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Cuando uno va a La Perpleja, en la calle La Naval, casi llegando a La Puntilla, se da cuenta que ese pequeño rincón desprende una luz muy particular. Seguro que, tan pronto como tome asiento se le acercará Laura, le dará la bienvenida y una inesperada tableta digital, se apoyará sobre su mesa. La verdad es que yo soy de la carta de toda la vida, pero, con semejante artilugio no se precisan ni las gafas de presbicia para ver con nítida claridad, todo lo que se cocina al fondo de La Perpleja.
Mientras da un repaso a la carta, los olores le irán dando una pista y los platos que se irán sirviendo en las mesas vecinas, también. La propuesta va de cositas ricas, de un picoteo, informal y relajado, reflejando el propio ambiente de La Perpleja y entre rollitos, croquetas, arepitas y mini hamburguesitas, que deben su nombre a su tamaño, se perderá entre sus propios antojos, porque, muy probablemente, le apetecerá probarlo todo.
Arrancar con unos chips de batata, crujientes y al punto de sal, será el mejor prólogo para conocer la historia de Débora, alma de La Perpleja, que seguro ya se habrá acercado a la mesa para tomarles comanda, recomendarles o contarles, con todo lujo de detalles lo que mejor marida, los ingredientes de cada bocado y cómo adecuar el ritmo del servicio.
Porque así es La Perpleja, un local donde, si acude por segunda vez, ya le llamarán por su nombre de pila; advertimos también que se trata de un espacio con fácil entrada y difícil salida y, que sorprende siempre por el bienestar que se respira.
Tras los chips, que seguro los terminará en un visto y no visto, le recomendamos que siga por los rollitos de almogrote y, cuando los pruebe empezará a medirle la talla a este local y a su cocina. No es un almogrote cualquiera, todo se elabora en la cocina siguiendo al pie la receta de la abuela y de la madre de Débora y, eso, se nota, se saborea, se agradece y se disfruta.
Pasamos página para entrar en el nudo de su historia, para entender que, el corazón de La Palma late también en La Perpleja, porque Débora y su dulce tono de voz, la localizan sin atisbo de dudas. Ella es palmera, su familia es de La Palma y La Palma está presente en todas las elaboraciones.
Las arepitas que nos cuentan esa historia de migración, ese enriquecimiento de las culturas cuando se fusionan, esa evolución, aportando nuevas formas de presentación, adecuándolas a la estética actual, pero sin perder la esencia que dio origen al plato. Así que, sentarse en La Perpleja y no probar sus arepitas de reina pepiada o las de carne mechada, debería ser falta de grave consideración. Y otro apunte para no perderse: sus croquetas de limón y queso.
Otra prueba de ello, sus postres, como el quesillo o el bienmesabe palmero le pondrán el dulce final y el bonito recuerdo, para seguir queriendo conocer la historia de La Perpleja, de Débora y sus raíces, de Laura y su atención en sala que cual radar atiende a todo lo que sucede y no se le escapa ni el más mínimo detalle y a Patry, en cocina, saliendo de vez en cuando a coger «resuello» para seguir, platito a platito, como fiel conservadora del patrimonio palmero que Débora, generosa, comparte desde un extraordinario y delicioso pica a pica, con todo comensal que traspasa su puerta.
Y, como dato importante, si se anima a conocerlas, reserve, porque mucha es la fama por las que se les conoce y eso, hace que llenen prácticamente a diario.
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