El pequeño Aitor espera por una médula y ruega a la gente que se haga donante
Tiene 7 años y hace mes y medio le detectaron un tipo de cáncer de sangre. Desde entonces, solo sale de casa para ir al hospital mientras espera por un transplante.
Aitor Valerón era un niño feliz, risueño, alegre e inquieto. Lo normal cuando se tiene siete primaveras. Pero a principios de año empezó a mostrar síntomas preocupantes. Cansancio, apatía pero, sobre todo, fue la aparición de unos moratones en su cuerpo lo que hicieron saltar las alarmas en su familia. Lo llevaron al médico y la analítica desveló unos niveles muy bajos de plaqueta y sangre, por lo que hubo que ingresarlo en la planta de oncología del Hospital Materno Infantil. Y allí, tras una biopsia, se confirman los peores pronósticos: el pequeño padecía mielodisplasia, un tipo de cáncer de sangre.
«Primero le iban a hacer un tratamiento mediante inmunoterapia, pero al final los médicos dijeron que sería demasiado castigo para él, por lo que la conclusión fue que para curarse requiere un transplante de médula», relata Jennifer Vizcaino, su madre. Inmediatamente toda la familia se hace las pruebas, pero ninguno es compatible, por lo que ahora viven en una eterna espera.
«Tenemos que ir entre dos y tres veces en semana al hospital que le hagan los controles y, si es necesario, transfusiones de sangre. Los médicos no saben cuando habrá una médula para él», explica su progenitora quien, a pesar de que se le rompe el corazón al ver a su hijo pálido y decaído, logra sacar fuerzas para, a través de las redes sociales, visibilizar su situación y pedir a la población que se haga donante de médula. «Cuantos más donen, más posibilidades hay que le toque a Aitor», advierte.
Porque aunque con los controles periódicos el joven teldense está estable, su vida se ha convertido en un ida y vuelta de casa al hospital. No puede ir al colegio, ni ver a sus amigos, y la pandemia hace que aumente los riesgos. «Los doctores aconsejan que salga a tomar el aire en alguna zona de poca afluencia, pero él tiene miedo. La última vez fuimos a dar una vuelta a Meloneras, pero tuvimos que volver a casa porque le dio ansiedad», relata Jennifer.
Los médicos le han dicho que la suya es una enfermedad de proceso lento y que los efectos secundarios van apareciendo muy poco a poco, pero pasa el tiempo y hasta que no encuentren una médula para el pequeño Aitor, él no recuperará la alegría, la vitalidad y la vida que se merece.