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Adiós a los dolores de cabeza

Adiós a los dolores de cabeza

Sin fútbol y con la UD en paños menores, ese es el recuerdo que deja Jiménez en la isla. Los amarillos exhibieron ganas sobre el césped, pero echaron en falta ideas para hacerse con la victoria. Y eso que se adelantó Las Palmas en dos ocasiones, Raúl detuvo un penalti y Araujo insistió en ratificar al técnico sevillano. Pero ni con esas. Lo mejor es que se acabó el infierno.

Jueves, 1 de enero 1970

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Venía el líder a Gran Canaria y todas las miradas estaban puestas en el banquillo. El verdadero protagonista era Manolo Jiménez. El preparador sevillano se jugaba el cargo y acabó pasando lo que estaba esperado. Solo le valía la victoria al técnico andaluz para ganarse una vida extra y el empate puso fin a su efímera historia de amor con la UD. El del Arahal se despide de la isla sin haber sido capaz de arrancar el Ferrari que le dieron.

Que era una final lo sabían hasta en el Arena, donde el Granca medía fuerzas con el Maccabi. Y solo había que mirar a la banda. Jiménez, metido de lleno en la batalla, devolvía cada balón que salía por su zona como otro recogepelotas más del equipo. No había segundos que perder. Solo valía la victoria y quería transmitir ese ímpetu a los guerreros que puso de inicio.

Sorprendió el técnico sevillano con el once inicial. Sacó al alemán Danny Blum del ostracismo y lo tiró al costado derecho. Le faltaron minutos al cronómetro para que el extremo dejase claro que debe ser titular en esta UD. Robando, creando y, sobre todo, bregando al servicio de toda una isla. De sus botas salía lo mejor en los primeros compases del encuentro. Quería ser protagonista sobre el tapete. Eso sí, el primer susto llegó para los locales. Una falta botada en largo, con una dejada al segundo palo, casi abre el marcador. Menos mal que Adrián Ramos no estuvo fino de cara a portería y su remate se marchó rozando el palo de la portería defendida por Raúl.

Antes de que se fuera el miedo del cuerpo de los espectadores, Las Palmas mandó un aviso a navegantes. Una jugada trenzada en el balcón del área dejó a Tana en clara ventaja para disparar. Y lo hizo con fuerza por abajo, pero su lanzamiento lo taponó el arquero portugués Rui Silva con solvencia. Lo que estaba claro era que algo había cambiado. Y no solo era el dibujo. Jiménez devolvió a Galarreta a la sala de máquinas y lo juntó con Timor, apostando por el 4-4-2 que tanto le dio en su etapa en Grecia. Con Blum y Araujo en las alas, la UD mordía para ganar metros y arrinconar al líder cerca de su área. Se respiraba ambición y eso se estaba echando en falta jornadas atrás.

Y, por si fuera poco, la escuadra grancanaria se atrevía, de vez en cuando, a jugar. Sin embargo, siempre en destellos individuales. De resto, ganas y poco más. Con Blum ejerciendo de puñal, Galarreta creando y Tana bailando sobre el césped, la Unión Deportiva daba síntomas de haber recuperado la memoria. No se achantaba ante el líder de la categoría. Todo lo contrario, quería faltarle al respeto, pero le faltaban credenciales para plantar cara. Aun así, no se podían confiar los locales. Un disparo lejano y durísimo de Ramos se marchó por muy poco.

Anoche hubo pundonor y entrega. Se palpaba el deseo de dejar los tres puntos en Gran Canaria, pero solo con la intención no bastó. Y si no, que le pregunten a Sergio Araujo. Se puso el mono de trabajo y llegó, siempre que lo exigió el guion, hasta la línea de fondo propia para defender. Se fue al suelo y bajó al barro sin miramientos. Y cuando tu mejor jugador pelea de tal manera, todos sus compañeros se ven obligados a picar piedra.

De hecho, de su bota izquierda nació el gol que daba un respiro a Jiménez. La pilló en la frontal, levantó la cabeza y armó el cañón. Entre ese camino que recorría el esférico y la portería apareció el más listo de la clase para cambiar la trayectoria y dejar como una estatua a Rui Silva. Rubén Castro, en fuera de juego, rompía su sequía de cara a portería y toda la isla sonreía. Así se llegaba al descanso. En paz.

Pero, tras la reanudación, todo volvía a su sitio. Mismos errores, mismos fantasmas. Adrián Ramos, a la salida de un córner horrendamente defendido, igualaba el marcador. El delantero se adelantaba en el primer palo y Raúl tuvo que recoger el balón del fondo de la red.

Pasaban los minutos y la UD empujaba. La afición apretaba y se desesperaba. Tan solo las maniobras de un sublime Sergio Araujo levantaban a la grada, que aplaudía cada uno de sus impulsos de raza. Fue el punta argentino el que, tras una buena jugada con Rubén, casi vuelve a poner por delante a Las Palmas. El de La Isleta la pisó a su espalda para que el de Neuquén lanzase un misil con su pierna menos hábil, la zurda. Eso sí, Rui Silva estuvo atento y desbarató la ocasión de gol, mandando el esférico a saque de esquina.

El Granada aguantaba el envite y Jiménez se veía obligado a hacer un cambio de cromos. Blum, al banco. Fidel, al campo. Ya anteriormente tuvo que sustituir a Ruiz de Galarreta, lesionado, y meter a Maikel Mesa.

En el intercambio de golpes, donde reinaba la desesperación amarilla, se nublaban las ideas. Lemos tenía que multiplicarse en defensa para tapar huecos y Raúl, en ocasiones, hacía de líbero. La hinchada se desesperaba ante la impotencia de ver cómo se escapaba otro triunfo en casa.

Araujo tuvo el gol en el 73, pero le faltó un número a su bota derecha para llegar a un centro medido de Fidel Chaves desde la izquierda. Se lamentaba el Chino, casi incrédulo. Las Palmas quería morir por el choque y la afición, que deseaba sumar, entonaba el «a por ellos».

Ahí fue cuando apareció el héroe del ascenso. El que más lo estaba intentando. El que se estaba destrozando para devolverle a Jiménez todo lo que le dio en Grecia. El Chino aprovechó un fallo de la defensa para controlar con el pecho y fusilar, una vez más, con su pierna izquierda a Silva. Esta vez, nada pudo hacer el cancerbero. Sergio le había pegado con el alma. Se la debía a alguien. Estaba en deuda con la persona que le ayudó a resurgir de sus propias cenizas. Fue entrar el balón, explotar en júbilo y marcharse al banquillo para, en un gesto de cariño infinito, abrazar a su entrenador. Araujo sabía que el destino de Jiménez pendía de un hilo y, por mucho que luchó, nada pudo hacer.

Hubo suspense hasta el último aliento. Penalti en contra incluído. Pero ahí estaba Raúl para ayudar a soñar con una victoria que tampoco llegaría ayer. El meta detuvo la pena máxima. Todos sus compañeros fueron a arroparlo y el Granada veía cómo marraba un ocasión clara de sumar un punto en la isla. A la siguiente ya no fallaría el conjunto nazarí. La zaga se durmió. Las piernas temblaron y los rojiblancos asestaron una puñalada letal a Manolo Jiménez. No tuvo piedad Rodri cuando ya se acariciaban los tres puntos. El público dijo basta y despidió al técnico del Arahal con una fuerte pitada.

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