¿Ya puede la neurotecnología detectar la mentira sin equivocarse?
Métodos de laboratorio dejan atrás los fiascos de las máquinas de la verdad
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Quién no ha querido alguna vez detectar la mentira. Tener acceso a una verdad incuestionable. ¿No era ese el atractivo de aquellos programas de la ... tele en los años 90 que exponían las miserias de cualquier famosete a la máquina de la verdad? El sistema, efectivo en audiencias, no era del todo preciso para las certezas. «Los polígrafos se basaban en la tasa cardíaca y en la conducción electrodérmica en la piel -el sudor-. Unas respuestas que se pueden entrenar», advierte Diego Emilia Redolar, neurocientífica de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Sin embargo, los expertos han encontrado un parámetro más preciso y que no podemos alterar de forma consciente: la pupila.
Un poco de teoría que permita entenderlo: «Las emociones son una respuesta. El sentimiento es la interpretación que hace el sistema nervioso central de ella. Y hay tres componentes: uno conductual, uno autónomo y uno endocrino». Un ejemplo sencillo: vemos una serpiente. «La respuesta conductual sería quedarnos petrificados y poner cara de miedo. El sistema autónomo activaría una parte que se llama simpático, que haría latir más rápido el corazón, relajar las vías aéreas para captar más oxígeno y dilataría las pupilas para ver mejor el entorno. Y el endocrino liberaría hormonas, como el cortisol, para potenciar esos efectos del sistema nervioso».
Como la mentira «es una respuesta emocional», funciona de un modo muy similar. Se dan también esos tres componentes pero algunos son fáciles de enmascarar y otros no. «La parte conductual es muy difícil de detectar. Cuando alguien tiene miedo, es fácil darse cuenta, pero no cuando miente», admite Redolar. Mirar para otro lado puede ser un síntoma de mentir pero también de estar diciendo algo incómodo. Thomas Erikson, uno de los mayores expertos mundiales en patrones de conducta y autor de varios best-sellers sobre el tema, explica que muchos de esos gestos son culturales. «Se dice que una forma de detectar la mentira es que levantemos la vista hacia la izquierda, o que los llevemos de izquierda a derecha. Y en Japón sucede al revés, seguramente porque proviene de la forma en que escribimos». Hay otros gestos, como tocarse la cara o la cabeza, que se han vinculado con el riego de la sangre que aumenta al mentir en esa zona. Pero nada de eso es determinante.
Decir la verdad es más cómodo que contar milongas. Lo segundo requiere un mayor esfuerzo cognitivo, controlar las reacciones propias, escudriñar al interlocutor y no caer en contradicciones. Todo eso implica un mayor esfuerzo cognitivo que deja huella. Mentir cansa, por decirlo de forma coloquial. Hay personas que están más acostumbradas y les estresa menos, pero para todos es más fácil -y hasta sano- no engañar.
Entre esas huellas, los expertos consideran que hay una que está cobrando especial importancia. «Las pruebas para detectar la mentira son cada vez más precisas. La dilatación pupilar es una de los más avanzadas. Las microdilataciones de la pupila en condiciones estables de luz solo se producen si la persona miente. Es fácil de detectar en laboratorio, se ha hecho ya, y es muy difícil de entrenar», explica Redolar. «Vamos, que hay ya dispositivos comerciales que lo miden y marcan claramente si mientes», anuncia.
En tiempo real
Hay otra prueba, el fNIRS (espectroscopia funcional de infrarrojo cercano), que se hace con un casco, en tiempo real, donde se van iluminando las áreas del cerebro que están trabajando al mentir. Se basa «en el intercambio de glucosa oxigenada y desoxigenada en el cerebro». Redolar lo ha probado en laboratorio y ha pedido al participante que mienta. «La amígdala y la corteza prefrontal se activan de forma diferente cuando mientes». Esta última es una técnica novedosa y muy costosa.
También hay otros parámetros, pero menos fiables, como la llamada prueba P300, que registra las señales del cerebro en una electroencefalografía. Arrojó algunos resultados prometedores para detectar mentiras y llegó a utilizarse en el sistema judicial español. Básicamente, se daba un estímulo visual -mostraban imágenes de un delito concreto- y se rastreaba en tiempo real si aparecía esa señal eléctrica concreta, la onda P300. Se llegó a utilizar para buscar el rastro de Marta del Castillo.
Todo esto, por cierto, funciona así cuando mentimos de forma consciente. La verdad es una construcción que, además, vamos actualizando cuando recordamos. «Cuando alguien cuenta en grupo una batallita común de hace 20 años, hay siempre cinco o seis versiones. Todos vivieron lo mismo, el eje es igual, pero cada uno introduce variaciones. Es la memoria episódica, que depende del hipocampo. Cada vez que evocas esa memoria, se hace flexible y la puedes modificar. Por eso cada vez se cuestiona más en los juicios la memoria de los testigos». Si creemos que es verdad algo que no lo es, ni siquiera la pupila podrá desvelar el autoengaño.
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