
Secciones
Servicios
Destacamos
Las trece referencias diferentes que Alejandro Domínguez embotella bajo la marca BebeTuno «no son zumo. Es pura fruta, natural, sin azúcar y sin conservantes. Puro alimento», presume este emprendedor, un defensor a ultranza del sabor real de unos alimentos a los que ha dedicado 30 años de su vida.
Todo empezó con su pasión por los tunos, los tradicionales que cultiva en la finca que cuida y ha puesto a punto en Lo Blanco, en Teror. Era difícil venderlos enteros, por el miedo a las púas que traen, así que empezó a pelarlos y a ofrecerlos en bandejas. Tenían más salida, pero le seguían sobrando.
«Tardaba más en pelarlos que en venderlos», confiesa sobre los inicios de una actividad en la que ya acumulaba una amplia experiencia. «Llevo 25 años pelando tunos», explica sobre una tarea en la que ha hecho varias innovaciones y que domina tan bien como su vendimia.
«Yo soy tunero por vocación», agrega convencido de que «a los canarios nos gustan los tunos, pero nos hemos hecho cómodos y no queremos pelarlos por el miedo a que se nos claven sus púas». Es, indica, una fruta barata, sabrosa, con muchas propiedades y que forma parte de nuestra memoria. «Todos tenemos recuerdos sobre ella», mantiene sobre ese vínculo.
Harto de tirar a la basura las piezas que no lograba vender o no tenían salida comercial, a Alejandro Domínguez le dio por ensayar con ellas para prolongar su corta vida una vez arrancadas de las pencas. Empezó con los tunos que cada temporada le sobraban de su finca. El experimento tuvo éxito.
Primero congeló tunos pelados, blancos, amarillos y colorados, no indios (los considera sobrevalorados), y así logró extender su vida útil, que no iba más allá de seis meses desde que empezaba a recolectarlos hasta que se ponían pochos.
Los exprimió, los coló para quitarles las muchas pipas que encierran, y los dio a probar a los clientes de la frutería que entonces regentaba en la calle Pío XII de la capital. Gustaron tanto que empezó a embotellarlos y a recorrer ferias y mercados para dar a probar su creación. Le fue bien. Tras degustar su exquisito sabor le hacían pedidos. Eureka.
Siguió experimentando con otras frutas y también le funcionó el invento. De este modo, a su oferta inicial agregó sabores como la manga, el maracuyá, el plátano con gofio, las fresas de Valsequillo con papaya, la pitaya, el melón... Finalmente añadió a su abanico la piña, el apio, la remolacha... El proceso, detalla, es el mismo en todos los casos. Congelar, moler, colar y envasar la fruta sin añadir agua ni colorantes ni ningún otro aditivo. «El agua le mata el sabor a la fruta», sostiene.
El resultado se conserva durante dos meses en el congelador y una vez es descongelado, lo que tarda cuatro horas sin ayuda y 30 minutos si se pone en agua, aguanta dos días, aunque lo ideal es consumirlos mientras están frescos, insiste.
Se envalentonó y puso en marcha una empresa que lleva más de tres años vendiendo fruta líquida y se ha hecho con una creciente clientela. Durante esta travesía ha pisado 40 ferias gastronómicas con sus garrafas de pura fruta, ha vendido la frutería que tanto tiempo le robaba, ha perdido 30 kilos de peso y ha invertido más de 100.000 euros en que BebeTuno crezca y llegue a todos los hogares de Gran Canaria.
Ha sido un esfuerzo titánico, que ha combinado con el cuidado de su finca de tuneras y con la venta de bandejas de medio kilo de tunos pelados, tunos de medianías, resalta, que «son más sabrosos y menos secos». Tunos pelados del tuneral es la marca de este producto.
El negocio fue viento en popa con la ayuda de su familia. Contrató personal, aumentó su red de distribución, compró maquinaria. Nunca tuvo un contratiempo con sus botellas de 250 miligramos. «A nadie le han sentado mal, nadie se ha puesto malo ni he tenido queja alguna sobre la calidad», afirma un hombre que abandonó los madrugones diarios para comprar fruta y verdura en Mercalaspalmas con el objetivo de poner fruta líquida natural en los refrigeradores de las familias de la isla.
Al montar la empresa obtuvo el correspondiente registro sanitario y la luz verde oficial para su etiquetado, que explica los ingredientes, calorías y grasas de cada botella, la fecha de envasado y caducidad y las instrucciones para su correcta conservación y consumo.
Sin embargo, la escalada que había emprendido su innovadora oferta alimenticia tropezó desde hace seis meses con Sanidad, que le ha hecho cuatro inspecciones en la fábrica que tiene en un local de la capital y, entre otras condiciones, le exige ahora que pasteurice la fruta antes de envasarla.
«Si la hiervo se hace pulpa y pierde sus propiedades», explica este promotor primario. «Lo que envasaría entonces sería zumo y no pura fruta», remarca sobre el condicionante que le impone Sanidad para seguir con su actividad.
Lo cuenta entre lágrimas, rodeado por su padre y por su madre, Juan y Paula, de quienes ha heredado su vocación frutera y la finca de tuneras que explota en Teror. El terreno era de sus abuelos maternos, que plantaron tuneras para darle de comer pencas a sus vacas. Ellos tuvieron un puesto de fruta en el Mercado Central, donde su hijo inició su actividad, y están jubilados desde hace años.
Pero Alejandro Domìnguez no se rinde. Negocia con los inspectores sanitarios la fórmula que le permita seguir ofreciendo pura fruta natural y continúa experimentando en busca de la solución que necesita. Mientras aparece la salida sigue vendiendo bandejas de tunos blancos, amarillos y colorados, nunca indios.
La temporada pasada Alejandro Domínguez recogió más de 3.000 kilos de tunos de la finca que cultiva en Lo Blanco, un terreno de 20.000 metros cuadrados cubierto de tuneras en más de la mitad de su superficie.
Durante los últimos tres años, este emprendedor ha invertido el tiempo que le debaja libre su aventura con BebeTuno en abrir caminos entre las filas de tuneras, desbrozar la vegetación que invadía sus cultivos, retirar los ejemplares más viejos y menos productivos para sustituirlos por nuevas pencas y reducir la altura de las plantas para facilitar la vendimia anual, que empieza a finales de agosto o principios de septiembre y se prolonga de dos a tres meses.
«Me forro de plástico de arriba abajo y escalo por las tuneras», comenta sobre su faceta como recolector. Utiliza guantes de goma especiales, los que emplean los electricistas para evitar corrientazos, «y soy capaz de coger 100 kilos con las dos manos en una hora».
El principal enemigo de su cultivo es la cochinilla, un parásito de las tuneras y al mismo tiempo un colorante de larga trayectoria en Canarias, que combate sin productos químicos, solo con jabón potásico. La cochinilla, indica, encuentra un aliado en la prolongada sequía que sufre la isla y hace más daño en verano. «Les resta fuerza y se va comiendo las tuneras», explica.
Con las mejoras y la renovación de ejemplares, que no riega nunca, espera rondar una cosecha de 10.000 kilos de tunos en la próxima vendimia.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.