar que estaría en juego el mantenimiento de su actividad económica y, por tanto, una amenaza a su seguridad nacional. Rice señaló que en Latinoamérica, Venezuela es "uno de los más grandes problemas para Estados Unidos" y que la amistad entre Chávez y el presidente cubano, Fidel Castro es "especialmente peligrosa".
Nadie quiere que esta tensión suba de tono. Brasil y Chile ya se han desmarcado del llamamiento norteamericano. Lo que está claro es que el pulso está en marcha. La administración Bush, que había mantenido con cierta cautela y discreción su reconocido malestar por la actividad populista y antinorteamericana de Hugo Chávez en toda América Latina, planta cara a un fenómeno izquierdista que va creciendo. Lo más complicado para Washington es que este crecimiento es democrático como la elección de Evo Morales en Bolivia y las buenas expectativas de Ollanta Humala en Perú. Lo más complicado para el sueño bolivariano de Chávez es que el izquierdismo en cada país es diferente. España puede jugar un papel mediador importante pero 'el patio de atrás' de Estados Unidos ya no es el que era porque el chorro de dólares del petróleo venezolano ha cambiado muchas dependencias y compromisos. No sólo en Cuba o Bolivia, sino en un país tan relevante como Argentina.