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Orgullo, fe, dignidad y grandeza

Orgullo, fe, dignidad y grandeza

Fue una noche de grandeza, de aquellas que han forjado la leyenda y mística de la UD Las Palmas. Como en los viejos tiempos en un Insular que hervía de pasiones y sometía sin piedad al visitante. Así empujó ayer el equipo hasta llegar a lo imposible: frenar al Barça de Leo Messi.

Jueves, 1 de enero 1970

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Todo estuvo a la altura. Un público entregado, rival que acostumbra a ser una sierra con el que pilla, aires heroicos, orgullo superlativo, una lección de raza cuando Messi la clavó para el 0-1. Otros, por no decir todos, hubiesen entregado la cuchara, pactarían el daño sin más, encajarían con resignación. Perder contra este Barça tampoco llama a dramatizaciones. Pero no. Esta UD no quiso negociar nada y lanzó el órdago a Messi y compañía. Tragó saliva cuando tocó, sufrió a toneladas, esperó su oportunidad, la propició y hasta la aprovechó. Y luego, a achicar con el alma y dejarse el corazón. Hasta el final, con seis agónicos minutos de alargue que sembraron de infarto el ambiente. Pura música celestial el pitido final del colegiado y el trueno de alegría que emanó de la grada. Se pierde entre tinieblas la última vez que el público salió presumiendo de escudo. Se han ganado partidos. También empatado. Y bastantes más perdidos. En todos los recientes siempre hubo manchas y sospechas. Razones para el debate. Pero lo de anoche marca una frontera, erradica dudas, es una vitamina de vida, un chute de esperanza, el amanecer que alumbra lo que queda de camino. Fue un empate de colosales consecuencias. Y en cada uno de sus extremos. Competirle al Barça como hicieron los muchachos de Paco Jémez no está al alcance de cualquiera. Y menos, cuando todo comenzó con un escuadrazo de Messi para meter el partido en el congelador. El deshielo vino a base de insumisión, de solidaridad, de poner sobre el campo todo lo que hay que poner, esos intangibles que diferencian y que van desde la testiculina hasta el espíritu gremial pasando por el respeto a una camiseta y la reverencia al aficionado que lleva meses y meses tragando sangre.

Sí. La UD sumó frente al Barcelona y lo hizo mereciéndolo. En líneas generales, las fuerzas estuvieron parejas, se vivieron picos memorables, con Etebo secando a Messi, Gálvez imperial en todo, el papel indescriptible de Aguirregaray, un tipo de los que lustran el oficio, Calleri y sus luchas imposibles, los guantes larguísimos de Chichizola... Cada nombre propio debería ir asociado al aplauso y al elogio. Todos, sin distinción, dejen aparte el acierto o la inspiración, cumplieron a niveles sublimes. Más allá del resultado, hay que insistir en el oponente, que acabó asediando con Messi, Luis Suárez, Coutinho y Dembélé, acaso la mejor vanguardia del mundo. Ni con eso les alcanzó. Porque enfrente tuvieron gigantes vestidos de amarillo que reventaron los pronósticos con unas tablas para mandar un aviso: la UD está de vuelta.

El encuentro aventuraba una digestión complicada. Con Messi de por medio no hay plan. Es mirar al cielo, encomendarse a la providencia, esperar que estornude, resbale o le moleste algún mosquito. No hay antídoto natural ante el astro argentino. Al menos, nadie lo ha encontrado hasta la fecha. Casualidades, hasta esta visita no había visto puerta jamás en el Gran Canaria. Y, en esta ocasión, su tercera por aquí, enchufó una falta a la mismísima escuadra que parecía dibujar una mala noche para el respetable. Salió el Barça con todos sus cañones, Iniesta carburando a todo trapo, Luis Suárez mordiendo arriba y Messi ejerciendo de verso suelto. La UD, con reformas defensivas que acabaron saliendo de maravilla, acusó tamaña aplanadora. Pudo encajar pronto, con un balón que se le enganchó a Ximo y plantó a Messi y Suárez ante Gálvez para encarar a Chichizola, con paradón del meta, ya vendido, y, cuando se quiso dar cuenta, remaba río arriba luego de la rosca sublime de Messi al ángulo imposible. 0-1, posesiones testimoniales, cierto alboroto que tampoco convenía, un Barça masticando el segundo... Pero el pulso se mantuvo y, por lo que fuera, emergió una fuerza grupal inédita y que iba ser la noticia del día. Había partido y la UD iba a pelearlo. No lo esperaba el Barça, desde luego que no. Quizás tampoco nadie. Pero así sucedió.

Al descanso se llegó en desventaja mínima y la sensación de que no se había extinguido del la posibilidad de discutir el pleito. Debió insistir como un martillo en eso Jémez durante el intermedio, porque, a la salida de los vestuarios, el toque de corneta implicó a todos. Lo inició Etebo con una galopada salvaje en la que nadie pudo pararle. Todo acabó en un córner que terminó deparando el penalti por mano de Digné que Mateu Lahoz sancionó con alguna duda. El panelti lo tiró Calleri y lo empujaron a la red los veintipico mil espectadores que lo gritaron a reventar en mitad de la noche.

Por muchos minutos la amenaza del Barça había empequeñecido toda esperanza y los creyentes escaseaban. De repente, en un rapto de responsabilidad y empeño, Las Palmas arrinconaba al Barça invicto, le miraba de frente, no había miedo, le retaba a correr y a jugarse los cuartos como pocos han podido. Ahí vibró el auditorio, rendido a tamaña rebelión. Había que ver a Calleri corriendo hasta el límite, Gálvez y Ximo borrando a Messi, Aguirregaray en todas partes, Etebo y su zancada esplendorosa. Había que ver cómo Tana escondía la pelota, las ayudas de Vicente Gómez primero y, luego, de Aquilani, la manera de solidarizarse unos con otros con el convencimiento de que sí, de que el tesoro del empate les pertenecía y no iban a permitir de ninguna manera que se le arrebataran. Empujó el Barça y respondió con fiereza la UD. No estuvo sola. Detrás tenía al pueblo. Y contra eso no pudo Messi. Así fue avanzando el reloj, con cada jugada convertida en una cuestión de supervivencia, en un alarde de hombría, en lo más trascendental.

Y hubo justicia poética con los que así la merecieron porque nada ya se alteraría. No pudo el Barça porque no le dejaron y ahí se debe destacar mucho en el haber de la UD, que hoy copará elogios y reverencias por haber desafiado a la lógica y regalar a su gente minutos inolvidables, de los que se rememorarán siempre. Aquel día que Messi inició la faena con un golazo y terminó retirándose del campo con la mirada perdida y el brazalete de capitán balanceándose. Aquel día en el que una UD que daban por muerta igualó al Barça y se llenó de luz para construir su milagro. Ni más, ni menos.

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