Manuel Padorno, 'tourbillon poétique'
El año comienza con la aparición de un libro de inéditos del autor insular, un acontecimiento literario para el archipiélago
SAMIR DELGADO
Domingo, 10 de enero 2021
Ya en 1998 una pintura de Manuel Padorno colgaba a la sombra de las bóvedas del Instituto Chapatal de Santa Cruz de Tenerife. Una multitud de generaciones de estudiantes canarios han pasado sus horas de exámenes cruzando frente al cuadro de aquella merienda atlántica. Tal vez nunca supieron de su existencia. Sin embargo, la evocación tardía de esa reliquia pictórica cedida por el artista y poeta que nació en la capital tinerfeña en 1933 hace pensar en la idea de que muchas de nuestras horas de vida, a la orilla del atlántico, transcurren bajo una inercia irrecuperable. Y la literatura, a fin de cuentas, es ese milagro que está ahí para recordarnos la vida, la memoria y el futuro que late a la par de un tiempo humano que resulta infinitamente diminuto en comparación con los miles de años de una isla.
El poeta Manuel Padorno fue un demiurgo de nuevas realidades, tras su fallecimiento en 2002 aquella pintura suya regalada a la vida de los estudiantes tiene un sentido especial para la historia de Canarias. La identidad insular se ha ido construyendo durante siglos como una de sus pinturas, la carretera del mar y el vaso de luz están ahí fuera, del otro lado, a la espera del desvío.
Hay en Madrid una nave repleta de cuadros de Manuel Padorno, la capilla atlántica y los nómadas urbanos, series paradigmáticas de un creador varado en Castilla y enamorado de Nueva York. Su vida junto a Josefina Betancor aportó a la literatura y el arte de las islas algunos hitos de importancia cultural. Está demostrado que las ediciones de libros pueden cambiar el horizonte de un pueblo y el compromiso con la realidad de una sociedad también añade pasos de gigante para que la libertad logre ser de una mayoría inconmensurable. La poesía escrita en las islas durante 500 años ha sido una manifestación esencial para el conocimiento propio de la personalidad atlántica del archipiélago. Y la democracia necesitó también, junto a las luchas sindicales y reivindicaciones populares, de los poemas de Lezcano, de los hermanos Millares Sall o de Manuel Padorno, cuyos salmos leídos públicamente en los años de la dictadura ya respiraban esa voluntad de absoluta desobediencia.
En 2013 tuve la oportunidad de conocer personalmente a Martin Chirino en Madrid, en un evento cultural donde se inauguraba la edición de una botella de vino inspirada en la poesía de Manuel Padorno. El escultor grancanario participó junto a Manuel Millares, Elvireta Escobio y Alejandro Reino en aquella odisea del barco en el que Padorno cruzó el atlántico con 20 años. Por sus libros se sabe que regresó a las islas, escribió desde la casa del mar, fundó un bestiario atlántico. Hay una fotografía suya, en su estudio de Plaza Cairasco, descamisado frente a la máquina de escribir, reveladora y trascendental sobre el papel de un poeta y de un artista que tiene un oficio indecible, una dedicación desconocida, obrero de la luz atlántica cuyo sueño fue capaz de soñar un pequeño país de eterna epifanía.
La obra poética de Manuel Padorno es una isla nueva en su totalidad, cada uno de los libros que configuran las obras completas del poeta avecinan la luz atlántica a su mayor potencial de irradiación lírica. Su atracción juvenil por la literatura y el autodidactismo parecen una predestinación. Por su hermano, el poeta y profesor Eugenio Padorno, se sabe de la cercanía originaria del poeta canario hacia los clásicos, lecturas de medianoche y primeros desvelos filosóficos. Transcurridos veinte años tras la muerte de Manuel Padorno, sin duda la crítica y el reconocimiento a su legado a cargo de multitud de autores suman una aportación variada frente a otros silencios insostenibles.
Desde Juan Manuel Bonet a Jorge Rodríguez Padrón, Juan Cruz Ruíz y Alejandro González Segura, quien dedica su tesis doctoral a la obra literaria padorniana, hacen valer un campo fecundo para las fuentes de consulta en el futuro inmediato, en el que ya se vaticina como un hito literario el hecho de que la editorial Pretextos, con el patrocinio de Cajacanarias y el Gobierno de Canarias, hayan afianzado la posibilidad irrenunciable en el tiempo de que los tres volúmenes completos de la producción poética que incluyen todos los libros de Manuel Padorno vean la luz finalmente.
