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Luto y lágrimas por Pascual Calabuig

Luto y lágrimas por Pascual Calabuig

Falleció este sábado en Gáldar con 95 años y dejando un legado único tras una trayectoria periodística inigualable y que le permitió ser testigo de la fundación de la UD Las Palmas.

Domingo, 15 de marzo 2020, 16:31

«Todavía hoy voy al estadio, que conste. Y eso que estoy a punto de cumplir 95 años. Pero conduzco, veo bien y si hace frío me abrigo, que el estadio en el que jugamos ahora no es lo más cómodo del mundo». El pasado mes de agosto, en conmemoración del setenta aniversario de la fundación de la UD Las Palmas, Pascual Calabuig seguía presumiendo de su vinculación incondicional a la UD Las Palmas, el club que vio nacer y al que acompañó a lo largo de toda su historia. A llamada de CANARIAS7, periódico en el que brindó innumerables colaboraciones. Daba igual que alternara su tiempo entre Gáldar y la Órzola. Si el partido de su equipo le pillaba en Lanzarote, hacía la maleta y se plantaba en el Gran Canaria. De hecho, presenció el encuentro del pasado 28 de febrero que midió a la UD con el Málaga. En silla de ruedas, con los achaques propios de la edad, pero pendiente de su escudo, fiel hasta el final de sus días. Ayer, en Gáldar, Pascual Calabuig dejó de existir, dejando una huella imborrable en el mundo del deporte y del periodismo, ámbitos en los que alcanzó la celebridad y el reconocimiento. Quería llegar a los cien años («estoy como un chaval me dicen los médicos, a ver si estiro esto un poco más», bromeaba) en el ejemplo de vitalidad y entusiasmo que practicó y predicó hasta el final de su trayecto.

Nacido el 15 de octubre de 1924 en el barrio pesquero del Cabañal, a orillas de la playa de la Malvarrosa de Valencia, Pascual nunca imaginó, como así admitía sin remilgos, que su destino estaba en Gran Canaria y pegado a un micrófono. «Vine para hacer el servicio militar y de rebote, porque mi primer destino no era la isla y, al estar aquí mi hermano Jaime, pedí el traslado y me lo dieron cuando pensaba que no sería así. Fue en 1944 y ya me quedé para siempre. Con el tiempo y muchos esfuerzos, saqué plaza como funcionario de la Marina. En paralelo, inicié colaboraciones en distintos medios de comunicación».

Para cuando se alumbró la UD, en agosto de 1944, Pascual Calabuig ya escribía en Canarias Deportiva, Palestra o Guiniguada, periódicos de la época. Y asistir al nacimiento del club representativo lo resumió de la siguiente manera: «Fue un privilegio ser testigo directo de aquel gran momento, de aquella fecha histórica del 22 de agosto de 1949».

A diferencia de otros comunicadores de la época, Calabuig siempre entendió que la fusión de los equipos fundadores era el único camino válido para la supervivencia del fútbol en Gran Canaria. Y lo defendió de manera ardiente y militante: «Era necesario para nuestro deporte y para el fútbol canario. Aquí los jugadores no tenían futuro porque los clubes que existían por esos años, apenas tenían masa social y medios económicos para competir a nivel nacional. Marino y Victoria eran los escudos señeros, pero, aún con la tradición que tenían, prestigiosa y respetada, su número de socios era muy reducido, al igual que la capacidad de crecer. Hay que recordar que los mejores futbolistas se iban fuera. Y eso que ya existía aquel gran estadio, el Estadio Las Palmas, luego denominado Insular, que construyó en 1944 Eufemiano Fuentes. Pero nos faltaba ese gran equipo... Y hay que reconocer que la unión entre Marino y Victoria, sin desmerecer a los otros tres equipos, fue clave. Sin el Marino o el Victoria hubiese sido imposible. Por suerte, se alcanzó el acuerdo entre los dirigentes, todos cedieron, todos fueron generosos. Se eliminaron todos los equipos de fútbol en favor de la UD. Fue un gesto definitivo para que no surgieran rencillas o rivalidades posteriores. Y tuvimos el proyecto tan ansiado, tan importante».

