Lo primero que para muchos venía a la mente al ver la figura oronda del director de cine Alfred Hitchcock es que al hombre debía gustarle mucho la comida y muy poco el ejercicio. Seguramente había algo de prejuicio en ello pero cuentan los biógrafos que sí, que disfrutaba sentándose a la mesa, digerir unos cuantos platos, echarse una copa y alargar la sobremesa hasta casi juntarla con esa hora temprana en la que cenan habitualmente los británicos.
Entre sus platos favoritos, destacaban la quiche lorraine y el clásico filete. Resulta curiosa lo de esa especie de tarta salada que es la quiche lorraine porque su origen es francés y, sin embargo, Hitchcock aprovechó el que fuera su último gran éxito, la película 'Frenesí', para arremeter cruelmente contra la gastronomía gala.
Estamos hablando de comienzos de los años 70 y Hitchcock trata de reinventarse después de unos cuantos fracasos de taquilla y crítica. En Estados Unidos se estaba imponiendo un nuevo cine con directores que podían ser sus hijos y el público ya no conectaba con el llamado 'mago del suspense', así que el orondo director cruza el charco, regresa a su país natal y rueda una película ambientada en Londres, centrada en el consabido recurso de alguien que es acusado de unos crímenes que no cometió. Y con el añadido, como ya hizo en 'Psicosis', de que casi desde el principio el espectador sabe quién es el criminal de verdad, de manera que se monta el tradicional juego del gato y el ratón.
¿Y la gastronomía? Pues viene de la mano de esas notas de humor que el cineasta siempre colaba en sus películas. El jefe de policía encargado de resolver el caso tiene un problema en casa: su mujer está haciendo cursos de gastronomía francesa y el hombre no sabe cómo decirle que sus platos son insufribles. El espectador asiste a unos primeros planos de una sopa y unas manos de cerdo que realmente da grima verlos, mientras que el policía sueña con el típico desayuno británico (huevos fritos, salchichas, bacon, judías...) y despotrica del cruasán francés.
Y gustándole tanto un plato francés como la mencionada quiche, todavía más llamativo es que Hitchcock la tomase con la gastronomía gala cuando en aquel momento su cine había sido elevado a los altares de genialidad gracias precisamente a críticos y cineastas francés. Porque fueron François Truffaut y sus colegas de la revista 'Cahiers' y del movimiento 'Nouvelle Vague' quienes reivindicaron a Hitchcock como autor con mayúsculas y no solo como garantía de entretenimiento.
Además, como la gastronomía no se entiende sin los productos de la tierra, la película tiene como escenario principal, sobre todo al principio, el antiguo mercado de Covent Garden, hoy centro de tiendas para regalos y cafeterías para turistas pero en su día punto neurálgico para las compras de frutas y verduras de los londinenses. El mercado, por cierto, donde durante años se vendieron los tomates 'made in' Gran Canaria.
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