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'Sintiéndolo mucho' arranca con humo de tabaco y la silueta de un bombín, ese sombrero que Joaquín Sabina ha hecho seña de identidad y que, como revela en el documental, supone un homenaje por partida doble: al cine mudo de Charlot y a los siete años que pasó en Londres. Allí trabajó en un geriátrico, fregó platos en restaurantes y cantó en Portobello Road.
El filme de Fernando León no desvela si es verdad la célebre anécdota de que George Harrison le dio al joven Sabina una propina de cinco libras cuando este le cantó 'Que te vaya bonito' a ritmo de guitarra en un mexicano. En cualquier caso, el bombín, ese que el cantante admiraba en la cabeza de los diputados ingleses, sirve para distinguir al Sabina artista subido a un escenario del Sabina ciudadano.
El director de 'Los lunes al sol' se sabe de memoria las canciones de un ídolo que le ha abierto las puertas de su casa en la madrileña plaza de Tirso de Molina y las habitaciones de hotel por todo el mundo durante la friolera de 13 años. El resultado son dos horas de memoria y psicoterapia sabinianas, que sus fans correrán a comprar cuando salga el DVD.
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El filme se ha proyectado este sábado en el Velódromo y todavía no tiene fecha de estreno en salas. Aparece el Sabina golfo, ese que tras el ictus que sufrió en 2001 sigue bebiendo y fumando como un carretero, compartiendo cenas y versos en Rota con amigos como Benjamín Prado, «un poeta que quiere ser estrella del rock», quemando la noche en el Tenampa de la Plaza Garibaldi, la cuna del mariachi.
Pero también emerge el Sabina crepuscular, que a sus 73 años sabe que las borracheras tienen los días contados y que, de la misma manera que sus discos favoritos de Dylan son los primeros, asume que no va volver a componer los temas que sus seguidores corean en los conciertos. «No creo que vaya a mejorar canciones como 'Contigo', 'Y sin embargo' o 'Yo me bajo en Atocha'. No lo creo», confiesa.
El Sabina crápula sigue ahí, apuntando que el platillo con un polvillo blanco que se ve en su camerino no es lo que pensamos, sino sal para que la boca no se quede seca. «Lo del sexo, drogas y rock and roll duró hasta los 50 años», jura. «No está mal, ¿eh?». Sin la cocaína, reconoce, no hubiera podido componer en 1999 uno de sus álbumes más populares, '19 días y 500 noches'. Se grabó en sesiones de tres días sin dormir. Hace veinte años que dejó la coca sin necesidad de pasar por una clínica de desintoxicación. «Para mí fueron experiencias felices. Y cuando dejaron de serlo, simplemente lo dejé. ¿Que si las echo de menos? Sí. ¿Que si caeré otra vez? No».
Articulado a base de saltos en el tiempo, con la discreta presencia de Fernando León preguntando muy de vez en cuando, 'Sintiéndolo mucho' salta de la gira del cantante con Serrat en 2020 a los tiempos de Joaquín Sabina y Viceversa, con cuyos miembros vuelve a tocar. Al autor de 'El buen patrón' le fascinan los momentos previos a un concierto, cuando el protagonista, a pesar de su experiencia, se pone tan nervioso que llega a vomitar. Sobre todo si esa noche el bolo es en Las Ventas. Resulta impagable el regreso de Sabina a su Úbeda natal, de donde huyó asqueado de la grisura de la vida en el franquismo. Hoy un tour turístico homenajea a su hijo pródigo, hijo a su vez de un inspector de policía. Al contrario que su hermano, Joaquín Sabina no se casó con la hija del alcalde. Con el tiempo, el cantante ha terminado por querer a su padre, «poeta de campanario», y en una conmovedora escena se le quiebra la voz al leer sus versos de aficionado.
