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Dizzy DROS en las escaleras junto al Estadio Insular. cober

Dizzy DROS y el rap que conduce a la libertad

Figura fulgurante del rap en Marruecos, cuenta con una legión de seguidores, y en la actualidad tiene en Gran Canaria a sus músicos y su base de operaciones

Viernes, 27 de noviembre 2020, 00:00

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Su nombre es Omar Souhaili aunque la comunidad global del rap le conoce como Dizzy DROS. Basta con asomarse por su Instagram para sentir vértigo: un millón de seguidores que están ahí por sus virtudes artísticas. Sin más. Una legión que sigue a este rapero y productor marroquí, que ahora mismo tiene su base de operaciones en Gran canaria y que el próximo domingo actúa en el auditorio José Antonio Ramos del Parque Doramas.

Hoy Dizzy DROS suena en todo el mundo. En Inglaterra, donde ha residido, o en Estambul, donde ha actuado recientemente. Pero su encuentro con la música que define su vida fue mucho más modesto. Antes de lanzar en 2011 'Cazafonia' y explotar, curtió su sonido y accedió a esta música en Bine Lemdoune, su barrio natal en Casablanca. «Íbamos a los cibercafés con el 'pendrive' para descargar música. Veíamos los vídeos y en lo que nos fijábamos era en la ropa, los relojes, los coches... Allí pagábamos un euro por hora e íbamos descubriendo a Ice Cube, Tupac... Todo lo que pudiéramos en esa hora, en la que a lo mejor nos daba para bajarnos dos o tres canciones», manifiesta.

En su casa no se escuchaba música. Su padre, al no entender las canciones, prefería no ponerlas por miedo a que en sus letras hubiera referencias contrarias a sus tradiciones. Fue una prima suya, fan de la música pop y el rap, la que le descubrió a Eminem. Y aquello le cambió la vida. Comenzó a escribir sus primeras letras con aquellas canciones flotando en su imaginación y grabándolas sobre una casete del Corán que su padre tenía en casa, que luego debía esconder. Aquel fue el comienzo de todo. Hoy aquello ha cambiado, y ya no tiene que salir con dos mudas de casa para esconder sus pantalones 'baggy'.

El rap es un vehículo de comunicación para Dizzy DROS. Su fenómeno en las redes sociales, y el de sus compañeros de oficio en Marruecos, es imparable. Y una forma de rebeldía. «Ahora nos pueden censurar, pero una vez ya hemos llegado a la gente con nuestras canciones. No se pueden anticipar. Si te paran ya todo el mundo sabe que es por algo que has dicho, no para evitar que lo digas. Aunque en mi país sigue habiendo raperos que van a la cárcel», cuenta.

Los músicos en Marruecos no lo tienen fácil. La burocracia se quiere imponer como un modo de censura preventiva. El autor está obligado a tener un número identificativo, que solo puede tener si ha sonado en la radio, y así una serie de normas que frenan todo el proceso Lo mismo para poder colocarse en las estanterías de las tiendas. «Cuando saqué el disco quería que estuviera en la Virgin Store de Casablanca, y no lo conseguí. Pedían que creara una empresa, un tipo de facturas, todo para ganar prácticamente nada por cada disco vendido. Pero lo que yo quería era que los jóvenes pudieran ir a la tienda y ver mi disco al lado del de Jay-Z, Nas o del que fuera y ver que uno de nosotros también podía vender un álbum al lado de esas figuras», refiere.

Omar Souhaili está casado con la grancanaria Cristina Moreno. Experta en este fenómeno social y autora del libro 'Rap beyond resistance: Stagging Power in Contemporary Morroco'. «Hay una clave para entender porque el rap de Marruecos es el más vibrante y desarrollado. Está en los atentados de 2003, que en la narrativa oficial fueron atribuidos a los islamistas. Y el rap fue una manera de contener a los islamistas, porque son bastante tradicionales y estaban contra cualquier cultura que venga del mundo anglosajón. El Estado creo muchos escenarios para subir a raperos utilizándolos para vender una imagen de modernidad, de la que se nutrieron los raperos y aprovecharon para rebelarse contra ello», explica Moreno.

Las mismas dificultades para vender su música las tienen para actuar. Hay excepciones, como el festival L'Boulevard de Casablanca, al que el Dizzy DROS acudía siendo un adolescente, y en el que pudo actuar el año pasado frente a más de 30.000 personas. Pero se dan pocas ocasiones como esa. «Me llegan muchos mensajes de mis seguidores que me dicen que es injusto que yo vaya actuar, por ejemplo esta semana en Las Palmas de GranCanaria, y no lo haga en Marruecos. Y creen que eso es culpa del artista, que elige donde quiere tocar, sin saber que es así porque no nos dan espacio para eso allí», lamenta.

DROS se sube al escenario con una banda formada por los grancanarios Ruymán Franco al bajo y Miguel Vicente Izquierdo a las teclas, además de Soufiane Gaga a la batería y DJ Dice cerrando el combo. Todo muy diferente a cuando unos amigos de su barrio le vieron vestido como un rapero y le invitaron a subirse por primera vez a un escenario en un aniversario de la Marcha verde. Ese día supo que su vida estaría siempre sobre las tablas.

Espejo de esa evolución son sus letras. Mucho más maduras que en sus comienzos, según expresa: «Nunca hago las cosas para agradar a la gente. Pero crecí con unos estereotipos que han cambiando, por eso tengo que tener cuidado en decir cosas que no van a ser bien entendidas. Mis letras ahora son menos agresivas. Antes decía todo lo que quería; como en casa no se podía decir ni una palabrota era una forma de sacar todo lo que uno tenía dentro. Ahora mimo cada palabra que utilizó porque es una responsabilidad. Mi vida ha cambiado, tengo familia, soy padre, mi mujer: no voy a estar cantando ahora todo rato 'bitch', 'bitch', bitch'».

Ahora mismo cuenta con un millón de seguidores, por ejemplo, en Instagram. Algo que ha aprendido a digerir porque «ha sido un proceso lento. Y por eso me he ido acostumbrando. Me sigue un millón de personas, y por lo que me escriben quieren una conexión conmigo. No solo ver qué gafas de sol me pongo. Me preguntan que pienso sobre los escándalos o la política del país. Y eso me carga con una responsabilidad».

Drama migratorio.

Como marroquí en Gran Canaria, Omar tiene los ojos abiertos ante el drama migratorio que protagoniza estos días. «Lamentablemente esto es algo con lo que crecí, no es nuevo. Yo mismo perdí a mí primo hace meses en el Estrecho. Cada uno tiene su propia historia, pero creo que alguien que es tan valiente como para subirse a un pequeño bote y dejar todo atrás es porque está huyendo de algo muy importante. Pero, a la vez, cuando llegan aquí, se dan cuenta de que tampoco encuentran lo que esperaban».

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