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Arcadio Suárez
Discurso del delegado del Gobierno en Canarias

Discurso del delegado del Gobierno en Canarias

Anselmo Pestana ha estado presente en el acto de conmemoración del 44 aniversario de la Constitución Española celebrado en Las Palmas de Gran Canaria

Anselmo Pestana / Delegado del Gobierno en Canarias

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 6 de diciembre 2022, 12:48

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En una ocasión tuve la oportunidad de visitar la luminosa casa de José Saramago y su familia en Lanzarote. Mientras su esposa, Pilar, nos invitaba a café, pude leer en la portada de un libro la siguiente frase: «Siempre acabamos llegando a donde nos esperan».

Y, la verdad, no se me ocurre mejor razón para justificar el por qué la democracia llegó a España. Porque la esperábamos. Porque, tras casi cuatro décadas en la que nos la robaron, la deseábamos. Porque tras vivir en la prohibición como norma, el concepto de libertad nos ilusionaba.

Esa idea es también mencionada en su obra «El viaje del elefante». Y es que así de insólita, como la historia del viaje de un elefante, fue la Transición española, que no es más que el sorprendente viaje que la sociedad española de los 70 emprendió a través de la incertidumbre, de la fascinación e incluso del miedo. Un viaje que representa un punto de inflexión definitivo en la historia de España.

Durante ese periodo de tiempo fuimos capaces de canalizar las expectativas de dos Españas. Dejamos de recrear el «Duelo a garrotazos» que Goya pintaba a principios del siglo XIX o la de pensar en que una de las dos Españas habría de helarnos el corazón, como un gran ser humano como Antonio Machado reflejaba con pesimismo.

Durante la Transición Española construimos, construyeron, un método en el que se pasaba de gobiernos legitimados en la violencia y la represión a gobiernos fundamentados en la voluntad democrática, en el poder popular.

Llegados a este punto, volver a Saramago nos lleva a recordar que, «El viaje no termina jamás», «el objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje». He ahí un reto continuo de la democracia. Establecerse en procesos de revisión constante y mejora continua. Procesos de altura política, moral e intelectual a través de los que deconstruirnos para reconstruirnos en una sociedad mejor. Buscar, reflexionar y encontrar las herramientas necesarias con las que afrontar los retos que cada generación siente como propios. Las herramientas necesarias con las que corregir las lacerantes injusticias que la historia ha sido capaz de disfrazar de cotidiano.

Y, si bien, ya hemos dicho que el viaje de la democracia no termina nunca, la primera parada significativa en nuestra particular correría es la que representa al día que hoy celebramos. La Constitución Española de 1978. La octava en la historia de España desde aquel primer y fugaz texto que se hizo célebre al grito de ¡Viva la Pepa!

Dijo alguna vez Antonio Gala que «La dictadura se presenta acorazada porque tiene que vencer. La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer», recordándonos con ello a Unamuno. Así, como buena hija de la voluntad democrática que desnuda llega al mundo, fue como nació La Constitución Española de 1978.

Hija de casi 18 millones de españoles que la recibieron como cada vez que llega alguien a este mundo. Celebrando el éxito incontestable que es el mero hecho de haber llegado. Recibida con toda la alegría con la que se recibe un elemento de júbilo, de unión, de concordia. Un punto de partida para modernizar nuestra sociedad, manteniendo el orden de una manera más civilizada que la utilizada durante décadas por la dictadura que se había encargado de establecer su ley de manera terrorífica, cruel y sanguinaria.

Deberíamos tener claro que la solvencia y la vigencia de nuestra Constitución es la mayor, la mejor y la única garantía de nuestros derechos y nuestras libertades. Derechos y libertades que no todo el mundo ha querido respetar durante estos años.

Deberíamos tener claro que, no respetar los requerimientos que hace la Constitución a sus representantes para el correcto funcionamiento del Estado no desgasta al partido de turno que esté en gobierno, desgasta los derechos y las libertades de toda la ciudadanía y del propio Estado de Derecho.

Deberíamos tener claro que, como bien nos ha mostrado la historia reciente de nuestro país, los partidos y representantes que, tentados por su irresponsabilidad o por su necesidad, quieren plantear regates cortos a la llamada de la Constitución pasan fugazmente por el escenario político.

Quisiera recordar rápidamente tres de los envites en los que nuestra Constitución ha mostrado su capacidad y su altura. Así como la representatividad que justifica su vigencia.

El primero, su mismo nacimiento. Y es que, como saben, no todas las personas de la época deseaban una Carta Magna de estas características. Quizás, ni siquiera deseaban un documento legal que estableciera que, tal y como reza el primer artículo del segundo capítulo, el referente a derechos y libertades, los españoles y las españolas seamos iguales ante la ley, sin que pueda prevalerse discriminación alguna.

Recordemos que el objetivo de los padres fundadores de la Constitución era el de crear un elemento de concordia. Un documento legal convertido en pasaje con el que España emprendía su viaje a una democracia liberal moderna. Como las que se estilaban en la Europa que empezábamos a conocer y a envidiar desde las décadas inmediatamente anteriores.

Pocos años más tarde volvió a ser requerida para enfrentarse a un nuevo hecho histórico. El día en el que, nostálgicos del franquismo, querían volver a interrumpir el viaje democrático. Ese 23-F volvió a traer a España momentos de zozobra al no saber si la próxima parada sería un futuro próspero para la mayoría social o una vuelta a lo que aquellos sublevados entendían como un pasado glorioso.

