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Dice Joaquín, el jugador más querido del Betis, que aún le recuerdan en la calle aquel penalti fallado en el Mundial de Corea y Japón 2002. La gente no se lo reprocha, pero tampoco olvida. Alude a la mala suerte o le suelta algún tópico como aquello de que «los penaltis los falla quien los tira». Pero se lo recuerdan.

Lo mismo le ocurre a Djukic. El central serbio es rememorado en las conversaciones futboleras, sobre todo, por el penalti errado en el minuto 90 que, de haberse materializado, hubiera permitido al Depor proclamarse campeón de Liga en la temporada 93/94. El estadio entero cantó entonces: «La Liga es lo de menos, Djukic te queremos». Pero el jugador lloró ese día, como lo hicieron cientos de aficionados deportivistas. Aún hoy, sigue diciendo que aquel fue «el momento más triste de su vida».

Morata no duerme estas noches. Sabe que, aunque consiguió el empate contra Italia con un gol fantástico, será recordado porque falló en la tanda de penaltis. Su mujer, la italiana Alice Campello, ha denunciado que, tras el partido, recibió amenazas en Instagram de algunos descerebrados. No creo que le preocupe a Morata: los jugadores soportan insultos en cada encuentro y aprenden a ignorarlos. Las redes sociales simplemente han prolongado la posibilidad de que cada cual descargue su ira más allá del partido.

He oído y leído estos días que Morata fue imprudente porque tiró el penalti cuando estaba tocado físicamente. Que debería haber dado un paso atrás sabiendo que durante toda la Eurocopa la fortuna se le había mostrado esquiva. Que es el clásico caso de ego. Y a buen seguro hay algo de cierto en cada análisis. Es lo bueno del fútbol: cualquiera puede opinar. Así que yo no voy a ser menos: Sí, yo también recordaré a Morata el resto de mi vida por aquel penalti. Pero confieso que lo que me inspira es su valentía. Porque lo fácil hubiera sido rajarse y dejar a otros la responsabilidad. Javier Clemente ha reconocido que en la tanda de penaltis en la que caímos eliminados ante Inglaterra en la Eurocopa de 1996, varios de los que estaban predestinados a lanzar, se negaron. Cuando llega el momento clave, a algunos les tiemblan las piernas. Clemente tuvo que recurrir a un central, Miguel Ángel Nadal, porque los que normalmente lanzaban la pena máxima se arrugaron. Nadal falló y nos volvimos a casa.

La valentía no está de moda. En cierta ocasión impartía una conferencia en la que asimilaba a Stoichkov, el ex del Barça, a Ulises, el protagonista de la Odisea. Una mujer que se encontraba entre el público me preguntó si delante de mis alumnos en la universidad ponía como ejemplo de virtudes a un futbolista que, para ella, era la quintaesencia del machismo testosterónico y la prepotencia. Contesté que lo fascinante del ser humano es que no solo tenemos diferentes facetas, sino que cada una de ellas puede ser interpretada por cada cual de diferente manera. Ella no había visto jamás jugar a Stoichkov, pero mi relato le resultaba insultante. Entiendo su punto de vista, pero confieso que a mí el arresto, la osadía y aun la displicencia del búlgaro me inspiraba. Y que, como ocurría con Maradona, la parte oscura del héroe nos permite ver su lado humano e identificarnos con él.

Durante toda la Eurocopa Morata soportó pitos, abucheos, críticas, insultos y mofas, en las gradas, en los medios, en los bares, en las redes. Pero él jugó como siempre: no dando un balón por perdido, viniendo a recibir, peleándose con los defensas, corriendo hasta la extenuación. Falló goles cantados porque no es Cristiano Ronaldo. Llegado a la encrucijada, y aun sabiendo que tenía más que perder que ganar, lanzó el penalti que le condena el resto de su vida en la memoria de los aficionados.

No sé qué pensará aquella señora a la que ofendí en la conferencia y entiendo los argumentos en contra de Morata. Pero a mí me parece un valiente. En las películas el intrépido sale airoso, pero en la vida real muerde el polvo con frecuencia. Morata lo sabía. Y aun así, fue a por el balón. En mi próxima clase, a la vuelta de las vacaciones, ya no necesitaré citar a Stoichkov.

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