«Tengo la sensación de que he pasado de la adolescencia a la vejez sin tocar la madurez», ironiza Sabina en San Sebastián junto a Fernando León y Leiva, que firma la música de la película y con el que ha compuesto su primera canción en tres años. Admirador del trabajo del director –«sus últimos Goyas los celebré como si los ganara mi hermano»–, el autor de '¿Quién me ha robado el mes de abril?' dejó que las cámaras grabaran su intimidad, a pesar de confesar que asesinaría al inventor de los móviles que hacen selfies. «Soy mucho más pudoroso de lo que refleja mi caricatura. Tras ver el documental, mi mujer me dijo que Fernando me había sacado el alma. Y yo pensé: qué grosería, si enseñar el culo ya me da vergüenza».
Su mujer Jimena Coronado, su Jime, que lleva a su lado veinticinco años, aparece siempre pendiente del músico, que cuando se casó por primera vez lo hizo para dormir en el cuartel mientras hacía la mili. «Me gusta la vida doméstica, pero no se me ocurre nada que escribir», ríe Sabina, que huye de la solemnidad como de la peste. «El artista debe tomarse en serio lo que pinta, rueda, escribe o canta, pero nunca debe tomarse en serio a sí mismo. El fin de cualquier aventura artística es la solemnidad».
Hay dos momentos en 'Sintiéndolo mucho' en los que se cuela la tragedia. La cogida de José Tomás en Aguascalientes (México) en 2010 con su amigo en el tendido y la caída en el Wizink Center hace un par de años. El día de su 71 cumpleaños pasó cuatro días en la UCI y tuvo que ser operado por un hematoma intracraneal. Y allí, mientras era introducido en la ambulancia, estaba respetuosa y asustada la cámara de Fernando León. «Fernandito, ¿no irás a empezar el documental con la hostia que me di», pregunta zumbón el cantante en una película siempre atenta al detalle, como cuando Serrat le suelta yéndose del camerino «no bebas mucho, ¿eh?».
Joaquín Sabina tocó la noche en que José Tomás se debatía entre la vida y la muerte. Y también lo hizo cuando murieron su padre y su madre. Aquel niño que sentía calambres en Úbeda al rozar subrepticiamente el traje de los toreros, el amante de las canciones de José Alfredo Jiménez, aquel que cantaba «que te den lo que no pude darte, aunque yo te haya dado de todo», se abre el alma entre tragos, cigarrillos y risas: «Uno de los nubarrones que casi nunca cuento y que llevo en el alma es que, cuando empecé a tocar en sitios grandes, mi padre estaba con alzhéimer y mi madre muy enferma», descubre. «Murieron enseguida. No disfrutaron del éxito del niño, que lo hubieran disfrutado como locos».
La voz que Joaquín Sabina ha mostrado en San Sebastián es todavía más ronca que la que tiene en el documental. El cantante se felicitó de que la película de Fernando León le haya servido «para salir de la tristeza de estos tres años de pandemia». Cuando iban a un hotel, el realizador tenía una copia de la llave de su habitación. «Aunque me pillara cagando». El resultado final refleja «la alegría de estar con gente querida».
Son esos momentos de reunión y jolgorio en los que Sabina se muestra más relajado y feliz. O cuando está encima de un escenario, porque, curiosamente, en cuanto lo pisa se le quita el miedo. El cantante Leiva ha tenido mucha parte de culpa en que, tras la caída en 2020, que se saldó con una nueva clavícula y un trombo pillado a tiempo, Sabina haya vuelto al estudio. En el Zinemaldia ha anunciado que habrá disco para Navidad y que a finales del próximo mes de febrero arrancará una gira por América y España.
Solo el de Úbeda es capaz de que las 15.000 almas que le veían en el Wizink Center contuvieran el aliento y no se movieran del sitio hasta conocer noticias de su estado de salud. Una periodista le confesó en San Sebastián que todavía tenía las entradas de aquella noche, porque a nadie se le ocurrió pedir que le devolvieran el dinero. «Joaquín nunca te cuenta lo que quieres escuchar», alaba Fernando León. «No hay un ápice de impostura. Y eso es un regalo».
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