Y haciendo gala de su memoria enciclopédica, así recordaba de qué manera acogió la sociedad grancanaria el advenimiento de un escudo que, setenta años después, es hoy símbolo representativo como ninguno: «Cada barrio tenía su equipo. La capital y el Puerto. No había más. Con los años fue la locura la UD, todos a una, con colas que llegaban del Insular a las piscinas de Julio Navarro. Y de Vegueta al Puerto. Se paralizaba la vida los días de partido. Fue muy importante subir tan pronto a Primera División. Aquel ascenso de 1951 disparó todo. De repente, venían por aquí el Madrid con Molowny, el Barça de Kubala, Ben Barek y el Atlético, el Athletic de Venancio. Un sueño, vamos. Y aunque bajamos pronto, ya los cimientos estaban fuertes. La UD fue fundamental, llegó en el momento justo para salvar nuestro fútbol. Creo que sin nuestro club, el fútbol en Gran Canaria se hubiese muerto».

Desde sus tribunas de opinión, ya convertido en una voz de referencia, Calabuig no hizo más que fortalecer las bases de un proyecto que nació entre dificultades: «Valga una anécdota: para sus primeros viajes a la península, se pensó en hacerlos en barco porque en avión los costes eran enormes. ¡Pero es que en barco se tardaba una semana en llegar desde aquí a Cádiz! Y si luego debías ir a Madrid o a Barcelona, pues todo se hacía interminable. Pero todo fue madurando, se estructuró la entidad y, repito, pisar la Primera División tan pronto resultó de providencial ayuda para que se madurara en la dirección correcta. De hecho, en pocos años la UD se consolidó en el panorama nacional».

En la radio

De 1950 a 1954, ejerció en Radio Las Palmas y en 1954, con el nacimiento de Radio Atlántico, inició su definitivo despegue y exitoso periplo en las ondas, toda vez que permaneció en esta emisora hasta 1969, el año en el que se incorporó a Televisión Española, donde se jubilaría en 1987. El eco de su voz llegó a todos los rincones del país porque también tuvo mando y plaza en Radio Nacional de España como corresponsal en Canarias para el programa Radiogaceta de los Deportes, el emblema de su parrilla y que fue un fenómenos de masas, si acaso de los primeros en el periodismo deportivo español.

Sin saberlo, tampoco sin pretenderlo, Pascual Calabuig fue testigo de acontecimientos que le convirtieron, con los años, en referencia obligada, en historia viva de la entidad. El primera ascenso a la máxima categoría, la visita de mitos del balompié con los que tuvo el privilegio de mantener careos («la primera entrevista en radio que concedió Alfredo Di Stéfano fue para mí en el bar El Rinconcito, mientras que mi compañero Antonio Lemus la redactaba para su periódico»), además de liderar iniciativas inéditas entonces y que le dieron prurito exclusivo («pude llevar a los estudios de Radio Las Palmas, en Triana, y desde el Hotel Santa Catalina, a Iriondo, Panizo o Venancio, leyendas del Athletic Club, cuando vinieron aquí por primera vez, allá por 1951»). Se codeó con Matías Prats y forjó un estilo inconfundible, con su pues no faltaría más como coletilla propia que fue escuela para las generaciones de informadores y cronistas que fueron surgiendo en las décadas posteriores. Tocó todos los deportes, aunque el fútbol, por seguimiento, le ocupó gran parte del foco.

Cuando se le pedían nombres propios y experiencias diferencias en sus más de cuarenta años de seguimiento del fútbol canario en activo, con especial protagonismo y realce para la UD, no podía más que explayarse a cuenta de una trayectoria riquísima: «Juanono, Naranjo, Manolín, Germán, José Juan... Y Guedes y Tonono, que fallecieron en activo y nos llenaron de lágrimas. Como Vieira en los cincuenta. Recuerdo estar por su casa de La Isleta cuando se nos fue y ver a la gente llorando a gritos, fue desgarrador. Dirigentes destaco a Eufemiano Fuentes, a Juan Trujillo, un gran presidente y que se parece mucho a Miguel Ángel Ramírez por el ímpetu que pone en todo. Una vez perdimos en Valencia y me dijo que yo era el gafe del equipo. Nos teníamos mucho cariño. García Panasco igual. No quiero dejarme a nadie fuera. La UD ha sido demasiado grande».

Tal fue su longevidad creativa que en 2008, camino ya de los noventa años, editó un libro de reconocimientos a antiguas leyendas de la UD («Homenaje a unos héroes»). Todas, sin excepción, el tenían un cariño especial, siempre basado en el respeto y reconocimiento por su profesionalidad. En vida recibió, de manos de Miguel Ángel Ramírez, la insignia de oro y brillantes del club y jamás perdió el pulso de la actualidad. Genio y figura.

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