Avanzaba la madrugada del lunes en España, cuando nos enteramos de que Vargas Llosa había muerto unos minutos atrás en el domingo del Perú. Vimos ... la noticia en las actualizaciones digitales de 'El País' y la contrastamos en otros medios de acá y de allá. Era cierto. 13 de abril, en que también cesó la vida del hermano de mi madre después de una impetuosa enfermedad.
Fue difícil conciliar el sueño, tanto por el pariente tan cercano como por el referente inmenso. A los recuerdos de infancia y juventud en el barrio donde crecí, se añadían y superponían los impactos que me produjeron libros como 'Conversación en la Catedral', 'La guerra del fin del mundo' o 'La fiesta del Chivo'.
El tío Carlos. Más que pena o nostalgia…
El patriarca Mario. Más que pena o nostalgia, sentía ausencia.
E, insomne, me reconfortaba pensar que la frialdad indescifrable de la muerte había sido contrapesada por el amparo del calor familiar. Que de los 3 505 511 de peruanos que optamos por emigrar, el hombre que parecía acercarse a los 90 años, que publicó más de 80 libros y recibió del mundo no menos de 70 doctorados honoris causa regresó a nuestro país y acabó sus días, con un paseo u otro, en el Perú.
Ese país nuestro siempre ha sido su máxima interrogante. Vargas Llosa fue un hombre de respuestas categóricas, pero lo mejor siempre han sido sus preguntas: «¿En qué momento se había jodido el Perú?», consulta Zavalita en la más peruana de sus obras maestras. Si hubiéramos encontrado una forma madura de contestarle bien al personaje y su autor, quizá la introspección nacional nos habría llevado a un porvenir distinto, de mayor justicia y equidad.
Aunque desconozco la respuesta, la intuyo. Mi país se terminó de joder en la pandemia. La canciller alemana Angela Merkel definió ese periodo de crisis global como una «exigencia democrática única»; en tanto país, no estuvimos a la altura. Aunque abundan los ejemplos individuales de bondad y cooperación, el balance social está impregnado de podredumbre, corrupción, violencia y desigualdad. A partir de ahí, se agudizó la pérdida de un principio ancestral que se expresa con cuatro letras en lengua quechua: 'ayni'; es la reciprocidad, que durante siglos fue un valor central en los pueblos andinos. Recibíamos ayuda, sabiendo que en el futuro ayudaríamos; dábamos y aportábamos, con un sentido circular del mutualismo.
'Los peruanos' es el nombre que recibe en España una metodología delictiva. La última vez que la mencionaron en la televisión, la reportera se apuró en señalar que los asaltantes no eran de Latinoamérica, sino de Europa del Este; sin embargo, el nombre ha quedado. El procedimiento es tan sencillo como despiadado: dos personas se colocan a un costado de su vehículo en una vía poco transitada, fingiendo algún tipo de desperfecto. El objetivo es captar la atención del alguien bondadoso que se detenga para dar auxilio. Cuando esto sucede, atacan. Es un crimen contra la bondad y la cooperación, que se perpetra al corazón noble de las personas; todo lo contrario de la reciprocidad.
«¿En qué momento se había jodido el Perú?» escribió Vargas Llosa. Considero que tocamos fondo cuando, después de tanta historia de caídas y ruinas, abandonamos el 'ayni'; incluso, exportamos esta trasgresión. De todas las respuestas posibles a su novela de 1969 (año del gran salto de la humanidad en la Luna), a lo mejor esta es la buena por arcaica y esencial. En el intento de encontrar una solución a las preguntas de su obra, que es legado de vida, está la vocación por mantenerla vigente; seguir con los verbos en presente, en vez de conjugarlos en pasado.
La familia de Vargas Llosa informó que todo haría con reserva y privacidad; era domingo en el Perú, lunes en España. Lo mismo con mi tío. Incluso, la información en común es que se llevaría a cabo la incineración. Sin pompas ni grandilocuencias. Llanas cenizas, que es lo que queda después del fuego que es la vida y la literatura.
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