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Imagen de Antonio Ojeda. C7

'El Rubio': albañil, religioso y padre de seis hijos

tribunales ·

Antonio Ojeda vive con una pensión de 402 euros y dice que no le queda nadie que lo ayude

Francisco José Fajardo

Las Palmas de Gran Canaria

Miércoles, 27 de octubre 2021, 02:00

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Antonio Ojeda 'el Rubio' intenta aislarse de las noticias que le siguen poniendo en la diana como principal sospechoso de la muerte de Yéremi Vargas. A sus 61 años, afirmó el lunes a este periódico que iba a «morir peleando» ante aquellos que le «quieren destruir».

Ojeda se considera un «superviviente que se ha buscado la vida trabajando desde niño». Se crió y vivió toda la vida en el Sureste en el seno de una familia de ocho hermanos -cinco hombres y tres mujeres- de los cuales ya han fallecido tres. «El último murió estando yo en prisión y ni me dejaron ir a verlo», contó. Este albañil tiene seis hijos de cuatro mujeres diferentes e «incluso nietos», aunque reconoció que había perdido el contacto con ellos después de ser detenido. «Mi familia me abandonó y dejaron de ir a la cárcel», se lamentó.

Aunque en su momento trascendió que Ojeda era chatarrero, siempre se ha empeñado en negarlo: «Lo único es que, por último, cuando empezó la crisis de 2007, recogía algunos hierros en la obra para ganar algo de dinero, pero como hacía todo el mundo. Vigilaba los camiones y el dueño del terreno a cambio traía hierros y podía juntar 20 o 30 euros al día. Entre eso y la pensión me mantenía», narró. Una vida que hizo siempre «en las calles de mi pueblo» -al que dice que no ha regresado desde que salió de prisión- y trabajando «desde los 12 años hasta recogiendo basura en un camión por las calles».

De joven practicó la lucha canaria pero la dejó para seguir trabajando «buscándome la vida», hasta que en 2015 fue detenido por haber agredido sexualmente a un menor, unos hechos por los que cumplió cinco años de cárcel.

El 9 de marzo de 2019 salió en libertad y fue recogido en la prisión de Salto del Negro por un hermano y el marido de su sobrina. Estuvo un día en una pensión del Tablero de Maspalomas pero afirmó que no se sintió «cómodo y arranqué y me vine a la capital y es el mejor lugar donde he estado. Además, a los días de salir empezó el coronavirus por o que me encerré en la casa y hasta me vino bien. No conocía la ciudad porque nunca he vivido aquí, pero me informé y conseguí esta casa de acogida», donde reside en el barrio de Santa Catalina. Ahora, se queja de que el Ayuntamiento de la capital le hizo «un contrato de alquiler de dos años pero de buenas a primeras, hace unos meses, me lo quitaron y tengo que pagarlo», por lo que abona 300 euros de los 402 que percibe de una pensión no contributiva.

Desayuna y almuerza en un centro de acogida municipal y por la noche come «cualquier cosa porque no me da ni el apetito con todo esto que estoy pasando», se lamenta.

Afirma que no le «queda familia, se han retirado todos» y que «su única ayuda es Dios». Antes acudía a la Iglesia Bíblica Maranata de Sardina del Sur y luego, al salir de la cárcel, estuvo yendo a la Iglesia Cristiana Evangélica de La Isleta, pero dejó de ir porque dijo haber visto a gente haciéndole fotos. «Me pueden pasar muchas cosas, pero mi fe en Dios no me la va a quitar nadie».

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