El verano de la Virgen de la Antigua
«La Catedral de Canarias recupera uno de sus más antiguos, solemnes e identitarios cultos y lo celebra (... ) en la mañana de este 15 de agosto con una misa solemne, tras la que tendrá lugar una procesión claustral»
Cada 15 de agosto, día grande de la festividad de la Asunción de la Virgen y, al tiempo, mediana de la estación estival, de sus ... celebraciones, de sus festejos y sus tradiciones de ayer y de hoy, es fecha señera en las devociones marianas en toda España, que en el caso de este archipiélago puede percibirse en algunas destacadas fiestas como La Candelaria en Tenerife, o Santa María de Guía en Gran Canaria. Pero, siglos atrás, existieron otras devociones que marcaron antiguas y arraigadas costumbres, usos y sentimientos que definieron el devenir, y perfilaron identidades en una comunidad que era crisol de culturas, camino de encuentros y de futuro. En Canarias la devoción mariana, a través de muy diversas advocaciones de la Virgen María, fue fundamental en el enraizamiento del cristianismo, en la evangelización de la isla, así como en la definición de un modo de ser y sentir cultural de su población a través de los siglos. Hoy cada isla, y se percibe con resplandeciente claridad este año 2025, lleva por bandera una advocación mariana, El Pino por Gran Canaria, Los Reyes por El Hierro, Las Nieves por La Palma, La Candelaria por Tenerife, Guadalupe por La Gomera, Los Dolores por Lanzarote y La Peña por Fuerteventura.
Una de las primeras devociones marianas con gran arraigo en estas islas, y en especial en Las Palmas de Gran Canaria, cuyo recuerdo lo trajo el pasado mes de mayo la coronación canónica de Ntra. Sra. del Carmen de La Isleta, pues el culto carmelitano en la antigua Iglesia del Sagrario, de la Catedral de Canarias, la desplazó poco a poco incluso de su propia capilla, fue la que tuvo la Virgen de la Antigua, una de las advocaciones marianas más vetustas y sustantivas, que tiene en la actualidad su más reconocida expresión en la Catedral de Sevilla, pintada en el siglo XV, según los estudios del historiador del arte José Gudiol Ricart, sobre un muro de la anterior mezquita, que fue trasladado por el arquitecto Asensio de Maeda a la capilla actual en una obra muy difícil realizada entre agosto de 1576 y noviembre de 1578.
«El Cabildo Catedral (...) encargó una nueva talla al gran Luján Pérez»
Su devoción, que ya tenía implantación en otros lugares de la península, como la iglesia del colegio de Nuestra Señora de la Antigua de Monforte de Lemos, en Lugo, Galicia, o en Guadalajara, pronto caminó sobre el Atlántico, y proviniendo del «gran templo hispalense» -como diría Cairasco de Figueroa-, cuyo modelo se quería seguir aquí, no es de extrañar que arribara a la de Canarias, a su primer edificio, luego convertido, hasta finales del siglo XVIII, en Capilla del Sagrario. Como también lo hizo a otros puntos del archipiélago, entre ellos la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua, en la localidad de Antigua, Fuerteventura, o la Iglesia de la Concepción de Los Realejos, en Tenerife. Su nombre se vincula tanto al mismísimo Cristóbal Colón, junto a otros nombres unidos al Nuevo Mundo como Pizarro, Alonso de Ojeda o Hernán Cortes, como a la fundación de la ciudad de Santa María la Antigua del Darién, en el istmo de Panamá, por Núñez de Balboa.
El culto isleño a la Virgen de la Antigua fue uno de los primeros que arraigó con fuerza y entidad en Gran Canaria, casi desde los días en que se levantaron los muros de la denominada 'Catedral vieja' o 'iglesia baja'. Una bella imagen flamenca, de candelero -o sea, de vestir-, que ya tenía allí su propia capilla hacia 1519, aunque luego su culto se trasladó a comienzos del siglo XIX, como apunta el sacerdote e investigador Santiago Cazorla León, a una capilla, del lado del Evangelio y paralela a la de San José. Una advocación, una imagen, que marca y señala un tiempo, una época, una forma de ser y sentir, unas costumbres que definieron a la sociedad isleña de siglos atrás; usos que quizá sellaron el devenir de las tradiciones alrededor de otras advocaciones y de otros lugares de la isla.
«Una espléndida talla, que se coloca en un hermoso altar cuya traza dejó el propio Luján»
Pero, en aquellos años finales del siglo XVIII en los que las imágenes de otras antiguas y arraigadas devociones también sufrían el paso del tiempo, con severos deterioros que comprometían incluso la apariencia que debían tener ante un culto tan ejemplar, como pudo ser el caso de las primigenias imágenes del Cristo de la Vera Cruz o de Ntra. Sra. de La Luz, la de la Virgen de la Antigua tampoco escapó a ello, tanto que hasta los ratones se colaban en su carcomida peana y roían sus vestidos. El Cabildo Catedral, considerando que no era suficiente reemplazar ese pedestal, encargó una nueva talla al gran Luján Pérez, que, por motivos similares en aquellos años finales del siglo XVIII y primeros del XIX, había recibido el encargo de nuevas imágenes para el Cristo de San Agustín y para La Luz. En 1816, fallecido el eximio escultor guíense, se recibe en la catedral la nueva imagen de la Virgen de la Antigua, una espléndida talla, que se coloca en un hermoso altar cuya traza dejó el propio Luján, y que realizó un reconocido maestro carpintero, Francisco Guzmán, en talla policromada y dorada. Es muy elocuente que junto a su altar se colocaran dos valiosos cuadros, uno de San Pedro y otro de San Juan Evangelista, obras de Juan de Miranda, y que se rematara con la figuración de un pino, motivo iconográfico mariano alusivo a la patrona de la isla, al tiempo que incide, quizá de forma críptica, en la importancia de la tradición mariana en la evangelización de la isla.
Ahora, recobrada la primitiva imagen flamenca de la Virgen de la Antigua, tras distintos avatares a lo largo de los siglos XIX y XX -tanto que el niño Jesús original aún se encuentra en Lanzarote, en el Museo Diocesano de Arte Sacro de Teguise-, la Catedral de Canarias recupera uno de sus más antiguos, solemnes e identitarios cultos y lo celebra, como es usual en esta advocación, en la mañana de este 15 de agosto con una misa solemne, tras la que tendrá lugar una procesión claustral, en la que, tras recorrer las naves del templo catedralicio, la Virgen se asomará a la Plaza de Santa Ana, a su plaza mayor, desde la puerta central y contemplará al fondo el nuevo edificio de unas Casas Consistoriales que conoció en aquella segunda década del siglo XVI. Un sugerente reencuentro de esta advocación mariana con la ciudad que tanta veneración le ofreció y a la que tanto identificó, aunque quizá ahora la encuentre demasiado cambiada, al menos en sensibilidades, identidad y tradiciones.
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