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Antes de que nadie hubiera visto un punk en su vida, hizo irrupción en el solar nacional un chaval de 17 años con un rombo pintado en el ojo. Nieto de un minero de Riotinto que se rebanó un dedo con un barreno, escandalizó a una España aún muy mojigata. El documental 'Una vida en el filo', que emite Amazon Prime Video cuentas sus andanzas.
–¿Hoy es más difícil escandalizar que cuando usted empezó?
–Ahora mismo para un chaval de 20 años sería imposible salir en televisión y cantar algo parecido a 'Marica de terciopelo'. Hoy no hay manera de que se difundan ciertas cosas, lo cual es una manera de cerrar las bocas y quebrar las opiniones. El gusto musical lleva muchísimo tiempo secuestrado en España. Las radiofórmulas solo ponen lo que a ella les gusta, les conviene y les parece bien. Los éxitos se compran.
–¿Es cierto que llegó a tener el caché más alto del rock?
–Una de las cotizaciones más altas que se cobraban en España era la de Lorenzo Santamaría, 170.000 pesetas. Rocío Jurado pasaba de las 200.000; y yo dije a Pepe Cervera, que iba ser mi representante y ahora lo es del Dúo Dinámico: pues yo quiero entre 210.000 y 225.000. En ese verano nadie tocó más que yo ni nadie cobró más que yo. Luego, en los 80, tuve una cotización más alta porque era el que más entradas vendía.
–¿Y eso no resulta muy deprimente ahora?
–Para mí no. Yo he vendido todas las entradas posibles y disponibles durante mucho tiempo y ahora sé cómo son las cosas. No tengo el menor interés en participar en festivales. Vendo mis entradas y soy muy feliz cantando delante de quinientas o de mil personas.
–En el documental cuenta que un tipo de la industria musical se empeñó en que usted debía regalarle una moto.
–Sí, era un golfo, un golfo en todo regla y en el sentido más extenso de la palabra. Desdichadamente para él y su familia ya está muerto. Me dijo: «Enróllate y regálame una moto». La industria musical, que está desorientadísima, no es un monstruo sin cabeza, todo depende de con quién tropieces. Pero al final lo que parece que quieren es que los chicos graben canciones en sus casas y las emitan en 'streaming'.
–Amenazó a un directivo de una discográfica que se negaba a darle la carta de libertad esgrimiendo una lata de gasolina. Cuando se cabrea, ¿es mejor que la gente se quite del medio?
–Tengo ese carácter, no lo puedo remediar. Soy educado, pero si piensas joderme la vida te vas a tener que enfrentar conmigo. Ese tío intentó que el disco 'Barriobajeros' no saliera, y si se publicaba, que no se promocionase. Todo porque quería reescribir las letras. Me presenté donde trabajaba y le dije: «Prendo fuego esto contigo dentro. Tú verás». Fue muy salvaje, pero, amigo mío, el alimento de mi hijos se defiende como sea.
–¿Como encandiló a Camilo José Cela para que exigiera que o iba Ramoncín al plató de televisión o él no se presentaba?
–Camilo me tenía mucho cariño. «Si va Ramón yo voy», decía. Le gustó mucho mi diccionario 'El tocho cheli'. Nos encontramos en un par de ocasiones en una mesa camilla que montaba Jesús Hermida, quien hacía unos programas nocturnos maravillosos en los que participaban Paco Umbral, Adolfo Marsillach, Juan Barranco o Eduardo Haro Tecglen.
–¿Salió escaldado en su lucha contra la piratería?
–Hoy en día prácticamente no existe, pero tenemos que seguir luchando para evitar que las grandes plataformas de 'streaming' nos den 10 céntimos por nuestras canciones. Lo que me mosquea de todo esto es que no tenemos un colectivo solidario, dispuesto a pelear como hice yo. Después de enviar a los dirigentes de la SGAE a la Audiencia Nacional, lo único que se ha conseguido es que mientras un autor español obtiene un euro por derechos de autor, en Francia recibe 140. Los grandes medios se posicionaron de una manera insólita del lado de los piratas y los ladrones digitales.
–En el Festival Viña Rock le llegaron lanzar CD afilados como flechas. ¿Fue algo espontáneo?
–Aquello se hizo al grito de '¡Puta SGAE!'. Podría haber traído consecuencias durísimas si alguno de esos CD, recortados como estrellas ninja, se hubiera clavado en la cara, la cabeza o en el ojo de alguno de nosotros. Alguien hoy estaría pagando con cárcel el intento de homicidio.
RAMONCÍN. MÚSICO
–Se crió con sus tíos y abuelos, pero habla muy poco de su madre. ¿Quién era?
–Mi madre me tuvo soltera muy jovencita y en aquellos años soportar la presión del barrio y de la casa se le hacía insoportable. Y eso la arrastró a cometer el mayor error de su vida, qué fue dejarme con mis abuelos y marcharse. A mí me hizo un favor, porque yo quedé con mis tíos y mi abuela, en el mejor barrio, el de Delicias de Madrid, y con la mejor familia. Mi tía fue mi verdadera madre.
–En el largometraje sale Felipe González, un personaje muy representativo del 'establishment'. ¿Discute mucho con él?
Hace tiempo que no hablamos, pero siempre he discutido con él. Sobre el ingreso de España en la OTAN, la supresión de la mili, una vez por Nicaragua… Me parece el último gran político de este país. No obstante, siempre nos encontraremos. Por ejemplo, yo prefiero la república y él parece que la monarquía, aun siendo republicano como es. Cuando hablo con líderes socialistas, incluso con los de ahora, me quedo un poco preocupado. Les veo tan poco dispuestos a la proclamación de la República, que les digo: «¿sabéis algo que no sepamos los demás?». La brújula moral de los miembros de realeza no sabemos adónde apunta. Quizá sea un poco naif pero creo que va a ser el propio Rey, quizá impulsado por la Reina, el que decida convocar un referéndum y diga: «vamos a ver la si gente me quiere».
–Los años ochenta fueron devastadores por la extensión de la heroína. ¿No le tentó nunca el caballo?
No, a mí no me tentó ni el caballo ni la química. Nosotros éramos hippies. Teníamos la suerte de tener libros y pudimos leer a Kerouac, Gingsberg, William Burroughs... Tuvimos todo lo que hay que leer a propósito de ese mundo y nunca nos enganchamos. Fue mucho peor para la generación posterior a la nuestra, la de los chavalines con cuatro o cinco años menos. Aparte, yo, desde muy pequeño, practicaba el boxeo con otro chaval que ahora tiene 71 años. Me gustaba más mirarme en el espejo con el bañador puesto y decir «joder, qué bien estoy».
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