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Rosa Rodríguez y Santa Cruz de Tenerife
Domingo, 11 de marzo 2018, 03:42
Ismael y Diómedes dejaron sus casas en La Hacienda del Cura en 1982. Ellos fueron los últimos de una saga familiar que se instaló allí a partir de 1873, cuando Domingo Lorenzo Camacho compró «las 100 fanegas de tierra» que el párroco Miguel Febles Fonte (1798-1869) se apropió cuatro décadas antes en la dehesa del Lomo de las Piedras, en La Caldera de Taburiente. La marcha de Ismael y Diómedes del que fue unos de los caseríos más prósperos de Canarias es el último de los episodios de 145 años de historia que el maestro jubilado Francisco Leal Páez ha recompuesto juntando vivencias, recorriendo archivos y, sobre todo, tirando de la memoria familiar.
Francisco Leal, que acaba de publicar el libro La Hacienda del Cura, editado por Cartas Diferentes Ediciones, tuvo el primer contacto con el caserío en los años sesenta, cuando subió hasta allí de la mano de su entonces novia y luego esposa, a la que conoció estudiando los dos Bachillerato en Los Llanos de Aridane.
María Nieves, sus hermanos y sus primos son la tercera generación de moradores de La Hacienda del Cura, descendientes de Domingo Lorenzo Camacho, el hombre que compró aquel pago a los herederos del cura y se instaló allí con sus 12 hijos.
La Hacienda del Cura se llamó al terreno baldío del Lomo de las Piedras que el párroco Febles Fonte pidió en 1834 a la Diputación Provincial que cediera para paliar el hambre de «un pueblo mísero». Pero el cura las inscribió a su nombre y en 1837 puso allí a un medianero para que las cultivara. A su muerte, tampoco las dejó al pueblo, sino a unos herederos que finalmente las pusieron a la venta. Después de que Domingo Lorenzo Camacho las comprara en 1873 el pago se dejó de llamar La Hacienda del Cura, para durante décadas, explica Leal, «llamarse Los Camachos».
La familia de Domingo Lorenzo Camacho creció y entre los años cuarenta y los setenta del siglo XX en ese pago llegaron a haber 14 familias que sumaban un centenar de habitantes.
Lo que más llamó la atención de Francisco Leal del pago del municipio de El Paso fue que estaba totalmente aislado, pero, a la vez, era autosuficiente. «Solo se podía llegar por un camino, andando durante dos horas». También que, en los años 60, «todos eran familia -años después llegaron otras tres familias-».
Cuando se jubiló, Leal comenzó a ordenar toda la información que durante 50 años había ido recopilando, «sobre todo oral, pero también en archivos y publicaciones», hasta recomponer la genealogía de los moradores de La Hacienda del Cura, desde que en 1837 el cura instaló a su medianero hasta el despoblamiento masivo en los años 70, por una plaga del tabaco, y la marcha en 1982 de Ismael y Diómedes. Pero su trabajo no se queda solo en eso, sino que hace una radiografía socioeconómica de un caserío en el que la vida se desenvolvía en torno a un cultivo: el tabaco. «El mejor del mundo, decía un tabaquero de Breña Alta», recuerda Leal, que, además, analiza cómo los vecinos solucionaban problemas como las comunicaciones, la educación de los niños o cómo se curaban.
El cultivo del tabaco proporcionó el sustento y una gran solvencia económica a quienes vivieron en La Hacienda del Cura dur
ante un siglo. En aquellas tierras se daban hasta tres cosechas al año (tabaco, millo y legumbres, que luego eran pasto para el ganado y estiércol), explica Francisco Lorenzo, que asegura que allí solo faltaban la sal y el pescado, que lo llevaban las pescaderas de Tazacorte, antes que a Los Llanos de Aridane, barranco arriba.
Los vecinos practicaban una medicina natural, curándose con plantas medicinales que cultivaban. Aún hoy sus descendientes cultivan en sus huertas y macetas las mismas plantas medicinales que usaban sus abuelas y bisabuelas.
Capítulo aparte merece la educación de los niños. Francisco Leal relata en su libro cómo desde la segunda generación de pobladores se procuraba la enseñanza de los niños llevando hasta allí a quienes podían les enseñaran. De una primera generación que era 100% analfabeta se pasó a una segunda con un porcentaje cero de analfabetismo y a una tercera en la que ya hubo 15 universitarios, relata Leal.
En La Hacienda del Cura, donde durante un siglo se cultivó el tabaco, ahora hay aguacates y algunos de los nietos y biznietos de Domingo Lorenzo Camacho han acondicionado sus casas para dedicarlas al turismo rural. Ya hay carretera, aunque cuando el barranco de Las Angustias corre el caserío se queda incomunicado, y la electricidad ya llegó. En noviembre del año pasado, pero solo a tres farolas. Las viviendas ahora se iluminan gracias a placas solares.
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