Certificado de olvido
Están fuera del sistema, porque la vida les dejó en alguna cuneta antes de darles una oportunidad. Como el estado presume de su vocación social y de derecho, ofrece una entrada al mundo laboral a través de un circuito propio, de esos que se fabrican en los talleres con la colaboración de empresas y asociaciones. Son guayetes que se agarran a una acreditación profesional, en un escenario con más de 300.000 parados donde la mitad ha perdido ya el último tren de la esperanza. O sea, que buscan una aguja en un pajar inmenso, una sola aguja que les cosa los botones de aquellos derechos tan de moda en 1978.
Las exigencias oficiales en la entrada les sumergen en un denso bosque burocrático, donde no se puede dar un paso sin haber cumplimentado correctamente el impreso anterior. Por supuesto, cada formulario implica el pago de una tasa, que se ha visto reforzada a medida que merman los recursos públicos. Son los muchachos que acuden a las escuelas taller, a las casas de oficios o a programas de formación no reglada, los últimos de la fila. No brillan en las estadísticas de la gestión educativa, porque sus méritos se inscriben directamente en las oficinas de empleo.
Así debería ser, al menos, aunque ahora muchos se han visto sorprendidos en la oscuridad. Los que aprobaron el curso pasado sus respectivos ciclos no pueden acceder al segundo tramo, porque no aparece el certificado del primer nivel en su ficha del Servicio Canario de Empleo. Tal vez estén muy ocupados en ese departamento con la regeneración política del socialismo y tal, pero lo cierto es que alguien se olvidó de actualizar los datos de más de mil alumnos, que ahora se quedan en la calle, sin que las familias alcancen a entender el castigo. Como al principio ya eran nadie, tal vez a nadie le importe. Qué más da otro barco perdido.