La historia la conocemos. Con la firme convicción de que la Constitución y la democracia bien valían el futuro que España quería, necesitaba y merecía, el golpe de estado fracasó, inmunizando a la sociedad española de los delirios autoritarios de unos pocos.

El viaje continuó y la siguiente parada significó uno de los mayores valores de la normalidad democrática. Un proceso electoral que llevó al poder ejecutivo a un gobierno socialista. La alternancia como esencia de la democracia se hacía realidad.

La Constitución y la democracia nos brindaban casi una visión poética del tiempo y de nuestra propia historia. Un partido que había sido prohibido y brutalmente reprimido durante la dictadura, en el año 82 recogía el poder pacífica y civilizadamente, al igual que años después, fruto de esa misma alternancia democrática, lo entregaba al principal partido de la derecha española.

La Constitución cambió los garrotes del cuadro de Goya por la palabra, por los carteles, por las urnas, por los votos como representación del poder popular.

Ya en esta edad adulta en la que ahora se encuentra ha soportado con gran resiliencia los diversos embates que le lanza su propia presencia en la vida social.

Debates que durante la última década nos han obligado a mirarnos al espejo y a reflexionar profundamente. Reflexiones importantes como los límites de la representatividad y la a importancia de la ética y la honestidad en la vida pública.

Y el mayor valor de la Constitución en estos debates no es ni el proceso de reflexión ni la conclusión final, sino el propio debate en sí mismo. Y es que, independientemente del debate, incluso de planteamientos que puedan ser realizados desde perspectivas disruptivas, cualquier planteamiento se produce gracias a la Constitución.

Porque hoy, en España, donde no siempre fue así, pasa algo que, desafortunadamente, no pasa en todos los lugares del mundo. Y es que cualquiera tiene el derecho a pensar y a manifestarse dentro de los marcos ideológicos que considere oportuno. Es decir, intelectualmente, en esta Constitución, cabemos todos.

Además, más allá de los márgenes intelectuales clásicos, se producen otras representaciones sociales. Desde Partidos con voluntades localistas, que sólo aspiran a mejorar condiciones concretas de lugares específicos dentro del sentimiento que les une a España.

Porque la Constitución Española también defiende el derecho a sentir y expresar que España puede ser otra cosa. La Constitución Española defiende los diferentes sentimientos regionales o de nacionalidades históricas que existen en España. Es decir, identitariamente, en esta Constitución, también cabemos todos.

Y, finalmente, más allá de las discusiones intelectuales o identitarias. La Constitución Española ha tenido el margen suficiente para que cada cual comparta su vida con quien libremente quiera. O que ya no la comparta, con quien ya no quiere.

Y es que, desde el momento más temprano de su nacimiento, hemos estado reflexionando de manera conjunta sobre los límites de la moral colectiva en confrontación con las libertades individuales.

A día de hoy, ya sólo la Constitución de 1876 es más longeva que nuestra actual Constitución. Y, sin embargo, es esta, la hija de la Transición Democrática y del deseo popular, la que ha presenciado y a su vez brindado de mayor estabilidad social e institucional a nuestro país.

La que nos ha dado voz para gritar y urnas para votar. La que nos ha dado seguridad para creer y espacio para crecer. La que nos ha dado libertad para soñar y prosperidad que alcanzar.

Una constitución que ha respondido a los mayores propósitos de crear una reconciliación y una reconstrucción de España, tal y como Negrín anheló en su discurso de 1939. Una Constitución que ha sido protagonista social en el último cuarto del siglo XX, que está siendo protagonista social en este primer cuarto del Siglo XXI que ya estamos finalizando.

Una Constitución que permitió la descentralización el poder al reconocer el derecho a la autonomía de nuestra regiones y nacionalidades, como Canarias, y que amparó el reconocimiento de la insularidad y de nuestro peculiar régimen económico y fiscal.

Vivimos, no les quepa la menor duda, el mejor y más fructífero periodo de nuestra historia, insertados en la Unión Europea (ya no somos una anomalía histórica como lo fuimos en la posguerra), y disponemos de una sociedad plural y diversa que hoy es envidiada por en otras latitudes. Es la España en el Corazón que Alberti, nuestro gran poeta, dibujaba esperanzado en su exilio italiano en el año 1976, y que me acompaña en mis responsabilidades en esta delegación.

Una Constitución que nos permite también hoy reconocer a tres insignes representantes de esta tierra, a un periodista (Ángel Tristán Pimienta), que encarna hoy a la libertad de prensa, como pilar fundamental del estado democrático que nos hemos otorgado; a una deportista que nos ha representado en competiciones internacionales llegando más y más lejos, nuestra admirada Carla Suárez; y a un escritor, admirado y reconocido, Alexis Ravelo, que hace a esta Canarias nuestra también una tierra más fértil, pues su creación literaria se expande sin cesar fuera nuestro ámbito autonómico. A ella y a ellos, a ellos y a ella, nuestro reconocimiento y admiración.

Una Constitución que, cuando se aprobó, a ojos del adolescente de 13 años que era quien les habla, suponía dejar atrás la historia que iba conociendo en mis estudios, la de una España que era una excepción en Europa, para caminar hacia lo que tantos españoles de bien querían, una España de todos, de todas, de esperanzas compartidas y libertades y derechos homologables a las mejores democracias del mundo, como así ha sido.

Un viaje en el que, tal y como decía al comienzo, nos llevará a donde nos esperan. Eso es lo que hoy celebramos. Eso es nuestra Constitución. Un viaje en el que nos espera una sociedad más próspera, una sociedad más libre, una sociedad mejor. Solo dependerá de nosotros mismos, y eso es lo extraordinario de una democracia.

Muchas gracias.

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