Este nuevo año se inicia con la cuenta atrás de la presentación del nuevo libro con los textos inéditos de Manuel Padorno. Y esta gran empresa lograda gracias a la dedicación y esmero de la familia del poeta, de Josefina Betancor y las hijas, Ana y Patricia, representa un revulsivo enorme para que el panorama literario del archipiélago encuentre una nueva oportunidad de consolidar el ansiado diálogo creativo entre generaciones y crezca la crítica literaria tan necesitada durante décadas.
Por fin, la obra poética de uno de los autores canarios de mayor envergadura del pasado siglo, considerado un exponente solitario y marginal de la generación del 50, obtiene desde la larga sombra oceánica que constituye su fecundidad literaria y pictórica, un reconocimiento exponencial que en la próxima década del 20 del nuevo milenio va a imantar de modo inexorable, la atención mayoritaria de la crítica y el acercamiento deseable de los jóvenes valores en las dos orillas de la lengua española. Ha reaparecido de nuevo el eco luminoso y la sombra sideral del caminante de la Playa de Las Canteras, el poeta y el artista, como la exhalación de un bólido interestelar la fantasía del retorno y el otro lado de la búsqueda del nómada vislumbra para mayor gloria los hallazgos y elixires de la luminosidad y la ensoñación que contempla la gran aventura literaria y artística que fue la vida y la escritura del poeta de la comarca canaria.
Acontecimiento.
Las islas pueden atesorar en su devenir histórico un repertorio de esplendor como Reserva de la Biosfera y destino turístico internacional, pero también a contracorriente de la oficialidad y desde un latir diverso puede decirse que el arte y la literatura confieren a la identidad insular su verdadero eco. Y la herencia de Manuel Padorno prosigue su andadura en un tiempo marcado por incertidumbres y encrucijadas desconocidas. El pasado año falleció el político Felipe Pérez Moreno a quien Padorno asesoró en temas culturales del Gobierno de Canarias. De la vehemencia del poeta surgió un museo tan actual como La Regenta y también la Academia Canaria de la Lengua debe su impulso a la personalidad de Manuel Padorno.
A estas horas del progreso del archipiélago, como nunca antes se hace necesario acabar con aquella indefinición de la que habló el poeta en su discurso por la concesión del Premio Canarias de Literatura en 1990.
En este año 2021 los inéditos de Padorno han visto la luz y son parte del territorio común de la cultura, es el momento de otro regreso a la cosecha atlántica que nace de la revelación de la escritura, títulos como Fiat Europa o El hombre de yodo relucen con renovado esplendor el firmamento padorniano. Y aquella pintura del bachillerato tinerfeño que fue pintada un día de la vida del poeta, acabó convirtiéndose de algún modo en una invitación permanente a su tourbillon poétique, ese clamor creativo imperecedero que confiesa Padorno en un documento de marzo de 2002, mencionado por Josefina Betancor, en la edición del volumen Canción atlántica, publicado por Tusquets, meses antes de la despedida inesperada.
Manuel Padorno fue el gran anfitrión del nuevo paisaje atlántico, de la otra realidad habitable, escanciador de los líquidos supremos del ensueño y el ensimismamiento, a pesar de un mundo cada vez más tecnologizado donde la playa y la isla, evocaciones exóticas del paraíso, se han convertido en un escaparate especulativo. Una de las grandes aportaciones del giro padorniano en las poéticas de la insularidad fue el festejo de la posibilidad de la experiencia de la búsqueda, brindando una ecología de lo invisible que devuelve a la isla todo el aire libre del mito.
En el desvío y la alteración de los sentidos que propugna su ontología lírica, hay un potencial infinito para que la teleología de lo insular encuentre nuevos episodios, como sugiere el cubano Cintio Vitier en sus lecciones sobre el valor de la poesía como conciencia de la propia identidad y modo de conocimiento de la historia insular, además del campo de experiencia lúdica que gravita en la poesía de Padorno, si se mira nuevamente desde otros ángulos como la teoría del juego del antropólogo francés Jean Duvignaud. En uno de sus mejores libros, cita la experiencia de la ensoñación y del pasatiempo fuera del espacio y del tiempo, en una comunidad bereber del oasis tunecino de Chebika, donde al compás de una clepsidra y la cosecha de dátiles, los habitantes no hacen nada, ven el éxtasis del agua, mientras suena de fondo el tarbuka o tambor de piel de cabra que incentiva el bricolaje imaginario de la vida nómada en los confines del desierto.