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David Morales Déniz / Las Palmas de Gran Canaria
Lunes, 9 de abril 2018, 10:26
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El pasado 25 de marzo aterrizaba en Londres el primer vuelo sin escalas entre Reino Unido y Australia, operado por la australiana Qantas en un trayecto directo de unas 17 horas y más de 14.000 kilómetros de recorrido. Un nuevo vuelo directo que viene a reducir en ¡mínimo 3 horas! su anterior duración, toda vez hasta ahora dicho trayecto aéreo requería siempre de escala en Oriente Medio bien para repostar o para cambiar de avión. Con el consiguiente trastorno que ello suponía para los pasajeros, no sólo en duración del viaje, sino también en trámites varios en los puntos de escala.
Dos meses antes, el 15 de enero, Norwegian batía el récord del vuelo trasantlántico más rápido en un avión convencional, realizando el trayecto de 6.000 kilómetros entre Nueva York y Londres en poco más de 5 horas. Mínimo una hora menos de la duración habitual en dicho trayecto.
En ambos casos, los vuelos los realizó el modelo de avión de nueva generación Boeing 787-Dreamliner, un aparato hasta dos veces más eficiente que los míticos Jumbo 747.
En Canarias deberíamos saber leer entre las líneas de estas noticias aeronaúticas en sí, debiendo poner el foco en lo que tamaños avances en conectividad área puedan suponer, en uno u otro sentido, para las islas. Y es que, simbólicamente y por proximidad temporal a la recién finalizada Semana Santa, parece que por estos lares isleños seguimos confiando en que el maná nos venga caído del cielo.
En clave de desarrollo económico y empleo, imposible e impensable considerar que sólo el Turismo conseguirá seguir reduciendo la alta tasa de paro –un 22%- de nuestra región, menos ahora que nuestros tradicionales destinos turísticos competidores (Egipto, Turquía, Grecia,...) empiezan paulatina y afortunadamente a dejar atrás terribles períodos de inestabilidad e inseguridad. Empezando, en consecuencia, a recibir Canarias las primeras señales, mínimas pero significativas, de desaceleración o reajuste de la demanda turística internacional para la próxima temporada de verano.
Ante este conocido escenario, no podemos perder ni un minuto más en ponernos de verdad todos a una y manos a la obra –sociedad civil, empresas e instituciones- si queremos alcanzar y materializar ese histórico y manido objetivo de convertirnos en hub o plataforma intercontinental de tránsito de, en primer lugar, mercancías y negocios, y en segundo lugar (visto lo leído al inicio de este artículo), de pasajeros. Objetivo aún, lamentablemente, a años vista de ser alcanzado, y que ciertamente sí que nos permitiría modificar la estructura y peso porcentual de los distintos sectores económicos en el PIB canario.
Mucho hemos hablado y escuchado acerca de la petición de la quinta libertad aérea para Canarias. Pero referido al tránsito de pasajeros, ¿qué necesidad real tienen las compañías aéreas de terceros países de parar o hacer escala en Canarias (quinta libertad), para dejar o recoger pasaje en tránsito, ahora que los nuevos modelos de aviones les permiten recorrer largas distancias, en rutas comercialmente estratégicas y con el cartel de todo vendido? Por ese camino, y dados estos nuevos hitos en la aviación mundial, empezamos a perder potencial como hub.
No obstante, ello no significa que tengamos que desechar el alcanzar ese hito de la quinta libertad, y menos aún el de hub o plataforma intercontinental. Pero debiendo para ello focalizarnos en el verdadero tránsito económico que nos interesa como región ultraperiférica de la Unión Europea que somos, además de frágil territorio archipielágico: el de las mercancías, el de las actividades financieras y el de exportación de conocimientos o know-how, por ejemplo, en materia de desarrollo de energías renovables o de nuevas tecnologías. Como muestra ya real, la Plataforma Oceanográfica de Canarias, a la cual están acudiendo investigadores de todo el mundo.
Nuestro actual poder de atracción exterior gira, principalmente, en torno al Turismo y a la actividad comercial portuaria que desarrollan especialmente los Puertos de la Luz y de Las Palmas, y el de Santa Cruz de Tenerife. Con una economía escasamente industrializada (a duras penas, el sector secundario –esto es, la industria- alcanza el 7% de representación en el Producto Interior Bruto de Canarias, frente a casi un 32% del sector terciario –turismo, servicios...-; y sin obviar el peso casi insignificante, por desgracia, de la aportación del sector primario –agricultura, ganadería, pesca- al PIB de las islas, con no más de un 1,5%), también sigue constituyendo más un mantra que una realidad socioeconómica lo de la «diversificación de la economía».
Existe cierto paralelismo entre nuestra actual estructura económica con la que caracterizaba, allá por los años 60, a Singapur. Sin embargo, 50 años después, las diferencias sociales y económicas evolutivas entre una y otra región son bien distantes. Mientras que Canarias se encuentra entre las 10 regiones de Europa con más índice de paro, Singapur constituye una de las economías más exitosas e importantes del planeta.
En Singapur, el punto de inflexión lo generó el gobierno de dicho estado creando en su momento el Economic Development Board como instrumento activo de promoción de la industrialización, estableciendo además un régimen muy liberal para las inversiones extranjeras en el sector industrial, financiero y comercial, atrayendo así a multitud de empresas internacionales con el objetivo, entre otros, de generar empleo e incrementar los niveles de riqueza de su sociedad. Curiosamente, una de las claves de su éxito se refiere a la baja o nula corrupción –con severas leyes penales-, además de su excelente marco económico y financiero para el desarrollo de negocios.
Con un PIB distribuido en un 25% en el sector industrial (tecnología, electrónica, mecánica, química), y un 75% en el sector servicios (incluidos los servicios financieros), el paro es casi inexistente –no llega al 2%-, y su renta per cápita es de las más altas del planeta, con unos 48.000 euros por habitante (frente a los 20.000 euros de Canarias). Por tráfico de mercancías, su puerto es el segundo en importancia del mundo. Y su aeropuerto internacional ocupa la vigésima posición en el ranking mundial, no sólo por tráfico de pasajeros, sino también de mercancías. En pocas palabras, lo que se dice un verdadero hub.
¿Y nosotros? ¿Llegaremos a ser realmente algún día un auténtico hub, más allá de las buenas intenciones y palabras?
Por cierto, aquí justo al lado nuestro, 44 países de la Unión Africana acaban de firmar en Ruanda un acuerdo de libre comercio en su camino hacia un mercado común de 1.200 millones de personas, aprobando la creación de una Zona de Libre Comercio Continental sin barreras aduaneras.
Habría que hacer algo, y hablar con Madrid, Bruselas y quien se tercie. Ahora o nunca.
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