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Apenas era un niño vestido con pantalones cortos cuando comenzó a despachar en uno de los puestos del Mercado Central. Por aquel entonces, los clientes que llegaban al mercado tenían que atravesar los arenales y, alrededor de este histórico mercado no habían ni una sola construcción de las que ahora lo rodean.
En paralelo, Antonio ayudaba a su padre con el negocio familiar del cultivo de plátanos y se encargaba, cuando ya cerraba el mercado de ir andado hasta San Telmo para dar la 'orden' en nombre de su padre, de que cerraran el agua que ya el cultivo estaba regado. Ida y vuelta, prácticamente a diario, cumpliendo con el trabajo y cumpliendo como hijo y sin que las ganas menguaran ni un solo día.
Por 60 pesetas de diferencia, Antonio cambió de puesto y empezó a trabajar, sin ni siquiera haberlo soñado antes, en el mismo puesto del que hoy, Antonio Armas es el orgulloso propietario.
Peseta a peseta, guardando y ahorrando, porque es enemigo de las deudas y durante toda su vida solo ha invertido dinero cuando lo ha tenido.
Hoy Antonio puede decir que ostenta el puesto de veterano absoluto del Mercado Central de la capital grancanaria, siempre despachando y atendiendo directamente a los clientes, tanto particulares como profesionales, entre frutas y verduras Antonio ha ido cosechando su propia vida, a golpe de madrugones, porque hasta donde le llega la memoria su despertador siempre ha sonado antes de las 03:00 am.
Hoy, muy pocos pueden decir que sean historia viva del mercado como Antonio Armas y que el producto fresco, local y 'del país' haya sido su sustento hasta llegar a tener dos puestos tradicionales, uno justo al lado del otro, donde a diario, excepto los domingos que descansa, Antonio y sus hijos, Rocío y Cristofer, además de Rita y Gisela a quienes mira como si fueran familia despachan con diligencia, cercanía y la mejor de sus sonrisas.
Dos puestos que, a pesar de su larga historia se han sabido adaptar a las demandas del cliente y sus cambios y tendencias de consumo y ser de los pocos que también ofrece en sus expositores productos indispensables de la gastronomía latinoamericana.
«Muchos han sido los sacrificios para llegar hasta aquí pero siempre me he sentido inmensamente feliz y seguiré al pie del cañón, hasta que Dios quiera, porque, la felicidad que me da seguir aquí, tiene tanto valor que no tiene precio».
Cada paso andado por Antonio siempre ha sido por el bien de su familia y no puede evitar sonreír cuando mira a su alrededor y a su lado cuenta con sus dos hijos: Rocío y Cristofer quienes, orgullosos de su padre recogen cada día su ejemplo y testigo: madrugones, horas en pie y sin apenas tiempo libre pero a ellos, al igual que a su padre, nada les hace más dichosos.
Rocío lleva en el negocio casi ocho años y empezó, en su día, para echar una mano los fines de semana y nos asegura que no encuentra un lugar mejor en el que estar que en el Mercado Central junto a los suyos y prácticamente lo mismo le sucede a Cristofer quien después de terminar su carrera universitaria y de comenzar en otros oficios decidió apostar hace 15 años por el negocio familiar, por encargarse desde bien temprano de todos los envíos que despachan a domicilio, tanto a profesionales como a particulares y, al igual que su hermana Rocío, no hay mejor ambiente donde trabajar que el bullicio y la cercanía del mercado cada día.
Dos puestos, uno justo al lado del otro, nada más traspasar las históricas puertas del Mercado Central y justo a la izquierda y allí estarán Antonio Armas y sus hijos pero también Rita quien lleva, nada más y nada menos, que 22 años tras esas frutas y verduras frescas que a diario llenan los expositores. «Yo a Antonio lo aprecio como si fuera mi padre y hasta cuando gruñe y se enfada, es mi gruñón favorito». Y lo mismo le sucede a Gisela, quien nos cuenta que, tras todo ese producto fresco en los puestos de Antonio Armas reina la concordia, el compañerismo y la armonía y para ella, «venir a trabajar aquí es mi tiempo de asueto y donde mejor me lo paso».
Un equipo de cinco personas que, a diario, ofrecen el mejor producto dando también lo mejor de si mismos, llamando al cliente por su nombre, dejando que sean ellos quienes elijan el género que se llevan y repartiendo en cada kilo sonrisas y buenos deseos.
Cuando a Antonio se le conoce uno se da cuenta de que toda su vida la ha dedicado en cuerpo, corazón y alma a su familia y a su trabajo pero, de pronto, si reparan en uno de sus puestos y miran hacia los estantes más altos, varios balones de fútbol nos marcan el camino a, como él denomina, «su único vicio» porque desde siempre, Antonio ha entrenado a equipos de fútbol de la isla y aún hoy, con orgullo y devoción sigue regalando su tiempo libre para coordinar escuelas de fútbol, para que «los chavales no se alejan nunca del deporte y vayan por el buen camino». Una vida, la suya, entregada a los demás, desde la atención y la dedicación de lo que mejor sabe hacer: trabajar, trabajar y trabajar, durante más de 50 años.
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