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La huella pétrea que dejó el río

La huella pétrea que dejó el río

Gran Canaria es más de lo que muestra a simple vista. Tiende a proteger sus encantos, como si quisiera salvarlos de la voracidad humana que tanto daño ha hecho a sus paisajes. Cerca de Temisas, en Agüimes, esconde uno de esos secretos: un impresionante cañón geológico, la huella de piedra que cinceló el agua a su paso durante miles de años.

Gaumet Florido y Agüimes

Jueves, 16 de julio 2020, 09:05

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A la izquierda, vista de este cañón de cenizas. Es espectacular, pero de reducidas dimensiones, apenas 40 o 50 metros de longitud. A la derecha, puente de piedra, del siglo XVIII, en el camino real de Temisas a Agüimes. En ese punto ha de abandonar la senda si quiere visitar este tesoro geológico.

El lugar sobrecoge. Recuerda, a otra escala muy distinta, a estampas tan icónicas como las del Cañón del Colorado, en EE UU. Es una joya geológica, un cañón de cenizas volcánicas producto, según la principal hipótesis, de miles de años de paciente modelado del agua, que bajaba con fuerza por este barranco próximo a Temisas. Así lo apunta el ecologista y experto senderista Álvaro Monzón, que, además, aclara que, pese a la creencia popular, este curioso tajo no se halla en el llamado barranco de Las Vacas, que empieza «mucho más abajo», sino en un tributario de este último, el barranco de Barafonso.

En concreto, precisa Monzón, se ubica entre los 600 y los 513 metros de altura sobre el nivel del mar, y está flanqueado por el Lomo del Peladero y el Seto del Capitán. Si va caminando, puede llegar a él por el antiguo camino real de Temisas a Agüimes. Una vez dé con un viejo puente de piedra, abandone la senda y descienda al cauce, camine aguas arriba, supere una albarrada (construcción moderna para correcciones hidrológicas), atraviese el túnel sobre el que pasa la GC-550 que une Temisas y Agüimes y en pocos metros descubrirá este espectáculo natural. Si va en coche, está en una curva de la GC-550 a la altura del kilómetro 14, pero habrá de bajarse y caminar. No se ve desde la carretera.

Monzón advierte de que pese a su singularidad y a que en su cercanía anidan «numerosas aves como la Terrera marismeña (calandella rufescens)», este espacio no está protegido, de ahí que reclame saldar esta déficit.

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