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Escondida en una grieta volcánica y de una manera casual, Juan José Hernández Cabrera, de doce años, localizó una pieza de cerámica prehispánica. El chico, que le gustaría ser arqueólogo, la iluminó con el móvil y -lo más importante- no la tocó. La vasija, que es única entre las cerámicas encontradas hasta ahora, es pequeña, ovalada y presenta una decoración distinta por los motivos y por su extensión: unos mamelones o pequeñas protuberancias que rodean la parte superior.
La vasija forma ya parte de los fondos del Museo Arqueológico de Fuerteventura y, a falta de más análisis e investigaciones, tenía casi con tada seguridad un carácter votivo, es decir los mahos la usaron para sus rituales mágico-religiosos. Con una altura de siete centímetros, 15,5 centímetros de longitud y doce centímetros de ancho, presenta un estado de conservación regular, con varias grietas longitudinales en su fondo y cierta erosión en sus paredes exteriores.
La presentación de la donación coincidió con la del 'El Pueblo Majo. El legado de un pasado', un tríptico divulgativo que se repartirá por toda la isla y cuyo objetivo es dar a conocer la importancia de los materiales arqueológicos de la cultura de los mahos y explicar qué se debe hacer frente a los hallazgos casuales, esto esto no tocar la pieza, como hizo Juan.
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