Sabina, aquel canalla de la calle Melancolía, sedujo a Gran Canaria
Tour 'Contra todo pronóstico' ·
En el Gran Canaria Arena repasó su carrera y dio la razón a quien piensa que cualquier tiempo pasado fue mejorEn el número siete de la calle Melancolía vivió un tipo que encandiló a varias generaciones. Tenía alma de canalla (de los encantadores, que conste), voz de canalla, maneras de canalla y escribía letras de canalla complejas pero al tiempo fáciles de recordar.
Se juntaba con otros canallas y dejaron discos para el recuerdo, ya fuera con Krahe y Alberto Pérez (sí, casi en la prehistoria...) o después con García de Diego, Pancho Varona (perdón por la mención) y unos coros que endulzaban su voz pasada de rosca... más adelante llegaron otros compañeros de viaje, ya fuera Calamaro o Serrat, el uno tan o más canalla y el otro, sobre todo, su gran amigo.
A ver ese canalla fueron en la noche de este jueves miles de personas al Gran Canaria Arena. El cartel decía que sobre el escenario iba a estar Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) y sobre la marcha surgía una pregunta: ¿y está para estos trotes?
Pues vino, vio y venció, como César, pero es evidente que los trotes ya no son los mismos. Pesan los años y las secuelas de aquella caída en 2020 de un escenario madrileño. Como también seguramente pesa el hecho de que Sabina se ha bebido durante décadas la vida a tragos largos, saboreándola hasta la última gota, como confirma que donde había 19 días él era capaz de disfrutar de 500 noches.
Ya las crónicas de sus conciertos en América, donde arrancó esta gira que se presupone definitiva, avisaban de que el hombre y sus circunstancias no eran las de aquel Sabina que en los años 80 sorprendió a media España con barba, pañuelo al cuello y cantando con desparpajo tras las presentaciones de Carmen Maura en Televisión Española.
Pero sus canciones siguen ahí, y de eso iba lo de anoche. El público fue a reencontrarse con el tipo de la calle Melancolía; el que empezó cantando que el día que muriera que lo llevasen al Sur, para sobre la marcha cambiar el testamento y poner que sí, que Madrid era ideal para el descanso eterno; el que reinventa rancheras, echa de menos a José Alfredo y llora por Chavela como si fuera mexicano; el que rapeó en España casi antes de que supiésemos qué era el rap y el que lo mismo componía canciones a amores perdidos que al quinqui que le intentó robar.
Por todo ello, el público se lo pasó bien. La duda es si este Sabina también lo disfruta.