El show de Horkas, con su manopla milagrosa a remate a bocajarro de Julián Álvarez y la inverosímil estirada para salvar un testarazo imperial de Sorloth, no ha pasado desapercibido. Aunque había ofrecido señas de su poderío bajo palos en los partidos que había disputado, nada comparable a lo que se vio en su última actuación, erigiéndose en figura indiscutible y salvadora y en momentos especialmente críticos, con 0-0 en el marcador y en pleno asedio rojiblanco.
Las dos intervenciones de Horkas reunieron una complejidad técnica a la vista de todos. Su capacidad para medir los tiempos y no rendirse ni vencerse en situaciones en las que partía en desventaja terminaron elevándole a los altares. A la postre, en la suerte de la UD resultó crucial el concurso del balcánico, oportunísimo en las llegadas más clamorosas del adversario y antes del descanso.
En condiciones normales, Dinko Horkas hubiese visto el partido del sábado desde el banquillo. Porque hasta la caída en desgracia de Jasper Cillessen, convaleciente de la perforación intestinal sufrida el pasado 31 de marzo en Vigo, el meta croata era el suplente y sus apariciones se contaban con una mano. Tres partidos de Liga más la Copa, que tuvo el doloroso cierre del 4-0 en Elche. Y en todos los encuentros del campeonato regular, derrota (3-1 en Villarreal, 0-1 en casa con el Celta y el 2-0 de la primera vuelta en el Metropolitano).
Lo que se encaminaba a una temporada discreta en el plano personal, a la sombra de un Cillessen que había sido un gigante hasta el percance que le ha apartado de los campos, ha cambiado de manera radical y justo en el momento más trascendente del curso, cuando todo está en juego. Encima, con los focos que comporta sobresalir con todo un Atlético enfrente.
Acallar los murmullos inevitables tras conocerse la baja indefinida de Cillessen es el efecto colateral de haber mostrado su poderío bajo palos reivindicando su capacidad para estar, competir y, como el sábado, hacer paradas que dan puntos.
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