Adiós al bar Oliva de Tasarte y a su ropa vieja de pulpo
El único restaurante de la playa aldeana cerrará el 20 de abril tras 34 años | Paca Rosa Suárez se jubila | «Quiero descansar»
En los bares lo normal es que se reserven las mesas. En el Oliva, en Tasarte, lo que se reserva es un plato en concreto, uno de ropa vieja de pulpo. Esa receta puso a esta recóndita playa aldeana en el mapa de Canarias y también de Europa. Así ha sido durante 34 años. Pero todas las historias tienen un final y la del bar Oliva y su mítico plato, también. Paca Rosa, la mujer que ha hecho felices a tantos comensales, se jubila a sus 66 años y, con ella, este legendario idilio entre paisaje y gastronomía. El 20 de abril cerrará sus puertas definitivamente.
«Quiero descansar». Así lo resume ella misma mientras no le quita ojo al caldero donde se cuece su mítica ropa vieja. Entre testimonio y testimonio levanta la tapa y remueve y remueve. Hace calor. Son las 12 del mediodía de un día laborable y Francisca Rosa Suárez Araña, que es como se llama, lleva pegada a la cocina desde antes de que amaneciera.
«Me da pena, no te digo que no, porque este bar es mi vida, me he pasado los días detrás de la barra». No quiere, y menos delante de una cámara, pero no puede evitar emocionarse. Ahora todos hablan del Oliva, pero esta fama es fruto de la constancia y del sacrificio de Paca Rosa, de su marido Antonio Oliva Moreno, fallecido en 2020, y de sus dos hijos, Gomauro (Quillo V) y Yonay. Hubo años, recuerda, en que no cerraban ni un día. «Hoy nos viene gente de media Europa, que repite todos los años, pero al principio yo aquí estaba siempre sola, no venía nadie; algún extranjero perdido».
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A apenas unos días del cierre, echa la vista atrás y recuerda a aquella chiquilla de 19 años, oriunda de Veneguera, en el vecino pueblo de Mogán, que un buen día se plantó en Tasarte tras casarse con Antonio. Su marido se crio mecido por estas olas y entre los callaos que caracterizan a esta cala aldeana. La casa donde hoy está el bar era precisamente el hogar de la familia de Antonio, el matrimonio que formaron Juan Oliva y Zoila Moreno (que sigue viva, con 95 años) y sus cinco hijos.
Hoy todo el mundo, o casi todo el mundo, sabe qué es y dónde esté el bar Oliva, pero no fue el primero que se abrió en esta playa. Juan ya lo montó primero, hace muchos años. Hay incluso alguna foto en blanco y negro como testimonio de aquella etapa. Le ayudaban sus hijos, entre ellos Antonio. Pero ya estaba cerrado cuando Paca Rosa llegó a Tasarte, así que ella y su marido, siempre de la mano de sus suegros, se dedicaron un tiempo a la agricultura.
Paca Rosa y Antonio dejaron la agricultura por el bar
«Plantábamos berenjenas y tomateros, pero si venía viento del norte, nos estropeaba la cosecha y teníamos que botarla», recuerda. «Nos vimos horrible, tanto, que tuvimos que dejar la finca». Y cuando estaban a punto de emprender esa diáspora que marcó a varias generaciones de grancanarios, miles de personas que dejaron el campo por el sur turístico, la sabia voz de la experiencia de Juan les hizo abrir los ojos. «Ya nos íbamos a ir trabajar a Mogán, en unos apartamentos o lo que fuera, cuando mi suegro nos plantea reabrir el bar».
Y así surgió el Oliva y así empezó la leyenda. Debió ser, según sus cálculos, allá por los 80. A Paca Rosa le bailan las fechas. Prefiere guiarse por sus recuerdos. «Cuando abrimos mi hijo Yonay, que hoy tiene 37 años, era chiquitito, tenía apenas tres años, así que tú mismo echa cuentas». Al principio venían tan pocos clientes que ella se vio sola en el bar y Antonio tuvo que volver al mar, a la pesca, junto a su padre. Hasta que una receta surgida de un apaño lo cambió todo.
La receta de la ropa vieja de pulpo nació de un apaño
La ropa vieja de pulpo nació antes que el Oliva, pero a ella le debe su fama. Y es que aunque de esta cocina siempre salían buenos platos, esa sencilla y original propuesta tiraba del resto y era la que atraía a la gente. «Nació por casualidad, de la necesidad». Paca Rosa vivía en una casa en la otra orilla del barranco, «en la banda de enfrente», cuando un jueves de no sabe qué año se le presentaron su padre y un primo después de una cacería.
«La tienda quedaba lejos, no tenía sino lo que tiene la ropa vieja ahora, no le puse más nada: la zanahoria, el garbanzo, las papas, la cebolla y el pulpo». Se dijo: «Voy a ver si esto está bueno para cuando abra el bar». Y funcionó. «Esto está bueno, coño», fue lo primero que le dijo su primo. «Yo nunca había hecho eso, ni lo había visto nunca. Pegué a hacerlo y a todo el mundo le gustaba».
Y ya no paró. De entonces para acá les cambió la vida a ellos y también a Tasarte. Miles de canarios y de turistas se la han comido en la terraza del Oliva, casi sobre el mar. Y detrás de la barra, toda la familia, aunque en los últimos años el peso había recaído en Paca Rosa y en Yonay. «Me da mucha pena de mis extranjeritos», se confiesa ella. Esta semana se lo comunicaron a uno de sus fijos y no se lo creía. «No posible, no posible, catástrofe, me decía».
Con muchos de ellos ha trabado amistad, como la que se forjó tras la borrachera de una familia alemana. Se lo pasaron tan bien en el Oliva que acabaron algo perjudicados justo en la víspera del vuelo de vuelta a casa, pero Paca y Antonio los vieron tan mal, que temieron que se mataran de regreso al hotel y les invitaron a pasar la noche en su casa y en la de sus suegros. Quedaron tan agradecidos que al poco les llegó una carta con dos pasajes para 15 días con los gastos pagados en Alemania. Él era cirujano y ella, soprano, y nunca dejaron de venir a este rincón de La Aldea.
Esta playa de Tasarte echará de menos al Oliva y a su ropa vieja de pulpo, pero su fama ya es eterna. Se grabó en el recuerdo de todos los que la disfrutaron. Ahora Paca Rosa abre otra página de su vida, una en la que tenga que mirar menos el reloj. Merecido se lo tenía. Y a usted, si aún no ha probado su plato estrella, todavía está a tiempo. Tiene hasta este jueves. Y reserve.