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¡Lo 'neuro' está de moda! O eso podría parecer por la profusión de neologismos que empiezan con el prefijo neuro: neuro-entrenamiento, neuro-aprendizaje, neuro-coaching, neuro-fitness … A los neurocientíficos que desde nuestros laboratorios trabajamos para entender cómo funciona el cerebro nos encantaría que la Neurociencia fuera más popular entre las agencias públicas que financian nuestra investigación. Sin embargo, la realidad es que hoy en día muchos de estos términos se utilizan con frecuencia de manera espuria como meras herramientas de 'marketing' para vender productos o tratamientos sin base científica.
Es difícil para el consumidor separar la paja del trigo, a los embaucadores de los profesionales honestos, porque los primeros suelen usar y abusar del lenguaje científico para darse un barniz de fiabilidad. Sus páginas web están cargadas de terminología técnica que parece evocar un profundo conocimiento del funcionamiento del cerebro, como neuroplasticidad, hemisferios cerebrales, conectividad neuronal, o programación neurolinguística. Estos términos generan una sensación de confianza en el consumidor medio, que en la mayor parte de los casos no tiene la formación para saber si le están vendiendo humo o la cura a todos sus males. Este es el procedimiento habitual de las pseudoterapias, es decir, de los tratamientos cuya eficacia no se ha probado científicamente.
La prueba científica de que un tratamiento es eficaz se llama ensayo clínico, un término que les será familiar de la época de la pandemia. Un ensayo clínico consiste en comparar dos o más grupos de personas cada uno con un tratamiento específico, con un seguimiento de sus síntomas a lo largo del tiempo, y con un potente análisis estadístico que demuestre si hay diferencias entre los grupos, es decir, si el nuevo tratamiento que se propone tiene efecto. La potencia del ensayo clínico depende de si el efecto del tratamiento se mide utilizando parámetros objetivos o reportes subjetivos de los propios pacientes, del número de personas reclutadas y que representen tanto a hombres como a mujeres y de distintas edades, estratos sociales, etc, entre otras muchas variables. Además, los resultados de estos ensayos clínicos habrán tenido que ser reportados en revistas científicas para tener el aval de otros expertos.
Si la nueva terapia, por muy 'rompedora' que prometa ser, no cuenta con el aval de la comunidad científica porque no se aportan las publicaciones que lo demuestran, estamos probablemente ante una pseudoterapia. También suele coincidir que sus proponentes no son científicos sino expertos en marketing, que abusan de la jerga científica y hacen que el contenido sea incomprensible. Desgraciadamente, hay muy poca legislación al respecto de las pseudoterapias, aunque el Ministerio de Sanidad tiene en marcha la iniciativa coNprueba para informar sobre ellas.
Decía la escritora francesa del Siglo XIX Georges Sand que nada se parece más a un hombre honesto que un pícaro que conoce su oficio. Y, efectivamente, muchas de estas pseudoterapias se basan en conceptos reales de la Neurociencia, pero los desvirtúan.
Un término que aparece frecuentemente es la 'neuroplasticidad', un fenómeno bien documentado en la literatura científica, que se da desde los seres humanos hasta las babosas de mar, por el que el cerebro es capaz de modificar la fuerza de las conexiones entre sus neuronas. Cuando aprendemos algo nuevo algunas conexiones neuronales se refuerzan, mientras que al olvidar otras se pierden. Es un concepto análogo a caminar por el monte: si el camino es muy visitado, las pisadas refuerzan el sendero, mientras que si no hay visitantes el camino se olvida y termina comido por la maleza.
La neuroplasticidad es una propiedad intrínseca de las neuronas y se ejercita cada vez que aprendemos algo, ya sea un nuevo lenguaje, a tocar música, a pintar, o que leamos un libro. Está bien demostrado que mantener el cerebro activo es la mejor manera de prevenir la pérdida de capacidades cognitivas asociada a la edad. Estudios recientes en ratones de laboratorio modificados genéticamente para expresar mutaciones humanas asociadas a la enfermedad de Alzheimer, demostraron que la capacidad de estos ratones de reconocer objetos novedosos o de salir de un laberinto no se perdía cuando llegaban a edades avanzadas si habían sido entrenados durante su vida adulta. Sin embargo, el daño producido por estas mutaciones en el cerebro de estos ratones (semejante al daño de pacientes con Alzheimer, incluyendo la presencia de placas de proteína amiloide), no se veía afectado por el entrenamiento cognitivo.
