Banderas
Las políticas practicadas en España en los últimos años provocan una desigualdad cada vez mayor. Esta es una de las conclusiones que se retrata en el Informe sobre España 2017, entregado por la Comisión Europea al Parlamento en febrero para medir el alcance las reformas impuestas a cuenta de la crisis.
Todos los indicadores sociales recogidos en esa inspección han empeorado desde 2010 hasta hoy. El porcentaje de trabajadores con «empleo» en riesgo de pobreza ha pasado del 10,9% al 13,1%, el de las personas en riesgo de pobreza o exclusión social del 26,1% al 28,6%, el de niños y niñas en esa situación del 33,3% al 34,4%, el de pobreza severa del 4,9% al 6,4%, y el coeficiente Gini (que muestra el grado de desigualdad, siendo 0 la igualdad absoluta y 100 la desigualdad absoluta) saltó del 49,2 al 52,9. Mas de tres puntitos que nos dejan en zona champions.
Ninguno de estos índices preocupa en las sedes oficiales; los árboles de la recuperación económica impiden ver el bosque de los empobrecidos. Nadie establece vínculo alguno entre las decisiones adoptadas y la quiebra que describen las estadísticas.
Es el mismo aroma que desprende en su algarabía el gracioso presupuesto del Estado. Aunque la deuda pública no para de crecer, la mayor parte de la recaudación prevista (83%) se carga a los ciudadanos, un 9% más que hace una década, según el recuento de Oxfam Intermon. Las empresas aportan un 12%, diez puntos menos en el mismo plazo, mientras los parásitos fiscales engordan sus saldos, como si Rodrigo Rato fuese una causalidad. Las mejoras sociales brillan por su insignificancia, pura calderilla.
La persistencia en la senda del sacrificio es conmovedora. Esas banderas a media asta en plazas y cuarteles parecen un homenaje, pero son un aviso. Viva usted con la mitad, y aplauda.
