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Ahora que hace 30 años...

Antonio F. de la Gándara

Miércoles, 13 de julio 2011, 13:21

Ahora que de casi todo hace 20 años es uno de los versos más aplaudidos de Jaime Gil de Biedma, y una de mis citas preferidas cuando hace falta defender que soy de una quinta que es crianza camino a reserva, y que nos quiten lo bailao. La escuché por primera vez en boca de Paco Rabal cuando vino a inaugurar el Cuyás, esto es, hace 12 años, y en el tiempo en que he tardado en aprenderme el poema, resulta que ya de casi todo han pasado 30 años.

Hace casi 30 años que vi por primera vez a Sting. Fue en septiembre de 1983, Venía a España, a Madrid, al frente de Police, presentando el Synchronicity (casi tres décadas y apenas ha cambiado unas letras, hoy vamos a ver Symphonicity). De aquella, Police era la mejor banda de rock del mundo, y el concierto, el evento musical del año. Hubo aglomeraciones, intentos de coladero general (el aforo no superaba las 8.000 almas y no quedaban entradas) y hasta carga policial, grises a caballo...

Han pasado 30 años y Sting viene a mi ciudad, lo que me llena de alegría porque considero que, con los años, el británico no ha perdido un ápice de su importancia. Si me apuran, opino que ha ganado varios enteros en madurez; si le hago caso a las memorias de su colega Andy Summers, en lá época en la que yo lo vi, Sting era un jodido divo que cuando se sabía a solas enterraba en el jardín las canciones que aportaba el resto de la banda. Sí, créetelo. Lo hizo con Behind my camel; por cierto, Summers la desenterró y acabo siendo votada en Melody Maker como la mejor pieza instrumental del año, jódete, Gordon).

Decía que para mí, ahora que de casi todo hace 30 años, Sting sigue siendo aquel Sting. El mismo que decoraba mi habitación de quinceañero saltando sobre el escenario en un póster del Vibraciones. El mismito que bailó con las madres de mayo, aquel que se alió con Raoni -no sé si de forma honesta o con oscuros intereses- y se hizo fotos promocionales con él. Y subrayo el valor de ver a un músico legendario en mi ciudad, aunque haga mucho tiempo que no saca un hit, porque hay muchas edades del arte y muchas formas de aplauso.

Para aplaudir a éste no necesito escupirle al otro, por mucho que algunos se empeñen en que así debe de ser (creo que el otro día Bono le llamó wanker, una de las ofensas más sucias del reducido insultario sajón, a Chris Martin, el brillante cantante de Coldplay).

Decía que el joven, el innovador, el inconformista, merece el aplauso que impulsa, el aplauso que significa adelante, sigue, me entusiasma tu frescura. Al viejo rockero le dedicamos un aplauso, o más bien parte de un aplauso que también, o quizás en mayor proporción, va destinado a nosotros mismos, a nuestra quinta, a los años en los que hemos convivido con el tipo que se está subiendo al escenario, a las canciones con las que hemos envejecido juntos, a enumerar en cuántos aparatuchos decimonónicos pinchamos sus discos de vinilo hasta llegar a nuestros cómodos y ultrafieles megaequipos de hoy, a recordar con cuánta gente que hoy ya no está bailamos Don´t stand so close to me o nos emocionamos con King of Pain.

Me alegro que venga, señor Sting, con su repertorio de talcomoéramos, que es el que a mi, y presumo que a la mayoría , me apetece escuchar. Y, a los que creen que debía haber venido «alguien de este siglo», les suelto de nuevo al Biedma, que no era nadie: "¿A qué vienes ahora, juventud, encanto descarado de la vida?".

 

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