La contaminación tiñe la historia
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El aire de las ciudades deja una costra negra sobre los monumentos que daña su estructuraNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
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«Ahí está viendo pasar el tiempo… la Puerta de Alcalá» cantaban Víctor Manuel y Ana Belén al monumento del S.XVIII de Francisco Sabatini. Más de 300 años de historia en lo que ha visto pasar coches de caballos, tranvías y muchas furgonetas, coches y motos y que han dañado su salud. Un mal que se extiende por los confines de todo el planeta y se ve en la estatua dedicada a Cristóbal Colón en Barcelona, o en el Acueducto de Segovia, o en el mítico Arco del Triunfo de los Campos Elíseos parisinos.
Los gases procedentes de los vehículos a motor dejan su huella en los pulmones de las personas, pero también dejan su firma en las estructuras de edificios y monumentos. «Y no nos podemos olvidar de los humos de las calderas», advierte Cristina Marín, petróloga especialista en restauración de monumentos. «No obstante, desde la supresión de las de carbón, su incidencia se ha visto reducida notablemente», aseguran fuentes del Instituto del Patrimonio Cultural de España del Ministerio de Cultura y Deporte.
Un aire, el de las grandes ciudades, que se compone de oxígeno, dióxido de carbono, nitrógeno, monóxido de carbono, metano, dióxido de azufre, entre otros y son los causantes del deterioro de las obras. «Lo que acostumbramos a ver son costras negras», detalla Marín.
Las partículas contaminantes, especialmente el dióxido de azufre, se posan sobre las esculturas o fachadas y «dependiendo de la humedad o la lluvia se forman estas costras, que son como cristales de yeso», destaca Marín. Estas manchas oscuras se han visto en la Fontana di Trevi (Roma, Italia), en la Catedral de Sevilla o en la Biblioteca de Adriano en Atenas (Grecia). «Los primeros estudios se realizaron hace décadas en Francia, Suiza y Alemania donde su clima es más propicio para estas formaciones», explica Marín.
La humedad, la lluvia y los materiales de construcción son variables que afectan a este ‘traje’. «Todos sufren el mismo daño, pero, por ejemplo, el granito es menos reactivo que el mármol», detalla. Además, cuanto más humedad tenga el ambiente más dura y profunda será la costra.
La lluvia, a pesar de ser conocida como un sistema natural de limpieza de la atmósfera, es una aliada perfecta de esta ‘pintura’ contaminante. «Con las precipitaciones, estas costras no se van a adherir, pero tenemos otro factor que es la disolución que creará áreas blancas en rocas carbonatadas». Sin embargo, estos defectos ‘estéticos’ pueden ser más graves y «afectar a la estructura generando tensiones internas», añade.
«Las piedras más blandas y más porosas son las más expuestas», revelan desde el IPCE. No obstante, comentan que también influyen los materiales constitutivos de cada roca, «pues no todos son igual de reactivos».
Desde mediados de los años 90 la preocupación por el impacto de la contaminación en las estructuras más antiguas es patente. «El deterioro de edificios y monumentos históricos es uno de los problemas que más está sensibilizando a la sociedad», señala un artículo publicado en el repositorio del CSIC.
Alerta que tuvo sus ecos en los despachos de los alcaldes. En 1992, el Acueducto de Segovia dejó de recibir coches o más recientemente, en 2002, Berlín cerró la Puerta de Brandemburgo al tráfico rodado. «Tal como lo conocemos tiene que desaparecer del centro de las ciudades», comenta Marín. «Tenemos que abrir la mente hacia unas ciudades limpias y sin tráfico y mirar a los nuevos combustibles o los nuevos medios de transporte», añade.
Pero no es la única medida que se ha de tomar: «No podemos olvidarnos del monumento y hacerle caso solo cuando se pone malito», denuncia Marín. «Hay que tener un sistema de alerta para no volver a tener que restaurar, sino simplemente conservar», apunta Marín.
Desde 2009, el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) ha instalado en la fachada de la Biblioteca Nacional de España y el Museo Arqueológico Nacional un sistema de seguimiento en continuo de contaminantes atmosféricos para medir su impacto en la estructura de estos edificios. Medidas de prevención que se suman al Plan Nacional de Conservación Preventiva «como principio fundamental para la conservación del Patrimonio Cultural, y las carencias y dificultades existentes para su aplicación en algunas de sus manifestaciones», explica el Ministerio de Cultura. «A priori poner en marcha este plan de conservación puede ser más caro, pero como igual que con nuestra salud prevenir es curar», recuerda la especialista en restauración.
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