Estos resultados podrían explicar por qué las personas con mayor nivel educativo tienen menor riesgo de padecer Alzheimer. Quizá no se trate literalmente de que tener una licenciatura o un doctorado prevenga el daño cerebral asociado al Alzheimer, si no de que un cerebro entrenado durante toda la vida es capaz de seguir estableciendo nuevas conexiones a pesar de que se vayan perdiendo neuronas con la edad o con la enfermedad. Volviendo a nuestra metáfora del monte, un cerebro entrenado sería como ese montañero experto que, tras un derrumbe, es capaz de rodear las rocas caídas y abrir un nuevo sendero para llegar a su destino.
A pesar del claro efecto protector de mantener el cerebro activo para el envejecimiento cerebral, las evidencias de que terapias específicas de entrenamiento cognitivo sean beneficiosas son poco consistentes. Por ejemplo, en un estudio reciente se determinó que un tipo específico de entrenamiento cognitivo computerizado sí mejoraba como pacientes con demencia realizaban algunos test de memoria, aunque no se estudió si había mejoras en su vida diaria. En cambio, el efecto de utilizar juegos de ordenador que prometen retrasar el envejecimiento en personas sanas llevó a importantes litigios en EEUU hace ya una década, por no basarse en evidencias científicas.
El consenso de un reciente «metaestudio» (una compilación de ensayos clínicos publicados) es que, si se entrena una actividad específica, se mejorará en esa actividad a corto plazo (1-2 años), pero no está claro que se produzca una mejora cognitiva global ni que se reduzca la aparición de demencia a largo plazo (5 años). Es decir, si ustedes solo hacen puzles, serán mejores haciendo puzles, pero eso no impedirá que desarrollen Alzheimer. En cambio, si mantienen su cerebro activo con una variedad de actividades y estímulos, es más posible que en edades avanzadas este continúe ejerciendo sus funciones eficazmente.
Otro concepto que aparece con frecuencia en estos terrenos es el de 'programación neurolingüística', terapia que propone crear o fortalecer una conexión entre el cerebro, el lenguaje y nuestro comportamiento. Dicho de manera simplificada, modificar nuestro cerebro y nuestro comportamiento a través de las palabras para tratar enfermedades como la ansiedad o la depresión, o para mejorar el éxito académico o profesional. Sobre el papel el concepto es muy bonito, y hay muchas empresas que siguen vendiéndolo, cuando la realidad es que hace más de 10 años el consenso de la comunidad científica es que es todo palabrería. El concepto de programación neurolingüística está tan abandonado que incluso han dejado de publicarse artículos científicos al respecto.
Un poco más dudoso es el efecto de las terapias de 'mindfulness', por haber sido menos estudiado. En un ensayo clínico recientemente publicado realizado en 276 personas diagnosticadas con ansiedad se detectaron efectos beneficiosos semejantes comparando el mindfulness y el fármaco comúnmente usado para tratar la ansiedad, escitalopram. Sin embargo, es un estudio pequeño y tiene la limitación de que el análisis de los pacientes no se hacía por medidas objetivas si no por un autocuestionario rellenado por los propios pacientes. Mucho más clara es la ausencia de efecto de esta terapia como tratamiento para el cáncer, aunque quizá sí pueda ayudar a mejorar el bienestar emocional de los que lo sufren. En cualquier caso, hacen falta ensayos clínicos robustos para determinar el potencial terapéutico del mindfulness.
El mensaje que hay que llevarse a casa es que no es 'neuro«' todo lo que reluce. Antes de decidir gastar dinero en una de estas flamantes nuevas terapias, probablemente merezca la pena invertir un poco de tiempo en investigar si su eficacia ha sido probada.
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